28 junio, 2020
La gesta del orgullo propio
Aprovechando el Día Internacional del Orgullo LGBTI+, hacemos un recorrido por nuestras banderas y deseos, aquellas que se han convertido en derechos, las que todavía nos faltan, pero sobre todo esas que año a año nos constituyen como sujetes polítiques de una realidad que urge cambiar.
Allá por el 28 de junio de 1969 los “disturbios” de Stonewall Inn, un bar de EE.UU, sellarían un día en el año como el día internacional del orgullo. Cuando se dice “disturbios”, como en otras ocasiones, es un eufemismo para hablar de la represión y violencia policial. En ese antro se encontraban muches sujetes que la sociedad y el poder, en este caso estadounidense, pero aplicaría en casi cualquier parte del mundo, no deseaba ver, no dejaba existir, y por tanto, perseguía y violentaba. La violencia institucional como modo de acallar la diferencia, instalar a la fuerza la normalidad, heterocisnormalidad, es una constante de este sistema en el que vivimos.
Es entonces que empezamos a hablar de la respuesta “orgullo” a esa violencia sistemática. Este hito fundante marca una parte de la estrategia que tomaríamos los movimientos LGBTI+ alrededor del mundo: oponer visibilización al silencio patriarcal, oponer orgullo a la crianza para la vergüenza. Así también, allá en Stonewall Inn la interseccionalidad no fue la excepción, no eran solo ciertos varones cis reclamando un derecho a la noche, sino, un conjunto de sujetes marginades por su orientación sexual, identidad de género, pero también atravesades por la clase, la racialización, la condición migrante.
Quizá tenga una cuota de cipayismo identificarnos orgulloses con esa fecha como hito, pero me gusta más pensar que cada ventana para debatir y plantar bandera que tenemos, la aprovechamos y ahí vamos, con nuestra agenda, nuestras banderas, para gritar todo lo que se nos haga necesario.
Nuestro orgullo no empieza ni termina en un 28 de junio en EE.UU, pero sí nos hermanamos en un grito transnacional en la lucha por nuestros derechos vulnerados.
Hubo, hay, y siempre habrá, intentos del patriarcado heterocis, del capitalismo consumista, de cooptar y poner nuestras fechas a disposición de las empresas para que aumenten sus ganancias colgando nuestras banderitas. Pero aún con esos embates, año a año el movimiento LGBTI+ internacional se pone en escena como un movimiento profundamente político, por sus exigencias y por su interseccionalidad.
Es tan sistémica y sistemática la violencia y la exclusión de los colectivos disidentes/diversos, tan sostenida e integral la política de segregación, que es iluso pensar que con pequeños movimientos de cooptación es posible desarticular un movimiento que tiene potencia de discutir en clave civilizatoria nuestro ordenamiento social. Absolutamente todos los pasos que damos en nuestras vidas están mediados por una norma cis heterosexual, no hay una única “salida del clóset”, vivir afuera del closet es torcer el destino que teníamos asignado todos los días, ese que buscan imprimirnos con medicación, patologización y represión. Y al que torcemos a fuerza de deseo de rebelión.
En este sentido, una estrategia de los movimientos LGBTI+ fue esa salida del closet pública, con la intención de mostrarle a quienes necesitaran, que no eran tan rares, que no estaba tan mal, que merecen una vida digna aunque les digan lo contrario. Hubo distintos momentos en nuestra historia para estas tácticas.
Si bien transnacional, nuestra historia fue escrita con lápiz propio, acompasada e imbrincada con las luchas políticas propias de nuestro continente y nuestra xatria. Así como la potencia del movimiento feminista, puso en agenda debates siempre postergados por el establishment, no por arte de magia, sino por persistencia y organización, por años de encontrarse y debatir, el movimiento LGBTI+ argentino supo construir sus propias redes, referencias, reivindicaciones con un pleno anclaje en lo que vivimos en estas latitudes.
El Frente de Liberación Homosexual dio este mensaje con pasamontaña atravesando las luchas sociales de los 70, mientras que en los 80 Jáuregui lo publicó en la tapa de revistas de alta difusión. En todos los casos, la salida del closet y la lucha por nuestros derechos no pudo, ni puede, ser encorsetada en un rincón específico. Somos un movimiento social y político que atraviesa las distintas luchas situadas. Tenemos también nuestras tensiones, alojadas a partir de la pluralidad, y las disputas internas que aparecen en cualquier movimiento social con ascendencia política y aspiración de cambiar la realidad.
Resistimos la dictadura y sus embates, dicen por ahí que hay 400 desaparecides disidentes, pero nuestres desaparecides son todes eses 30mil, pues somos parte de la resistencia popular a las avanzadas conservadoras. Nos enlazamos en la lucha y los movimientos por los Derechos Humanos, la dignidad de la vida contra toda embestida, llamar a los dinosaurios por sus nombres y juzgarlos. Nos embanderamos en el derecho a la identidad, a nombrarnos, a ser, incluso a gestar nuestros nombres propios. Aun habiendo derrotado el terrorismo de estado, la violencia institucional, policial, la criminalización de nuestras identidades no terminó.
Fue durante los noventas también que la urgencia por terminar con la violencia sistemática estatal se entramó con las luchas por el acceso al trabajo formal, a la dignidad trabajadora negada, de forma sostenida. No es casual la emergencia de dirigentas como Lohana Berkins y sus reclamos por puertas abiertas (y el abrir unas cuantas a las patadas). Así es como levantamos como mantra, “el amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo”. Los movimiento socio-sexuales de argentina no tenemos tapujos en hablar al mismo tiempo de revolución y de amor, como dos pilares para pensarnos en la acción política.
En la miseria de los 2000, aprendimos de la mano de la dirigenta conurbana Amancay Diana Sacayán que la organización popular estaba intrínsecamente ligada a las disputas de nuestro movimiento, que la interseccionalidad no había que forzarla, ni irla a buscar, estaba y estuvo siempre ahí, nuestras luchas son marronas conurbanas travestis sudakas. La lucha de Diana siguió enseñándonos aún después de su asesinato, cuando logramos que se llamen no solo nuestras vidas con sus nombres, si no también nombrar nuestras muertes: ¡FUE TRAVESTICIDIO!,y así fue catalogado en 2018. Es también en torno esto que nombramos no solo el asesinato por razones de género, sino el genocidio perpetrado sistemáticamente, denunciamos el travesticidio social, como forma de normalizar nuestras vivencias.
No nos dejaron de matar el día que salió la primera carroza del orgullo, ni todos los hogares se hicieron habitables, ni se acabó la hostilidad en los consultorios de salud, ni tampoco dejamos de ser chiste ese día.
No fue ese día que logramos que no nos echen de los trabajos, o cuando menos que nos entrevisten, no fue específicamente el día más emplumado cuando se terminó el acoso escolar. Pero sí, fue en la calle cuando nos reconocimos, nos entendimos, nos abrazamos en nuestra rebeldía de ser como nadie quería que fuéramos. Sí, ha sido en la calle, organizades, como todo otro movimiento social, que hemos construido el teje para ganar en derechos.
No hubo regalos o dádivas, no fue porque salió por Netflix que nos enteramos que a las travestis las matan en la cara de la gente, es porque se nos va la vida en la construcción efectiva de esa xatria para todes, con la libertad de ser y desear.
El Matrimonio igualitario y, sin dudas, la Ley de Identidad de Género lograron poner en discusión los regímenes heterosexuales argentinos, aún ante los ojos atónitos del conservadurismo, los que demandan sostener el “orden natural de las cosas”, reivindicamos nuestro derecho a ser monstruos.
Y hoy, aún hoy, no nos alcanza. Nos enmarcamos, sin lugar a dudas, en la victoria de tener un Ministerio a nivel nacional (y provincial en PBA), en nuestro nombre, con nuestros nombres. Eso lo ganamos con años de insistir que éramos un sujete polítique, y el Estado debía dejar de mirar para otro lado. Gestionar la reparación histórica, construir un presente, y proyectar un futuro, no es tarea sencilla, ni puede ser unidimensional.
La disidencia sexual debe atravesar todos los espacios de definición política, quizá hasta sea esto un efecto colateral del tan deseado cupo laboral travesti trans. Tan sistémica, multifocal e integral es la exclusión sostenida por el heterocispatriarcado, enclavada en todos los aparatos ideológicos del Estado como escuelas, familias, iglesias, que así de integral es nuestra respuesta orgullosa. Queremos ser nombrades y reconocides bajo la identidad construida, sí, pero además, vamos por todo: cuestionamos y cuestionaremos hasta el último rincón de este mundo hecho a medida de ese otro que nos mata.
En el día del orgullo no queremos flores ni bombones, no queremos banderitas colgadas en los perfiles de las empresas que nos excluyen. El día del orgullo queremos mirarnos a la cara, festejarnos la existencia a pesar de todo, refregarle al heterocispatriarcado nuestras ganas de ser, que aún no las han robado. Nuestro orgullo debe atravesar toda la política de Estado, transversal, específica, de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo. Nuestro orgullo es un grito fuerte, internacional, por los derechos que nos faltan. Queremos traVajo, exigimos el cupo laboral travesti trans. Levantamos la formación con perspectiva de género y diversa para todos agentes del Estado, ¡arriba la Ley Micaela! Por un Plan nacional contra las violencias, basta de travesticidios y transfemicidios; por la efectiva implementación de la ESI en todas las escuelas, con perspectiva disidente, para que florezcan mil infancias libres.
No alcanzan las páginas, seguramente tampoco los conocimientos, para lograr resumir, en una nota y una fecha, la cantidad de referencias, luchas, hitos y dolores que atravesamos como colectivo durante todos estos años.
Que el HIV y el abandono del sistema médico, que esta no es nuestra primera pandemia, que las presas por defenderse, que las violaciones correctivas, que sin trabajo no hay autonomía, que las poesías conurbanas narrando la historia de la disidencia en los barrios populares, que no somos chistes, que la tele de los noventa preguntando por genitales, que la tele de los noventa haciendo propaganda del odio, que la inmoralidad, que las dragas en los antros, que los baños públicos, que los miles de dolores que transformamos en motores, que los años furtivos que transformamos en contracultura. Y acaso ¿hay alguien que aún se atreva a decir que se nos termina el orgullo en el pink washing de turno?
Durante años hemos sufrido la postergación de nuestras agendas y problemáticas. Somos acusades de enfermes, desviades, de romper “los planes de dios para nosotres”, por un lado, pero también de dividir, del problema de las etiquetas, de cipayes, de falta de embarre, de intelectuales. Tantos juicios que muchas veces querían decir lo mismo, de los cuales aprendimos una lección imborrable: el cuerpo lo ponemos nosotres, o no lo pone nadie. Con un enlace hermoso con el movimiento feminista, entendimos que nuestra agenda es urgente, y así debía constituirse para todas las organizaciones, urgente y transversal, por el nivel de vulneración de derechos que hemos sufrido.
Soy de esas personas que le rompió la cabeza cruzarse con esa Lemebel que hace ya años pedía un pedacito de cielo rojo para que les niñes con el alita rota pudieran volar. Desde la poesía, la Pedro le puso palabras a la necesidad de decir que no hay revolución social sin revolución sexual, ningún proceso de liberación es tal, si no rompe también con la matriz heterocispatriarcal. Y ahí entendí, cuánto poner el culo te costaba la vida, cuánto poner el culo era también un acto político. Y años más tarde me encontraría organizade al cántico de que al patriarcado lo tiramos con la cola (¡que se corra la bola!).
*Marika, militante feminista disidente de la colectiva Mala Junta
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