4 junio, 2020
#NiUnaMenos: (in)justicia patriarcal y feminismo antipunitivista para transformarlo todo
Tras un nuevo 3 de junio, mientras los femicidios aumentan y la temática carcelaria y la justicia está en boca de todes, parece oportuno discutir las raíces de la crueldad patriarcal que nos llevó a encontrarnos aquella tarde fría de 2016 para gritar que vivas nos queremos, y qué herramientas tienen el poder punitivo, el derecho y la justicia para darnos.
Lucía Mauriño
Hace unas semanas las feministas entramos a twitter y descubrimos que nuestro movimiento estaba muerto, que habíamos desaparecido, y vimos que señores de 50 años se erguían como grandes defensores de los derechos de las mujeres ,indignándose por la liberación masiva de asesinos y violadores (que no fue tal). Parece que defender los derechos de las personas privadas de su libertad nos volvía cómplices de la sociedad machista contra la que luchamos cotidianamente.
¿Acaso las feministas nos habíamos olvidado de defender la vida de nuestras hermanas?, ¿estábamos siendo cómplices silenciosas del descuido de la justicia hacia nuestras compañeras?, ¿o es que tenemos décadas de construcción feminista que nos enseñaron a gestar herramientas propias y comprender las limitaciones del punitivismo para lograr la sociedad libre de opresiones que soñamos?
¿Punitivismo para qué y para quién?
Los datos de los informes del Sistema Nacional de Estadísticas de Ejecución de la Pena evidencian quiénes van a la cárcel y quiénes no. Más del 80% de les preses no terminaron el secundario, y el 44% no tenía trabajo al momento de ser detenide. Además, la principal causa de encarcelamiento en nuestro país es por cometer delitos contra la propiedad por razones de supervivencia económica. El resumen, entonces, es que la cárcel está llena de pobres.
Hay un claro trabajo ideológico que realizan estas instituciones: nos eximen de la responsabilidad de comprometernos seriamente con los problemas de nuestra sociedad, escondiéndolos bajo la alfombra. El derecho penal se presenta como una salida individual a problemas colectivos que responden a las propias estructuras de nuestra sociedad, y las respuestas que da ante la violencia de género no escapan esta lógica.
Los femicidios y violaciones son la punta visible de un iceberg de opresión patriarcal que hoy circula como moneda corriente en nuestra sociedad, y nos violenta a las mujeres y disidencias en todos los ámbitos que recorremos. Si analizamos la realidad con las gafas violetas puestas, vamos a ver que esa moneda circula desde nuestra infancia, cuando nosotras jugamos a la cocina y ellos a ser astronautas y doctores.
Circula durante la adolescencia, cuando la Educación Sexual Integral no existe, cuando buscamos trabajo y el requisito excluyente es ser varón, y cuando lo conseguimos y cobramos un 30% menos.
Vemos la violencia heterocispatriarcal al caminar por la calle y escuchar cómo nos gritan y amenazan por nuestra identidad de género o por caminar de la mano con nuestra pareja. Lo vemos también al prender la tele, mirar los diarios o leer una novela. El machismo está naturalizado en todas las relaciones de nuestra vida.
¿Y entonces a nosotras de qué nos sirve el punitivismo?
Muchas veces ha surgido la propuesta de crear una ley que aumente las penas de los femicidas y violadores. ¿Cuál es el problema? Que una ley es una norma capaz de persuadir y disuadir, de cambiar la sensibilidad ética de nuestra sociedad y transformarla. Y al mismo tiempo, para que sea eficaz, la norma tiene que proteger un bien que la sociedad valore.
Dicho en criollo, si a nuestra sociedad no le importan nuestras vidas, y si no le interesa luchar contra el machismo, de nada nos sirve una ley que castigue los actos que atentan contra nosotras. No soluciona el problema de fondo, aunque empiece a juzgar los casos particulares.
Existe un pesado bagaje positivista en el ámbito jurídico que nos dice que el derecho es autosuficiente y nada tiene que ver con la sociología, la historia y la economía, pero el tratamiento de los casos de violencia de género evidencia una y otra vez la necesidad de un abordaje interdisciplinario. Quienes perpetúan esos crímenes no son desviados incurables sino sanos hijos del patriarcado, por lo que encontrar una solución sin salir del campo jurídico es imposible.
La ley sólo puede tipificar la punta de esa estructura enorme de violencia que vive encarnada en nuestra comunidad, y ahí está el foco del juego dialéctico entre sociedad y derecho. La función pedagógica que tiene la ley encuentra un límite inevitable en las creencias arraigadas de una sociedad que necesita hace tiempo un cambio de raíz.
¿Y dónde están las feministas?
Con décadas de construcción encima, las feministas nos hemos cruzado mil veces a discutir estos temas. Nos encontramos en las aulas, en las calles, en las ollas, y golpeando las puertas de los juzgados una y otra vez pidiendo que nos escuchen. No necesitamos que nos digan que la justicia nos falla, porque eso lo tenemos muy claro.
Aún si el punitivismo fuese una herramienta efectiva, en los crímenes de género carece de eficacia material en términos de sentencias adecuadas de lxs jueces. Si las compañeras sabemos que incluso juntando todo el coraje necesario para hablar, más del 70% de las denuncias de violencia de género terminan archivadas ¿En qué justicia esperan que confiemos?
La justicia hoy es aquella que llamó “desahogo sexual” a una violación en manada, que negó que lo que le hicieron a Lucía Pérez fue femicidio, que metió presa a Higui por defenderse de una violación y culpó a Luz de un crimen que no cometió por ser puta, trans y pobre. Ahí también hace falta un cambio profundo.
Nosotras no queremos más punitivismo porque sabemos que la cárcel de resocialización no tiene nada y que lo que falta son políticas reales de prevención que traten el problema desde sus bases, y porque entendemos que en un contexto de avanzada neoliberal en América Latina “las herramientas del amo nunca podrán desmantelar la casa del amo” y nuestro destino es transformarlo todo.
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