13 mayo, 2020
Liberación nacional y colonialismo: la paradoja del Estado de Israel
El 14 de mayo de 1948 las Naciones Unidas aprobaron la resolución que creó un Estado para el pueblo judío en el antiguo protectorado británico de Palestina.


Santiago Mayor
La existencia misma del Estado de Israel genera enormes polémicas que van desde su justificación bíblica hasta la negación total de su legitimidad y su deseo de destrucción. Creado un día como hoy de 1948, su conformación y ubicación geográfica no fueron producto ni de la decisión divina ni del azar.
El sionismo, la “cuestión judía” y el Estado
Surgido a fines de siglo XIX en Europa, el sionismo se planteó desde un comienzo la necesidad de un Estado-nación moderno para su pueblo.
Los fundadores del nuevo movimiento tuvieron la lucidez de concebir su propia existencia, en un contexto de fuerte antisemitismo, como un “problema”. Este discurso fue utilizado como mecanismo de negociación con las potencias europeas a las que exigían un territorio propio. Esto -aseguraban- resolvería el “problema judío”.
Si bien en los comienzos se barajaron distintos puntos del planeta, rápidamente se estableció que la nueva nación debía ubicarse específicamente en Erets Yisrael (los territorios del histórico reino de Israel según el Antiguo Testamento). Sin embargo esto no sólo fue rechazado por otras corrientes políticas del pueblo judío sino también por la ortodoxia religiosa, incluso entre quienes ya habitaban en esa región -entonces bajo dominio del Imperio Otomano-. El sionismo fue repudiado por tener una marcada impronta de laicismo y porque se consideraba blasfemo su proyecto: no se podía llamar a la creación de un Estado judío antes de la llegada del mesías.
A pesar de esta oposición, hacia fines del siglo XIX y principios del XX, el sionismo impulsó una paulatina pero ininterrumpida política de migración a las costas mediterráneas de Medio Oriente. El objetivo era poblar la tierra de Palestina y lograr así una mayoría judía que les permitiese reclamar la soberanía sobre ese territorio.
El rol clave del Reino Unido
Luego de la Primera Guerra Mundial, con el desmembramiento del Imperio Otomano, en 1922 se creó el Mandato Británico sobre ese territorio que pasó a ser conocido como “Palestina del mandato”. Sin embargo, desde tiempo atrás la colaboración del Reino Unido con el proyecto sionista era importante. El nuevo dominio colonial simplemente aceleró ese proceso.
En 1917 se redactó la Declaración Balfour, en la que el gobierno británico se comprometía a auxiliar al pueblo judío a establecer su patria en Palestina. Fue a partir de ese momento que los sionistas -con el aval de Londres- avanzaron en la consolidación de una sociedad y una economía paralelas en el territorio.
Esto incluyó la creación de los famosos kibutz -de orientación socialista-, pero también de milicias paramilitares que se enfrentaron a la población local compuesta mayoritariamente por árabes musulmanes.
Las importantes revueltas árabes -en 1929 y 1936- que se oponían a la colonización sionista fueron brutalmente reprimidas por la autoridad colonial. No obstante, el Imperio Británico tuvo que ceder y fue entonces que surgieron los Libros Blancos, que limitaban la migración judía.
A pesar de esto, los sionistas siguieron impulsando la ocupación del territorio palestino de manera ilegal y ante la pasividad de Londres, con el fin de revertir la relación demográfica algo que no lograrían hasta 1948 mediante la violencia.
El holocausto y el nacimiento de Israel
La Segunda Guerra Mundial aceleró radicalmente el proyecto de conformación un Estado para el pueblo judío. Luego del holocausto, la comunidad internacional decidió dar un apoyo decisivo al proyecto sionista, que se materializó en la resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que decretó el 14 de mayo de 1948 la división del territorio que ocupaba la Palestina del mandato dando lugar a la creación de dos Estados: uno bajo control árabe y el otro judío.
Ante la firme intención del sionismo de hacer cumplir esta resolución, los Estados árabes de la región (Siria, Jordania y Egipto) le declararon la guerra al naciente Estado de Israel.

El conflicto bélico finalizó con una victoria israelí, que llevó a la ampliación de sus fronteras a un territorio mayor al propuesto por la ONU, en el cual los sionistas consiguieron su objetivo de superar demográficamente a los árabes luego de expulsarles masivamente de sus hogares.
Un conflicto que forjó identidades y nuevos roles
La construcción de la identidad nacional palestina tiene, al igual que la identidad judía construida por el sionismo, un mito fundacional inspirado en el destierro. Una de las bases fundamentales en las que se asentó el reclamo de Israel sobre la tierra de Palestina fue la expulsión de los judíos de aquel territorio varios siglos atrás. Para las y los palestinos la piedra de toque de su identidad estuvo en la Nakba (catástrofe) de 1948.
El pueblo palestino no existía como tal antes de la creación del Estado de Israel más allá de una incipiente organización regional sobre las lealtades tribales que se autopercibían simplemente árabes. Su historia y tradición fue forjada a posteriori para construir una unidad, que fundamenta en esa historia el derecho de la Nación Palestina a conformar un Estado propio.
Sin embargo, no fue hasta el fracaso de los Estados árabes en la guerra de 1967 (tercer guerra perdida contra Israel desde 1948), que se llevó a cabo una renovación en la dirigencia palestina -tradicional y proclive a los pactos por arriba- que abrió un nuevo espacio para la acción política.
La nueva camada, nucleada en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y bajo el liderazgo de Yasser Arafat comprendió que la liberación de los palestinos no provendría de los Estados árabes de la región, sino que debía ser obra del pueblo. Sobre estas bases, la OLP comenzó a organizar a los refugiados y también a proyectar en todo el mundo (mediante importantes acciones armadas) la “cuestión palestina”. Dando así pie a un discurso que impulsó y logró que los palestinos comiencen a ser reconocidos como pueblo a nivel internacional.
Liberación nacional colonialista
A pesar de las similitudes en el relato fundacional sionista y palestino, existe una diferencia fundamental en la posición en que se encontró cada pueblo tras la guerra de 1948. El intelectual israelí nacido en Marruecos, Schlomo Ben Ami, sostuvo que “la presencia entera de los sionistas en Palestina era ‘políticamente’ una agresión”. Asimismo, el primer primer ministro de Israel, David Ben Gurión reconoció que “el combate, es sólo un aspecto del conflicto, que en su esencia es político”. “Políticamente nosotros somos los agresores y ellos quienes se defienden”, sentenció.
Este nuevo papel de “agresores” obligó al sionismo a buscar con mayor urgencia justificaciones a sus acciones. Dejaron de ser el pueblo perseguido, para ser el perseguidor y opresor. Fue entonces que nació el relato de la “misión” civilizatoria y pionera, de fuerte impronta positivista que todavía hoy persiste. La idea de que antes allí había “un desierto”, niega la existencia de otros pueblos con trágicas consecuencias hasta la actualidad.
El 14 de mayo de 1948 marcó entonces una particular paradoja histórica: en un mismo movimiento el sionismo logró la “liberación nacional” de los judíos, pero lo hizo mediante el sometimiento colonial y la ocupación ilegal de los territorios de otro pueblo. Una injusticia que se sostiene más de 70 años después.
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