21 mayo, 2020
¿Por qué grita esa mujer? (I)
La literatura argentina está construida sobre cuerpos feminizados y violentados. De cara a otro 3 de junio, un breve recorrido por relatos canónicos y textos contemporáneos para problematizar las relaciones entre literatura y vida y proponer otros modos de leer.
Se acerca otro 3 de junio y les feministes no podremos salir a las calles a exigir que no haya ni una menos. En este contexto, en el que los únicos delitos que no se dan descanso son los relacionados con la violencia de género, es necesario preguntarse por aquellas pedagogías de la crueldad a partir de las cuales nos configuramos como sujetes.
La literatura tiene un propio recorrido a través de las tramas violentas que despliega. ¿De qué modo se vincula la realidad con las ficciones argentinas? ¿Cómo se puede reflexionar sobre esa realidad a partir de las ficciones? ¿Desde qué perspectivas se lee a la literatura?
“La literatura argentina empieza con una violación”, afirma David Viñas, y augura, con esta fundación, la acumulación de cuerpos feminizados y violentados, sobre los cuales se continúa edificando la literatura nacional. La afirmación parte de la lectura del primer cuento argentino, El matadero de Esteban Echeverría, en el cual un grupo de mazorqueros capturan, desnudan y humillan a un unitario.
Los cuerpos violentados abren el espacio de lo literario en la nación. Asimismo, en la gauchesca y narrativa clave en el desarrollo de nuestra cultura, se cristaliza una división de roles de género. Los cuerpos femeninos aparecen silenciados, siempre en clave de “prendas”, objeto, territorio y propiedad de los gauchos como “la china” en El gaucho Martín Fierro y “Vicenta” en Juan Moreira. La pulsión de esas primeras violencias sigue operando hasta la actualidad.
La precariedad de los cuerpos
Los cuerpos feminizados funcionan como lienzos sobre los cuales se inscriben las tramas de la violencia. Las narrativas que se leen en ellos permiten observar cómo se cruzan y superponen diferentes lógicas de poder. El cuento El niño proletario de Osvaldo Lamborghini pone en primer plano un cuerpo infante que funciona como “espacio en blanco” sobre el cual se concreta una condena de clase. El cuerpo se feminiza a partir del abuso de niños burgueses, que reconfirman su poderío en ese acto de sometimiento del niño canillita.
Con un resultado diferente, las mismas opresiones funcionan en el cuento El pecado mortal de Silvina Ocampo, cuento en el que la narradora protagonista rememora y reconstruye su abuso a partir del recurso de la segunda persona por medio del cual se dirige a sí misma cuando era niña.“Te buscaría por el mundo entero a pie como los misioneros para salvarte si tuvieras la suerte, que no tienes, de ser mi contemporánea”, relata.
La niña burguesa es subyugada por su “sirviente” que se apodera de su cuerpo como forma de reconfirmar una masculinidad fragilizada por la condición de clase. La niña, subsumida en una lógica cristiana, no encuentra palabras para enunciar la violación y solo logra comprenderla como un “pecado mortal”.
Por su parte, la novela contemporánea Las malas, de Camila Sosa Villada, configura un universo travesti en el cual la precariedad atraviesa los cuerpos de las protagonistas. Estos son leídos por sus victimarios como cuerpos disponibles, vulnerables y pasibles de ser violentados en una serie de episodios.
Una patota de policías extorsionan a la adolescente travesti y la violan como precio a pagar por su identidad. La escena no aparece narrada, sino que las marcas del acto sobre el cuerpo y la sangre se inscriben como huellas en la superficie textual y permiten reponer el evento por el cual la corporalidad transforma su valor: “Desde ese día mi cuerpo cobró un valor distinto, dejó de ser importante el cuerpo, una catedral de nada”. Así, como propone Rita Segato, “el patriarcado es la primera pedagogía de poder y expropiación de valor”.
Los cadáveres de nuestra cultura
Las pedagogías de la crueldad son aquellas que enseñan a los sujetos a transformar lo vivo y su vitalidad en cosas. Las ficciones relatan, reescriben y actualizan las muertes de aquelles sujetes desubjetivades. La literatura argentina tiene su propio cementerio de mujeres femicidadas.
Ahora bien, ¿cómo interviene la literatura en el plano de lo real? Un libro canónico en nuestro pasaje por la escolaridad es Cuentos de amor, de locura y de muerte de Horacio Quiroga. El cuento “El solitario” presenta a María, y construye su imagen como la de una mujer cuya codicia se acentúa con el correr de la narración.
A partir de esto, el narrador busca generar en el lector empatía con su marido, Kassim, que se sitúa como víctima de su “loca” esposa. Todo el cuento funciona como dispositivo para legitimar y justificar el femicidio. En la imagen final se muestra a María, con su pecho desnudo y a Kassim hundiéndole un “firme y varonil” alfiler.
Otro de nuestros relatos canónicos, Los lanzallamas de Roberto Arlt, culmina con el asesinato de una adolescente “por andar con la mano en la bragueta de los hombres”, según lo justifica Erdosain, su protagonista.
La asesina, luego de su “mala conducta”, con un disparo en la cabeza en la cama de un hotel de la Ciudad de Buenos Aires. El femicidio se justifica como un acto de justicia divina, un castigo en el marco de una pedagogía patriarcal, y es el climax de la vida de un inventor fracasado y humillado.
Desde otra perspectiva, desde la contemporaneidad y desde la no-ficción, Chicas muertas de Selva Almada retorna mediante la investigación periodística a tres casos de femicidios que habían sido abandonados en los 90. La dedicatoria es a una mujer real asesinada: la impunidad es el puntapié para la narración.
La cronista tira de tres hilos, tres historias con finales inconclusos, para exhibir algo que subyace. Las páginas se colman de anécdotas de mujeres violentadas armando un tejido compacto de violencias entrelazadas, la trama de la cultura femicida que estructura nuestra sociedad.
La literatura argentina se fundó con una violación y se edifica sobre pilas de cadáveres de mujeres. Los textos canónicos marcan la cultura, producen y reproducen modos de vida basados en la violencia. Sobre los cuerpos feminizados en la literatura se construyen relatos desde los cuales se pueden pensar y repensar estas violencias. Los cuerpos funcionan como metáforas a ser narradas.
Susana Thénon en 1987 escribió el poema ¿Por qué grita esa mujer?. En él dialogan dos voces: una insiste en nombrar el grito, en buscar sus causas mientras que la otra intenta distraerse poniendo la atención en superficialidades, cuando no lo logra acude a la locura de la mujer como explicación. El verso “ya no grita” clausura el poema.
Los gritos de las mujeres y disidencias pueden acallarse o conjurarse en cada lectura. Se pueden abordar estas historias y cuerpos como metáforas desde una perspectiva crítica, feminista y revolucionaria para problematizar el funcionamiento de la cultura, y apropiarse de la palabra y construir una narrativa propia. Las lecturas permiten desplegar y hacer carne las voces silenciadas.
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