8 junio, 2020
Ni una menos: reflexiones desde el movimiento
Desde el año 2015 que los 3 de junio son una fecha emblema para el feminismo. Sin embargo, en este año alejado de las calles, y en el medio de una crisis que no es únicamente sanitaria, la fecha nos invita a pensar nuevas preguntas y respuestas hacia el movimiento.

El último miércoles se cumplieron cinco años de aquel primer #NiUnaMenos, aquel grito que se hizo eco en cada rincón del país marcando un hito en la historia del movimiento de mujeres y disidencias, que dijo basta a los femicidios. Y como buenas brujas, ese grito fue convertido en mucho más, transformado en una cita para poner en jaque todo el sistema político, para denunciar cada opresión que nos toca vivir por el hecho de salirnos de la cis heteronorma.
Desde aquel 2015, los 3J son una fecha emblema, un símbolo de fuerza. El feminismo nunca se hubiera imaginado sin la movilización, sin esa potencia callejera. Sin embargo, van cerca de 70 días de cuarentena y la crisis no es meramente sanitaria. Es preferible nombrarla como una crisis civilizatoria, la cual obliga a ensayar nuevas respuestas y preguntas frente a un panorama que pinta largo y algo incierto.
Surfear la crisis: un dilema de transversalidad y redistribución de la riqueza
La palabra emergencia apareció una y otra vez, en boca de politiques, de expertes, de comunidades, de referentes sociales. ¿Que es hoy lo más urgente?, ¿donde estás las jerarquías de una sistema que mostró sus límites una y otra vez?, ¿quién define lo importante para las grandes mayorías? Emergencia alimentaria, emergencia habitacional, emergencia social, ¿emergencia en violencia de género? No es necesario contar femicidios o cantidad de llamadas al 144, sabemos que la realidad se ha recrudecido objetivamente.
Diversas organizaciones sociales y políticas acompañaron la Declaración de Emergencia Nacional por Violencia de Género en 2019, cuyos puntos más significativos reflejan la agenda de un movimiento que supo hacer de sus demandas politica publicas.
Un plan nacional de acción contra las violencias, presupuesto específico para aplicar estas políticas, red nacional de refugios, aplicación de la Ley Micaela, subsidios para mujeres que estén atravesando violencia, programas habitacionales, registro único de casos, programa nacional de promotoras, son algunas de las propuestas más importantes del proyecto. Todos esos puntos son claves, son herramientas no solo para aliviar las situaciones más críticas, sino que logran expresar las reivindicaciones y demandas que son deuda hace años.
El feminismo popular se mueve en tensiones, siempre incómodo. La fuerza de sus planteos hacen mella porque son radicales, porque apuestan a correr el horizonte de lo posible. Es urgente crear agendas que, aun en la emergencia, planteen una serie de ideas fuerza que se encarnan en lo más progresivo del sentido solidario y lo proyectan en clave de cuidado, autonomía y libertad.
Hay que poner en cuestión dos premisas implícitas en los discursos y acciones estatales (y en la de buena parte de la dirigencia de las organizaciones populares), evidenciando su carácter histórico y estructurante de sentido común, y denunciando no solo su falsedad, sino principalmente su funcionalidad a cualquier sistema de perpetuación de la desigualdad que haya existido.
Se trata de la vida
-No hay competencia entre la panza llena y el sometimiento de las mujeres y disidencias. No es posible poner en pie un proyecto de país, una patria justa y soberana si implícitamente entre los “esfuerzos” solidarios para salir de esta “entre todes” se nos impone aguantar la violencia por nuestro género, perpetuar y acentuar las desigualdades en las tareas de cuidado, prescindir de recursos básicos para nuestra autonomía como son los servicios que garantizan nuestra salud sexual, reproductiva y no reproductiva. No hace falta salir a la calle para ver que la primera línea de batalla en esta crisis está constituida en una abrumadora mayoría por mujeres. El contraste entre lo que se deja, y el cuidado que recibe, duele.
-El enfoque voluntarista: no es amor, es trabajo no pago. Ante las deficiencias que el Estado y la sociedad encuentran para asumir estructural y transversalmente esta situación, emergen respuestas individuales y organizadas. Sabemos que el movimiento de mujeres y feminista es una inmensa red que contiene a base de convicción, sororidad y sacrificio. Estamos orgullosas de esto, reconocemos su valor humanitario, pero no estamos dispuestas a ser ubicadas en ese lugar de forma impuesta y tramposa.
Para garantizar los derechos humanos de las mujeres y disidencias no alcanza con buenas ideas y sororidad. Una de las razones de ser del patriarcado es organizar y jerarquizar la producción, de un modo tal que una porción bastante relevante del gasto que implica la reproducción del sistema (y más en contexto de aislamiento social) recaiga en las economías domésticas, las que menos ganan y más trabajan.
Las desigualdad de géneros y la transversalidad en el Estado
La creación del Ministerio de Mujeres Género y Diversidad es un triunfo del movimiento, y sin duda visibiliza y jerarquiza una cuestión “de Estado” con el sentido de impulsar una perspectiva de derechos que debe atravesar toda política pública. El feminismo popular sabe también que está ante un problemática que excede la capacidad ejecutiva de un Ministerio.
Es ingenuo a estas alturas sostener el imaginario que hay un área especializada encargada de resolver estas desigualdades. Sin dudas que la construcción de orientaciones, respuestas y articulaciones que se impulsen desde allí deben ser una base sólida para desafiar a los agentes del Estado, y sus estructuras a iniciar o profundizar ese largo proceso de transformaciones. Es necesario chequear el efecto de esas voluntades.
No alcanza entonces con “las expertas en género”, hay que ir por todo. El mundo es movido por las mujeres, pero está pensado con las medidas del hombre. Y no cualquier varón: cis, blanco, heterosexual. Pensar política pública con perspectiva de género es darle cuerpo a la igualdad.
Van aquí tres dimensiones especialmente sensibles a la hora de pensar la integralidad de la política pública para erradicar las desigualdades y actuar frente a la violencia:
-La territorialidad de la política pública: Una mirada desde lo profundo de nuestra patria. ¿Cómo se vive la desigualdad en clave federal? Por eso hay que celebrar iniciativas como la Red de Articulación Territorial, los Foros Federales Participativos para la creación de un Plan nacional Contra las Violencias, el Registro de Promotoras. No hay forma de pensar política pública sin el reconocimiento del Estado, y no hay forma de hacerlas efectivas, si no se potencia con recursos el trabajo que por abajo se teje hace tanto tiempo.
-La ruta crítica y su laberinto. Hoy la violencia de género suele pensarse con tres claves bien precisas: se aborda sobre la emergencia, se piensa solo hacia las víctimas y es judicial el proceso. Por supuesto que hay leyes, hay miles de papeles que hablan en otras claves, pero a la hora del accionar concreto, queda mucho por deconstruir. Las instituciones expulsan y revictimizan a las mujeres en cada paso. Son las redes feministas y el compromiso de muches trabajadores que construyen artesanalmente cada estrategia, las que permiten algo de reparación contra tanta vulneración de derechos.
-Nuestra autonomía al centro. La otra gran barrera es la material, la económica. ¿Qué proyecto hay para aquellas mujeres que deciden romper un vínculo violento?, ¿qué proyecto tenemos las mujeres y disidencias hoy? Celebramos la inclusión de los Programas de Trabajo Autogestionado para situación de violencia de género, pero hay que correr el horizonte unos pasos más.
Se trata de políticas concretas, de planes de trabajo entre el Estado y las organizaciones que permitan diagramar otras vidas posibles. Cupos en los planes de vivienda, refugios en condiciones, espacios de cuidados en cada barrio. Tierra, techo y trabajo como base para una vida libre de violencias.
Que la crisis no se lleve puesto el horizonte: la salida es por abajo
La resolución de esta crisis está abierta, y se palpita la urgencia cada día. La salida no solo es todes, tiene que incluir las claves del feminismo. No se trata de hacerle un lugar, se trata de poner sobre la mesa las demandas de la mitad de la población. Las claves no son las de “las mujeres”, son las claves para pensar un mundo sin opresiones, anticapitalista y antipatriarcal.
El movimiento feminista marca agenda, cuela discursos en cada mesa y tiene claro el horizonte: para que todas vivamos mejor, alguno tiene que renunciar a sus privilegios. Tendremos que luchar para que la riqueza se distribuya, para que la desigualdad no sea moneda corriente.
El plan que elaborará a futuro -el pacto social dicen algunos, el nuevo plan marshall aventuran otros- tendrá que ser uno que ponga en el centro la vida, que reconozca los cuidados y las labores domésticas y que tenga a les de abajo como protagonistas. De otra forma, una vez más, habrá unos pocos definiendo la vida de unes miles.
Por Lucia Casiello, Karen Brett, Johana Lacour y Rocío Liébana. Integrantes de Mala Junta en Rosario, CABA, Santiago del Estero y Tandil
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