Géneros

5 junio, 2020

#NiUnaMenos: el pensamiento heterosexual, universidades nacionales y disidencia sexual

El problema de la expulsión de las personas diversas y disidentes de los ámbitos educativos, y especialmente de la Universidad, no es noticia. Las Facultades siguen siendo un espacio sumamente agresivo, forzándonos a la defensiva, mientras aguantamos la violencia y la invisibilización con la promesa de un conocimiento que nos asegure inserción laboral y una mejora en nuestras condiciones de vida.

Naiquén Quiñones

@iannaiquen

COMPARTIR AHORA

Como dijo Lohana Berkins alguna vez: “Cuando una travesti entra a la universidad, le cambia la vida a esa travesti. Muchas travestis en la universidad le cambian la vida a la sociedad”. Y Quimey Ramos, en una nota de opinión para la Agencia Presentes el año pasado, se preguntaba con el mismo espíritu: “¿Qué conocimiento guardan las travestis que las universidades desprecian?”.

Arrojadas al debate, estas frases suenan como un desafío que interpela a las conducciones de las Universidades Nacionales que, por más inclusivas y progresistas, gratuitas e irrestrictas que se propongan siguen siendo expulsivas a grandes porciones de la clase trabajadora, pero especialmente a quienes además de pobres son racializades y/o disidentes. Por eso también es un desafío a quienes habitamos las universidades, trabajadores de la educación y estudiantes que sí accedemos a este derecho conquistado, para revertir la situación y lograr una universidad verdaderamente “plural y crítica”.

Es especialmente crítica la situación del colectivo travesti que, en base a los datos recolectados en La revolución de las mariposas, una investigación elaborada en forma conjunta por el Programa de Género y Diversidad Sexual, la Fundación Divino Tesoro y el Bachillerato Popular Trans Mocha Celis en el año 2017, los estudios universitarios son un derecho vulnerado más detrás de una esperanza de vida de 35 años, reforzada por una dependencia mayoritaria a la prostitución (79%) y otros trabajos precarios, y una emergencia habitacional alarmante.

La expulsión de los sistemas estatales de salud y educación sigue siendo un dato generalizado para este sector de la diversidad o disidencia sexual. Si bien estos datos no son comunes a la totalidad del “espectro disidente”, sí podemos afirmar que funcionan para ellas y para todes nosotres los mismos dispositivos de violencia simbólica y de violencia epistemológica que Monique Wittig llamó straight thought, el pensamiento recto o pensamiento heterosexual que contribuyen a esa situación.

Soberanía identitaria: el derecho a entrar y a quedarse “como se me dé la gana”

En 2015, la Universidad de Buenos Aires aprobó un  Protocolo de intervención institucional ante denuncias por violencia de género, acoso sexual y discriminación de género, en sintonía con el avance del movimiento feminista y disidente con el primer Ni Una Menos. Si bien el articulado contempla una definición de la discriminación de género basada en estándares internacionales y la Ley de Identidad de Género (26.743) y se propone abarcar a todos los actores y espacios de la Universidad, sólo especifica el tratamiento de los hechos de discriminación para los estudiantes según  las “faltas” dispuestas por el Reglamento.

Queda abierto a los decanatos y Rectorado cómo tratar con profesores, docentes, funcionarios, y trabajadores de la educación no docentes. Esto significa que la conquista del Protocolo, tan parcial como se propone, es incluso más limitada si no se presiona para su aplicación. En Ciencias Médicas, el año pasado, una cátedra de Salud Mental mostró diapositivas mostrando “diferencias biológicas” entre el cerebro de hombres y mujeres y dispuso, consecuentemente, roles sociales basados en esas diferencias “científicas”.

Un año antes, en la Facultad de Ciencias Sociales el secretario de Extensión y Bienestar Estudiantil, Christian Bay, fue denunciado por violencia de género por parte de dos docentes, lo que redundó en una toma que logró su suspensión, pero que no impidió que el funcionario dejara de circular por la Facultad durante todo el año y el 2019 subsiguiente.

Estos casos máximos son ejemplos de una dinámica que atraviesa a toda la UBA, en la que las complicidades cisexistas y las prebendas políticas con la conducción de la institución se entrelazan y refuerzan mutuamente. Desde las jerarquías más altas del Rectorado y el Consejo Superior, la entidad de cogobierno con más jerarquía, se desprende un velo de complicidad con el binarismo y el cisexismo que se termina evidenciando en el día a día de la cursada de las mujeres y disidencias que transitamos la Universidad.

No faltan en los grupos de Ciclo Básico Común o de las Facultades denuncias de falta de respeto a la identidad de género autopercibida, amparada por la Ley ya nombrada, y que la misma UBA reconoce. Estudiantes de todas las edades estamos obligades a recitar la Ley de Identidad de Género para ser nombrades por nuestro nombre elegido en clase, o para ser registrades con nuestro género autopercibido en los documentos, aunque evidentemente ese sea nuestro género y no otro.

De la misma forma, somos invisibilizades en nuestro tránsito cotidiano en aulas y pasillos: travas, trans, no binaries, lesbianas, maricas, y bisexuales quedamos asimiladas para legitimarnos en una enunciación estéril, altisonante, y elitista de la jerga universitaria. El hombre barbudo sigue siendo, en las carreras universitarias, un fantasma que recorre el paradigma de científico o de intelectual.

Violencia epistemológica: la otra cara del pensamiento heterosexual

No se trata, sin embargo, sólo de una cuestión identitaria. Monique Wittig define el pensamiento recto o heterosexual como conceptos primitivos en un conglomerado de toda suerte de disciplinas, teorías, e ideas preconcebidas. Se trata de <mujer>, <hombre>, <sexo>, <diferencia> y de toda la serie de conceptos que están afectados por este mareaje, incluidos tales como <historia>, <cultura> y <real>”.

Estos conceptos están anclados, desde su misma génesis histórica, en un proceso de legitimación del régimen patriarcal que requiere de la familia y, por tanto, de la heterosexualidad obligatoria y del binarismo genérico para sostenerse. De ahí que las ciencias todas nos estudien como especímenes a diseccionar en la medicina, a “curar o medicar” en la psiquiatría, en observar para la antropología, en controlarpara la sociología.

Sin embargo, las les y los pocos de nosotres que entramos a la Universidad nos encontramos con esos “conceptos primitivos” que, directamente, niegan o patologizan nuestra existencia. Y de ahí tenemos tres opciones: o abandonamos, sin el apoyo social suficiente para hacer frente a los obstáculos; o nos asimilamos, borrando nuestra diversidad y adoptando al menos de manera provisoria los preceptos heterosexuales; o nos aliamos, y buscamos amigues que nos permitan “construir la nostredad” de la que habla la psicóloga social y activista trans Marlene Wayar, y volverla una fuerza política.

En solitario, escapa lo político: nuestros cuerpos son la simple negación de su teoría. Y el edificio teórico se derrumba, al menos en nosotres. Pero cuando nos juntamos en comisiones, en grupos de amigues, en agrupaciones, el asunto se vuelve compartido.

El edificio se derrumba entero, y la disputa está abierta.

Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.

Aportá a Notas