18 junio, 2020
Artigas: la Revolución dentro de la Revolución
Leyenda negra para la historia oficial, José Gervasio Artigas se convirtió en representante y caudillo de las masas pobres de estas tierras y en el continuador del ideario más lúcido y radical que emergió luego de la disolución del Virreinato del Río de la Plata: mantener la unidad en la independencia contra toda opresión y tutela, tanto interna como extranjera.

“Los pueblos de la América del Sur están íntimamente unidos por vínculos de naturaleza e intereses recíprocos”
Carta de José Artigas a Simón Bolívar, 1819
Nacido un día como hoy en 1764, en poco menos de un lustro José Gervasio Artigas luchó contra los imperios británicos, portugueses, españoles y las burguesías de las ciudades puerto de Buenos Aires y Montevideo, para luego morir, desterrado y traicionado, en el desierto paraguayo en 1850.
Bajo su liderazgo, tuvo lugar el 29 de junio de 1815 -en Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos- la primera declaración de independencia de nuestra patria en el llamado Congreso de Oriente o de los Pueblos Libres. Allí, una liga confederada formada por la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe y Córdoba, reconocieron en Artigas a su protector y se anticiparon un año a la declaración independentista de Tucumán.
Gauchos, peones, indios guaraníes, negros y mestizos formaron la base social de la revolución que Artigas defendió y que tuvo como uno de sus principales propósitos evitar la “balcanización” de nuestra región en varios Estados, para oponer una Confederación en la cual las provincias allí reunidas no ejercieran predomino de ninguna clase unas sobre otras. Por esta razón, su propuesta se enfrentó al centralismo de Buenos Aires y Montevideo fomentado por las burguesías comerciales -y sus socios británicos- donde la monopolización de la Aduana favorecía a éstos perjudicando a las economías provinciales.
Como dice el historiador Eduardo Nocera: “El carácter revolucionario del federalismo artiguista ofrecía a los pueblos, al mismo tiempo, un modelo posible de integración con el directo ejercicio de sus soberanías particulares y recuperando los antiguos fueros de sus autoridades comunales para regir sus jurisdicciones sin desmedro de la unidad nacional-continental”.
Artigas expresó en su pensamiento y acción la Patria Grande de Simón Bolívar y José de San Martín y a su vez una continuidad del igualitarismo social de Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Juan José Castelli, el ala radical de mayo de 1810.
El mismo Plan de Operaciones, el programa del partido morenista, lo nombra, junto a José Rondeau, como un aliado por “sus conocimientos muy extensos de la campaña, como por sus talentos, opiniones, concepto y respeto”. En 1811, Artigas abandonó la capitanía en el regimiento de blandengues para ponerse al servicio de la revolución.
Si Moreno fue un gran teórico de la igualdad, Artigas fue un gran igualitarista en la práctica como lo expresó, entre varias de sus acciones, el reglamento de tierras proclamado en septiembre de 1815.
Esta temprana reforma agraria, pensada para los Pueblos Libres confederados, tenía un contenido marcadamente revolucionario que proponía expropiar tierras de españoles y americanos terratenientes con un criterio de justicia social en su distribución donde “los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suerte de estancia”. Incluso también se privilegiaba en el reparto de tierras a mujeres pobres, viudas y con hijes.
El sueño traicionado
El peligro que esta reforma representaba para los intereses terratenientes de Buenos Aires y Montevideo, sumado a todo lo que expresaba Artigas y el pobrerío que lo seguía para las elites “civilizadas” de las ciudades-puerto, llevó al Directorio unitario porteño a permitir que el imperio portugués invada la Banda Oriental en 1816 con el objetivo de destruir al caudillo, material y simbólicamente, entregando ese territorio a los lusitanos.
Luego de tres años y medio de lucha -tanto contra los portugueses como contra los unitarios de Buenos Aires a los que Artigas les declaró la guerra- finalmente cayó derrotado en Tacuarembó por la superioridad militar portuguesa.
Pero la perfidia no terminó ahí. Tras la derrota, Artigas se refugió en Entre Ríos, provincia bajo su protección y gobernada por uno de sus aliados y lugartenientes, Francisco Ramírez. El caudillo entrerriano, luego de vencer a los unitarios porteños en la batalla de Cepeda, firmó, a espaldas de su protector, el Tratado de Pilar que estableció la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay. Con este acuerdo, traicionó el proyecto confederal artiguista y pactó con Buenos Aires destruir al caudillo.
Perseguido y arrinconado, el protector de los pueblos libres cruzó a Paraguay donde vivió, exiliado, el resto de sus días.
La leyenda negra y celeste
Son muchas más las acciones que hacen de Artigas uno de los caudillos más populares y revolucionarios de nuestro continente para sintetizarlas en una nota y dimensionar el “entierro histórico” y omisiones que la historia oficial construyó sobre su figura.
Señalado por Domingo Sarmiento en su obra Facundo como el iniciador de las montoneras y la barbarie, posteriormente Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, grandes figuras de la historiografía liberal y oligárquica, complementaron la «leyenda negra» con la «leyenda celeste» para relegar a Artigas a prócer de estatua de Uruguay y de esta manera despojarlo de su carácter emancipador, confederal y fundamentalmente del ideario de una Patria Grande libre e igualitaria a la cual entregó su vida.
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