8 junio, 2020
¿Quiénes están detrás de los barbijos?
Entrevistamos a tres costureros y costureras de la economía popular, quienes relataron sus luchas para organizarse en los polos textiles desde la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP). ¿Cómo le afecta la pandemia a este sector?

¿Qué tienen en común esa remera que te podés comprar en un shopping, un negocio de barrio o en una feria en un barrio popular? Que no importa cuánto la pagues, lo más probable es que haya sido confeccionada por una trabajadora o trabajador de la economía popular.
En nuestro país, dos tercios de las costureras y costureros trabajan sin ningún tipo de derechos laborales. Nunca han visto un aguinaldo, no tienen licencias por maternidad o paternidad, no tienen obra social. Las grandes marcas intentan decir que sus productos son realizados en condiciones dignas, únicamente para justificar los altísimos precios que cobran por un jean o una remerita de bebe.
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El mercado laboral del corte y confección se divide en tres tercios: les asalariades, que trabajan en blanco en grandes y medianas fábricas; les trabajadores en negro de talleres medianos y pequeños, y quienes trabajan en la casa con mano de obra familiar. Estos dos últimos grupos trabajan para las ferias, pero también para las grandes marcas que contratan los servicios de intermediarios que se quedan con su tajada, y de paso se desligan de las responsabilidades. El tan conocido sistema de tercerización.
El sector de quienes trabajan en la casa (“talleres familiares”) está compuesto mayoritariamente por población migrante, muches de les cuales habitan en villas. Algunos grupos de estos trabajadores, que se calculan que son aproximadamente 200.000 en todo el país, vienen organizándose en la Unión de Trabajadoras y Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) con la creación de polos textiles para superar las condiciones de precarización.
Un polo textil se conforma cuando un grupo de talleres familiares decide asociarse, alquila un galpón e inicia el proceso de convertirse en una cooperativa. ¿Qué cambia para la realidad de quienes deciden tomar este arduo camino?
“Nosotros habíamos encontrado una forma de trabajar, en la casa, nos permitía no descuidar a nuestros hijos, pero no teníamos un horario de entrada, a veces trabajábamos hasta las 12 de la noche. También siempre con el temor de la que la policía nos extorsione porque no teníamos un remito, teníamos que hacer las cosas a escondidas”,cuenta Lina Flores actual integrante del Polo Textil Libertad-Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE).
Primo Choque, es referente de la Rama Textil del MTE en Capital, dice que “antes de las cooperativas era un poco complicado, porque cada compañero estaba en un departamento donde compartía la habitación de dormir y el lugar de trabajo”. Además, agrega: “Entre eso los niños corrían el riesgo de que pudiera pasar cualquier choque eléctrico, murieron varios niños, sabemos eso. Otro riesgo era para su salud, porque trabajan a veces entre 14 o 16 horas cuando el fabricante le exigía que entregaran un trabajo”.
Lía Foronda, del Polo Textil Arcoiris-MTE, relata:“Ahora que estoy en la cooperativa puedo trabajar menos horas, inclusive puedo retirarme más temprano, y eso es mucho mejor para mí porque no me siento cansada, me siento tranquila, la verdad que está muy buena la cooperativa”. Antes Lía trabajaba en un taller en negro, y cuenta que cuando salía a retirar a su hija del colegio tenía que volver al taller a recuperar esas horas, lo que extendía su jornada laboral a veces hasta 13 horas. Por otro lado, respecto a la persecución policial, Lina Flores dice: “Ahora ya no tenemos ese miedo de la policía, de que nos extorsione, trabajamos sin miedo”.
Además, se vienen logrando avances respecto a los derechos laborales y a las condiciones de producción. “Cada compañero va a trabajar a un polo que tiene instalaciones eléctricas en buenas condiciones, un lugar habilitado, también estamos empezando a facturar y podemos conseguir trabajos de grandes marcas, y también sacar algunos trabajos del Gobierno de la Nación, como hacer los guardapolvos”, cuenta Primo Choque.
También apunta: “Tenemos un horario limitado y después nos vamos a nuestras casas o habitaciones a compartir con nuestras familias, con nuestros hijos cenar. También nosotros tenemos la obra social que nos cubre nuestro derecho de salud, y estamos pagando una parte de nuestra jubilación”.
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La rama textil del MTE-UTEP está conformada actualmente por 12 cooperativas en la Ciudad de Buenos Aires. La mayoría de los polos están en la zona del Bajo Flores, Parque Avellaneda y Mataderos, agrupando alrededor de 300 trabajadores.
Esta fuerza de organización permitió lograr otra conquista: el Centro Infantil de Recreación y Aprendizaje (CIRA). Un centro educativo y guardería para les hijes de les trabajadores que, complementándose con las escuelas, garantiza un espacio educativo y de cuidados adecuados para familias trabajadoras, muchas veces compuestas de dos adultos que trabajan en la cooperativa y necesitan trabajar jornada completa.
Actualmente ya no hay más cupos, dada la cantidad de familias que se sumaron. Se hace necesario que el Estado garantice la apertura de un segundo espacio de cuidados. Lía dice: “Es muy importante para los chicos tener una guardería, para que puedan estar durante el día ahí, y nosotros trabajar tranquilos, es lo único que le pediría al Estado”.
Otro factor que incide negativamente es el bajo grado de capitalización de los polos textiles, compuesto básicamente por la maquinaria que los trabajadores tenían antes en sus casas.
Dice Primo: “Los polos textiles ya están en orden, ahora donde nosotros necesitamos más del gobierno es la mecanización de los polos textiles, poner maquinas industrializadas, así cada compañero no trabaja horas exageradas. En algunas cooperativas todavía se ve que hay compañeros que trabajan 10 horas. Redujeron de 16 a 14 horas, pero hay que trabajar 6 o 7 horas con máquinas de nueva generación”.
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Las cooperativas vienen pidiendo al Estado poder competir en las licitaciones públicas, ya que es habitual que en éstas licitaciones ganen intermediarios que luego subcontratan a las cooperativas, apropiándose así de ganancias que podrían ser de les trabajadores.
Por las condiciones de la pandemia del coronavirus, las cooperativas tuvieron que cerrar al iniciar la cuarentena, manteniendo únicamente en funcionamiento sus comedores. Actualmente, debido a las necesidades económicas, han comenzado a abrir de nuevo sus puertas, trabajando exclusivamente con el rubro de equipamiento médico que está permitido (camisolines y barbijos y otros insumos sanitarios).
En un contexto donde los barbijos se convirtieron en un bien de primera necesidad, hay bronca en el sector, porque los intermediarios se aprovechan de la caída de otros rubros textiles (como la ropa) e imponen precios irrisorios, como un peso por barbijo, que luego venden a cien pesos.
El Estado financia las pérdidas de gigantes industriales como Techint, pero no implementa ninguna política específica para apoyar al sector, a pesar de su capacidad para producir bienes estratégicos para enfrentar una pandemia que está haciendo estragos, golpeando duro en los barrios populares donde habitan les trabajadores.
*Integrante de la rama textil de la UTEP
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