Cultura

8 junio, 2020

Operación masacre: entre la historia y la literatura

El 9 de junio de 1956 un grupo de militantes peronistas se levantó contra el gobierno de facto de la “Revolución Libertadora”, pero horas después fueron fusilados. Estos hechos fueron investigados por Rodolfo Walsh, quien revolucionó a las bases tradicionales del periodismo. Es una novela, pero no es ficción: hay un fusilado que vive.

Victoria García

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Hubo mucho de azar en la génesis de Operación masacre: “La primera noticia sobre los fusilamientos clandestinos de junio de 1956 me llegó en forma casual, a fines de ese año, en un café de La Plata donde se jugaba al ajedrez, se habla­ba más de Keres o Nimzovitch que de Aramburu y Rojas, y la única maniobra militar que gozaba de algún renombre era el ataque a la bayoneta de Schlechter en la apertura siciliana”, señala el autor al comenzar el prólogo del libro ‒uno de los más célebres de la literatura argentina‒. 

Hubo azar en el encuentro de Walsh con los hechos ‒los fusilamientos perpetrados en la madrugada del 10 de junio, que expusieron con crudeza la impronta represiva del gobierno de la “Revolución Libertadora”‒, porque el escritor, por entonces, no era el militante comprometido con la búsqueda de la verdad que sería a fines de los años 60. “La violencia me ha salpicado las paredes, en las ven­tanas hay agujeros de balas, he visto un coche agujereado y adentro un hombre con los sesos al aire, pero es solamente el azar lo que me ha puesto eso ante los ojos”, continúa diciendo el prólogo.

Una violencia tan cruda que se presenta como insoslayable, incluso ante los ojos del Walsh de entonces, cuya ecléctica configuración ideológica combinaba el antiperonismo liberal con simpatías nacionalistas, y con una ética justiciera y humanista. En 1956, Walsh se encuentra con la violencia de Estado aunque no la estuviera buscando. A partir de ese momento, la Historia –escribirla, hacer de ella una política de la literatura– le resultaría inevitable.

En la investigación de lo ocurrido en el basural de José León Suárez entre el 9 y el 10 de junio, lo acompaña Enriqueta Muñiz, periodista y escritora de origen español, a quien conoció cuando trabajaba para la editorial Hachette. En una carta de fines de 1957, le escribe: “Si vos no me hubieras acompañado, yo habría emprendido solo la aventura, porque desde aquella misma noche me sentí literalmente poseído y avasallado por el tema, irresistiblemente arrastrado, y es en absoluto cierto que solo un tiro en la cabeza me iba  a parar”.

El azar original del encuentro con los testigos y con los hechos, así, cede el paso a la persecución tenaz de una verdad. La paradójica ventura de haberse encontrado con la desgracia de los fusilados de Suárez se transfigura como voluntad y hasta como obsesión, cuando Walsh emprende junto a Muñiz la aventura de la investigación que conducirá al libro.

El filósofo Alain Badiou enseña que así también sucede en el amor: es primero encuentro azaroso, y después una construcción sostenida. Un procedimiento de verdad que se despliega entre dos sujetos, en el pequeño mundo posible que imaginan y cohabitan.

Todo indica que entre Walsh y Muñiz, de hecho, se tejió una historia de amor, que alimentó la investigación que llevaron adelante. Hoy, una (re)lectura de Operación masacre resultaría incompleta sin los diarios de la investigación que escribió Muñiz y que se publicaron póstumamente en 2019. Estos revelan, entre otros aspectos interesantes, las dificultades con las que ambos se toparon en el diálogo con los sobrevivientes y testigos, sobre quienes pesaba el trauma de la violencia que habían padecido y el temor a represalias por parte del gobierno.

La investigación se publicó primero como una serie de notas periodísticas en distintos semanarios opositores a la “Revolución Libertadora”. Sectores nacionalistas, desplazados de la coalición del gobierno de facto en noviembre de 1955, proporcionaron el espacio para que los hechos se difundieran.

El libro apareció a fines de 1957. En el prólogo de la primera edición, Walsh sostenía: “Investigué y relaté estos hechos tremendos para darlos a conocer en la forma más amplia, para que inspiren espanto, para que no puedan jamás volver a repetirse. Quienquiera me ayude a difundirlos y divulgar­los, es para mí un aliado a quien no interrogo por su idea política”.

La historia del libro no terminó allí: nuevas ediciones aparecieron en 1964, 1969, 1972 y 1973, cada vez con modificaciones introducidas por el autor. A lo largo de esos años, Walsh se fue ganando un lugar destacado en el campo literario argentino y, a la vez, fue puliendo sus posiciones políticas. En 1968, cuando escribió su segundo libro testimonial, ¿Quién mató a Rosendo?, eligió concienzudamente el medio en que lo publicaría: salió en CGT, el semanario de la CGT de los Argentinos que para entonces dirigía.

Pese a las variaciones que sufrió el texto de Operación masacre, el núcleo narrativo del libro, centrado en la historia de los fusilados de José León Suárez, permaneció inalterado. Es sobre todo en esos pasajes donde reside la innovación literaria impulsada por Walsh, esa forma narrativa que años después en Estados Unidos Truman Capote denominó “novela de no ficción”. Esos pasajes del texto, donde el escritor (re)construye las vidas y las identidades de las víctimas de la masacre ‒enfrentando el silencio oficial sobre los muertos‒, han hecho del libro una pieza fundamental de la literatura argentina, y un texto ejemplar para el periodismo de investigación.

Resulta significativo que así sea. De hecho, desde un punto de vista histórico, el enfoque de Walsh sobre los hechos no dejaba de resultar parcial: su investigación no abordaba la insurrección cívico-militar impulsada por Juan José Valle y el Movimiento de Recuperación Nacional, ni la represión dispuesta por la “Revolución Libertadora” ante ella, sino el episodio puntual de José León Suárez que había tenido lugar en el marco de dicha respuesta represiva.

El autor eventualmente admitió aquel sesgo: “Renuncié al encuadre histórico, al menos parcialmente. Eso no era únicamente una viveza; respondía en parte a mis ambigüedades políticas”, afirmó en una entrevista de 1969. En las reediciones, procuró repararlo mediante la adición de nuevos prólogos y epílogos, pero ninguno de ellos resultó tan eficaz como el corazón narrativo de Operación masacre, que no casualmente el autor preservó sin modificaciones sustantivas.

De esta manera, la contingencia que rodeó la génesis del libro, ese encuentro impensado con los hechos que ocurrieron en el basural de José León Suárez, se inscribiríapara siempre en su historia. Y también en la memoria colectiva: la imagen de la “Operación masacre” suele protagonizar, si no acaparar, el modo en que recordamos los acontecimientos de junio de 1956.

Walsh enseñó, con Operación masacre, que la Historia no se escribe solo con los grandes nombres ‒Aramburu, Rojas, Valle, Tanco‒, sino que necesita de las historias particulares, de las vidas de sujetos en apariencia comunes y corrientes que la literatura tiene la capacidad de volver memorables y significativas.

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