El Mundo

31 mayo, 2020

SpaceX y la guerra (económica) de las galaxias

Este sábado EE.UU. volvió a lanzar una nave al cosmos por primera vez en nueve años. Si bien se lo presentó como un avance científico, no implica ninguna gran novedad técnica, pero sí tiene un importante trasfondo geopolítico.

Santiago Mayor

@SantiMayor_

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Millones de personas saliendo a la calle a denunciar el racismo; autos de policía prendidos fuego en Minneapolis, Nueva York, Atlanta y otras ciudades; violentas represiones por parte de las fuerzas de seguridad. Muy poco o nada de eso se vio el sábado en la transmisión de los principales canales de televisión de Argentina y el mundo. 

Sin embargo, hubo una cobertura que acaparó una gran cantidad de minutos en las pantallas: el lanzamiento hacia la Estación Espacial Internacional (EEI) del cohete Falcon 9 con la cápsula Crew Dragon desde Cabo Cañaveral, en el Estado de Florida. Originalmente programado para el martes 27, el despegue fue pospuesto debido a las malas condiciones climáticas.

Tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales tuvo una gran repercusión y se habló de un acontecimiento “histórico”. «Talento verdadero, genio verdadero, nadie lo hace como nosotros», aseguró el presidente estadounidense Donald Trump que viajó hasta la base para ver el lanzamiento en vivo y en directo.

Sin embargo se trató del vuelo número 99 a la EEI desde el primero realizado en diciembre de 1998. Incluso los dos astronautas que viajaron, Bob Behnken y Dough Hurley, ya lo habían hecho con anterioridad.

En ese sentido, en términos científicos, el lanzamiento no implicó ningún avance significativo. La novedad principal estuvo en que, por primera vez, viajó al cosmos una nave diseñada y fabricada por una empresa privada: SpaceX del magnate Elon Musk.

El otro dato relevante es que se trató del primer despegue desde territorio estadounidense en nueve años. El último había sido el 8 de julio de 2011, dando por finalizada la “era de los transbordadores” que había comenzado en 1981.

Desde entonces y hasta este sábado, la NASA venía alquilando los cohetes Soyuz de la Agencia Espacial Federal Rusa para poder enviar a sus astronautas a distintas misiones.

La explotación de la Luna y los “Acuerdos de Artemis”

En 2014 la NASA hizo un acuerdo con las empresas privadas SpaceX y Boeing (que en noviembre lanzará una nave no tripulada) con el objetivo de que para 2017 se pudieran realizar los primeros despegues. Sin embargo, por distintas razones esto se fue posponiendo, relegando a EE.UU. en la carrera espacial del siglo XXI.

Rusia, recuperada de su debacle económica tras la caída de la Unión Soviética, continuó enviando misiones a la EEI durante los últimos años. De hecho, envió en abril de este año a tres tripulantes que fueron quienes recibieron este domingo a Hurley y Behnken: los rusos Anatoly Ivanishin e Ivan Vagner, y el estadounidense Chris Cassidy. Por su parte, en 2019 tanto China como Israel y la India enviaron sondas a la Luna. 

Frente a este escenario, la NASA intenta recuperar la iniciativa gracias al acuerdo con SpaceX. Sin embargo, detrás del marketing que tuvo el lanzamiento del sábado existe un interés económico.

Días atrás la agencia espacial estadounidense presentó los llamados “Acuerdos de Artemis”. Se trata de un convenio unilateral pero al que se ha invitado a todos los países que quieran a firmarlo.

El mismo busca actualizar el Tratado sobre el espacio ultraterrestre de 1967 que estableció, entre otras cosas, la prohibición de enviar armas de destrucción masiva al cosmos así como la “privatización” y explotación de la Luna.

Entre los puntos más importantes de los Acuerdos de Artemis está la propuesta de crear fronteras en el satélite natural de la Tierra. Estas “zonas seguras” (así las llama) pertenecerían a cada uno de los Estados participantes y deben ser respetadas por el resto.

Asimismo, se establece la posibilidad de extraer y utilizar recursos que se encuentren allí, como también en Marte y distintos asteroides. La justificación de la NASA es que esto permitiría producir combustible directamente en el espacio exterior aumentando la autonomía de los viajes.

Si bien no está comprobado, se estima que en territorio lunar se puede encontrar hierro, titanio, aluminio, silicio, calcio, magnesio, hidrógeno y hasta combustibles fósiles. Además de tierras raras con las que se fabrican componentes esenciales para vehículos eléctricos o híbridos (uno de los principales productos de las empresas de Elon Musk), turbinas eólicas, dispositivos electrónicos y tecnologías de energía limpia.

Otros aspectos del convenio impulsado por EE.UU. son la obligación de proteger todos los lugares y artefactos que tengan valor histórico, incluidos vehículos y lugares de aterrizaje para las misiones Apolo y el compromiso de reducir los desechos espaciales.

Finalmente se plantea que los países están obligados a publicar sus planes y políticas para la exploración de la Luna, realizar actividades solo con fines pacíficos y utilizar sistemas compatibles con estándares internacionales abiertos.

Este acuerdo busca dar legalidad internacional a un decreto firmado por Donald Trump el pasado 6 de abril que desconoce el Tratado de 1967 y habilita la explotación comercial de la Luna. El ingreso de SpaceX y Boeing en la industria aeroespacial está directamente relacionado con esta perspectiva.

Sin embargo hasta ahora sólo Canadá y Japón se han mostrado proclives a firmar los Acuerdos de Artemis. Por su parte Rusia, que en un primer momento rechazó de plano la idea, asegura estar dispuesta a negociar.

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