Derechos Humanos

19 mayo, 2020

Diario La Nación: el negacionismo, como los genocidios, también es sistemático

El matutino de la familia Mitre se caracteriza por publicar apologías a la última dictadura cívico militar. Su negacionismo con respecto a los crímenes de lesa humanidad cometidos traspasa varios límites, como sucedió con una reciente columna del abogado Alberto Solanet.

Agostina Suraniti y Santiago Pérez*

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¿Cuántas veces hay que desmentir al negacionismo con respecto a los crímenes y calamidades que se cometieron durante la última dictadura militar de nuestro país? No cabe duda: las que sean necesarias. Sobre todo porque la lucha es indispensable para descubrir el destino de todes les 30.000 compañeres desaparecides entre los años 1976 y 1983.

La forma en la que se expresan algunas personas a veces es un agravio. Este es el caso de Alberto Solanet, presidente de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia, que encuentra nada menos que en uno de los diarios de mayor alcance, La Nación, su tribuna para seguir negando esa parte tan dolorosa y dañina de la historia argentina.

«Es muy difícil alcanzar la verdad cuando la sociedad se deja manipular por el lenguaje» comienza el artículo. Siguen párrafos de «verdades absolutas» que niegan lo que quedó demostrado en el juicio a las Juntas Militares. Como así también lo evidenciado en los juicios siguientes, en las calles y, por sobre todo, en la memoria colectiva del pueblo argentino.

La diatriba comienza con una definición que le quita toda razón: “Un genocidio, en la definición de diccionario dice que se trata de un ‘exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de religión o de política’». 

Más de 30.000 compañeres desaparecides y torturades en 762 centros de detención clandestinos distribuidos en todo el país -según el último informe del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación-; más de 400 hijes desaparecides, nacides en cautiverio o arrancades de sus padres. ¿Esto no suena a plan sistemático de exterminio?

Según los archivos desclasificados del Departamento de Estado norteamericano, ya habían desaparecido o asesinado a 22.000 personas entre 1975 y 1978. Y esto es sólo uno de los miles de documentos que aún quedan por desclasificar y a los que se sigue reclamando acceso. Quizás no se cuentan a las víctimas de a millones como pretende la nota con su definición de genocidio. Y aun cuando nos sentimos afortunades por ello, seguimos pagando los estragos de la dictadura genocida.

Durante las últimas cuatro décadas existieron distintos juicios a los represores donde, gracias al aporte de las víctimas del terrorismo de Estado y sus familias, se pudo develar la ubicación de los centros clandestinos de detención, las maneras atroces que asumió la violación de derechos humanos y el plan sistemático para la desaparición forzada de personas y secuestros de bebés. 

Esos “viejos indefensos” que hoy agonizan en la cárcel, según el relato casi conmovedor de la columna, son los responsables de que en el presente haya familias que no tengan donde ir a llorar a sus hijos e hijas porque nunca les dijeron dónde están sus cuerpos. También lo son de que haya nietos y nietas que crecieron desconociendo su verdadera identidad. Estos ancianos son los responsables de las violaciones a las pibas detenidas, de las picanas, de los submarinos, de los vuelos de la muerte, de los partos con mujeres esposadas, de las torturas, de los golpes, de los robos y de los saqueos. 

Hace algunos años se hubiera pensado que esta columna era meramente reaccionaria y de mal gusto, pero hoy el campo de disputa y el contexto son otros: El golpe de Estado en Bolivia, el ingreso de tropas mercenarias y estadounidenses en Venezuela y un presidente en Brasil, cuyas políticas en general y de seguridad en particular que no distan mucho de las que aplicaría un régimen de muerte, son hechos que obligan a una respuesta a este tipo de publicaciones.

Ojalá la Justicia siga reconociendo los atroces crímenes que se cometieron; ojalá que los genocidas no se puedan llevar más secretos a la tumba y antes de morir digan dónde están los cuerpos que faltan. Y ojalá deje de ser tan gratuito escribir estas cosas en un diario masivo, jugando con la memoria de un pueblo que no se cansa de recordar. Porque aprendió el camino que marcaron las madres y abuelas de Plaza de Mayo que -como decía Eduardo Galeano- constituyen un ejemplo de salud mental porque se negaron a olvidar en tiempos donde la amnesia era obligatoria.

*Integrantes de Atrapamuros, organización popular en cárceles

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