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22 junio, 2020

Zidane, fútbol y arte

En la Cabilia, región al norte de Argelia, Smail y Malika no tienen ni idea que el último de sus cinco hijos será, quizás, el mejor jugador de la historia de Francia. Hacía allí emigraron, primero a París luego a Marsella en 1953. El 23 de junio de 1972 nació Zinédine Yazid Zidane, el que hizo del fútbol un gesto de eterna belleza.

Federico Coguzza

@ellanzallamas

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En la Cabilia, región al norte de Argelia, Smail y Malika no tienen ni idea que el último de sus cinco hijos será, quizás, el mejor jugador de la historia de Francia. Hacía allí emigraron, primero a París luego a Marsella, en 1953. Un año después comenzaría la Guerra de Independencia de Argelia que duró 8 años.

El 5 de julio de 1962, los acuerdos de Evian pusieron fin a un conflicto que se cobró más de un millón de vidas. El Ejército francés, en su último manotazo imperialista del siglo, llevó a cabo prácticas, como la tortura y el secuestro, que luego exportarían a las dictaduras latinoamericanas.

El 23 de junio de 1972, en un barrio al norte de Marsella, nació Zinédine Yazid Zidane. De pequeño fue del Badmintón al Judo. Un día entró al Velodrome, estadio del Olimpyque de Marsella, sin saber que jamás podría regresar del encanto que le proporcionaría un tal Francescoli. Fue tal el envilecimiento que le provocó el “Príncipe” que Zidane supo que es lo querría hacer de ahí en más: ser jugador de fútbol y de tener un hijo varón, llamarlo Enzo, que hoy tiene 25 años

A los 14 años, Zinédine dejó su casa para ir a vivir en Cannes. Se hospedó en lo de Jean Claude Elineau, un directivo del As Cannes donde debutó con tan solo 17 años frente al Nantes. Jugó cuatro temporadas con un total de 71 partidos y siete goles. El Bourdeaux lo contrató en la temporada 92/93, también fueron cuatro años pero con 170 partidos y 34 goles. Obtuvo la Copa Intertoto de 1995 y fue subcampeón de la Copa UEFA en la edición de 1996.

Ese año la Juventus lo contrató. En Turín lo esperaban Edgar Davis, Didier Dechamps, Del Piero, Inzaghi y Vieri. Dos Serie A y dos Supercopa de Italia fueron los laureles que lo coronaron en el plano local. Se le negó la Champions, primero en 1997 frente al Borussia Dortmund y un año después con el que sería su próximo equipo, el Real Madrid. Igual jugó y ganó la final de la Copa Intercontinental contra River cuando moría 1996. Se coronó campeón de la Supercopa de Europa y nuevamente la Intertoto de 1999. Disputó 207 partidos y convirtió 30 goles.

El 17 de Agosto de 1994 debutó en la selección francesa frente a República Checa. Fue empate en dos y él convirtió ambos tantos luego de ingresar pasados los 15 minutos del segundo tiempo. En la Eurocopa de 1996 alcanzó las semifinales y cayó por penales frente a la selección bohemia. Llegó Francia 98 y la gloria adosada. Dos goles en la final frente a Brasil. Un categórico 3 a 0 y Francia campeón del mundo.

Esa final Ronaldo la jugó presionado por Nike, los millones ganaron la pulseada. Ronaldo fue su compañero cuando llegó a la “Casablanca”. El ballet se unió al Samba, la pausa al zarpazo, el talento por sobre todas las cosas. Vistió la camiseta del Madrid en 231 oportunidades y convirtió 49 tantos. Hizo hacer muchos más y el día que se retiró le cambió la camiseta a Juan Román Riquelme. Ambos eslabones de un fútbol que resiste, en su agonía, los embates del pragmatismo.

Una Liga, dos Supercopa de España, una Champions, una Supercopa de Europa y la Intercontinental, estas tres últimas todas en el 2002. Año en el que con su selección abandonaría el Mundial Corea – Japón en primera ronda pero antes de tamaña decepción, mas precisamente el 15 de mayo, en Glasgow, dejó para los anales de la historia del fútbol un gol que podría ser una obra mas de las que están en el Louvre.

El partido estaba igualado. La ventaja temprana del Real fue alcanzada un par de minutos después por el equipo alemán a través de Lucio. Se cerraba el primer tiempo y Roberto Carlos llega hasta el fondo. Más que un centro es una pelota al aire con destino incierto. Pero Zidane ya está parado sobre su pierna derecha, al filo del área grande.

Zidane deja de ser Zidane y emula a Mijaíl Baryshnikov, suelta su pierna izquierda e impacta a mas de un metro de altura ese OVSI (Objeto Volador Sí Identificado) que tiene destino de red y de eternidad. Es una obra de arte. Son los girasoles de Van Gogh, las sombras de Rembrandt, los rostros de Francis Bacon. Es un poema de Benedetti, de Neruda, un cuento de Cortázar.

En 2004 llegó con su selección a los cuartos de final de la Eurocopa que ganó la Grecia sin que aun nadie lo pueda explicar. Ya se había retirado del Real en aquel partido frente al Villareal. Ahora quedaba la cita mundialista y «después, qué importa del después…”. En la primera ronda solo acumuló dos tarjetas amarillas y no estuvo en el partido frente a Togo que los clasificó a octavos de final. Era el turno de España.

Nada pudieron hacer con él. Un gol a los españoles en el 3 a 1 a favor de los galos. Brasil lo sufrió en cada aparición. Esa tarde el fútbol vio como un francés se vestía para el Carnaval de Rio. Dueño de la pelota, dueño del partido. Uno a cero y que se venga Portugal. Otra vez 1 a 0, otra vez figura y goleador. Un penal suyo los depositaba en la final.

Lo sucedido es historia conocida. La sangre fría que a los siete minutos de juego lo llevó a picar el penal que le daba el transitorio 1 a 0 a los franceses sobre los italianos perdió la cadena necesaria para su conservación cuando a los 5 minutos del segundo tiempo Marco Materazzi cayó al suelo luego de un cabezazo descalificador del “Príncipe” galo.

Zidane solo atinó a darle la mano a Horacio Elizondo cuando el rojo firme brillaba a dos metros del suelo. Se perdió en el túnel y nunca más jugó por los porotos. Él, que había sido encantado por los destellos de un príncipe, se retiraba por donde entraban y salían los bufones. Justo él, que hizo del fútbol un gesto de eterna belleza.

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