Cultura

12 mayo, 2020

De monstruos, literatura y coronavirus

Los monstruos aparecen en los momentos de crisis. En medio de la pandemia del coronavirus, un breve recorrido narrativo para recordar a los monstruos de ayer y reflexionar sobre los que nos acechan en la actualidad.

El sabat de las brujas, David Teniers, 1633

Victoria Bortnik

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Las narrativas del terror aparecen inherentemente ligadas a contextos de crisis social. A lo largo de la historia, estos discursos codificaron el horror colectivo a través de monstruos como figuras que personifican y le dan materialidad a los peligros que tanto ayer como hoy nos acechan.

En estas narrativas, los monstruos son personajes del orden de lo fantástico que irrumpen en el plano de lo real, subvirtiendo las leyes del mundo conocido y encarnando lo ominoso. 

Se viven tiempos excepcionales, las reglas de nuestros mundos aparecen subvertidas, pero el reinado de la racionalidad y la epidemiología mató a los clásicos monstruos, dejando de frente a un “enemigo invisible”. 

Vampiros y brujas: un pequeño recorrido sobre narrativas y epidemias

La existencia de los monstruos tiene su propio tratado: Malleus Maleficarum, escrito en 1486 por dos monjes inquisidores dominicos, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger. Este tratado despliega su propio bestiario: súcubos, íncubos, muertos vivientes, brujas y aparecidos, entre otros.

El Malleus Maleficarum reúne a todos estos seres sobrenaturales, pone en palabra y confirma, bajo la autoridad eclesiástica, que las brujas y los demonios conviven con el resto de los mortales. Estos seres con poderes sobrenaturales son descritos como una amenaza para la población, por lo cual resultaba un imperativo cazarlos. Los monstruos poblaban el imaginario social dentro del paradigma religioso y todo aquel que ponía en duda la veracidad de estas palabras era declarado hereje y condenado a muerte.

Santiago en la cueva del brujo, Pieter Brueghel, 1654

No resulta extraño, entonces, que la historia de las epidemias sea también una historia de monstruos. Lo sobrenatural funcionaba como la narrativa que permitía explicar la transformación de los cuerpos y personificar, a través del discurso, al culpable de las muertes inexplicables.

La aparición de los vampiros en la Edad Media, previa a la publicación del Malleus Maleficarum pero en sintonía con el mismo, aparece ligada a la irrupción de epidemias como la peste negra que devastaron a las poblaciones europeas.

En las narrativas de la época, plasmadas en algunos textos medievales canónicos como Historia rerum Anglicarum (1198), estos monstruos eran muertos que resurgían de sus tumbas y aterrorizaban a la población. No eran las pestes sino los vampiros los responsables de las muertes. Algunos seducían a sus víctimas y les chupaban la sangre, otros volvían de la muerte para acechar a sus familiares. 

A diferencia de la incontenible peste, se podía acabar con los vampiros mediante la incineración. En las narraciones, quemando al vampiro se terminaban las muertes, ideologema que resolvía los horrores de una realidad material que resultaba incontenible. En algunas regiones, los vampiros personificaron las epidemias y fueron responsabilizados por ellas hasta entrado el siglo XVIII. 

De este lado del mundo, en las tolderías de nuestra pampa, las enfermedades también aparecen ligadas al orden de lo sobrenatural. El gualicho, en mapudungun, representa a un espíritu o ser maligno que aparece como figura clave en las mitologías ranqueles, tehuelches, pampas y mapuches.

El general Lucio V. Mansilla, militar y autor de Una excursión a los indios ranqueles, narra que los ranqueles explicaban sus enfermedades como producto de que se les haya “metido” el gualicho. La “virgüela”, cuenta Martín Fierro, es la causa de la muerte de su fiel compañero Cruz durante su estadía en las tolderías pampeanas y es causada por el gualicho. La viruela, importada por los españoles desde los tiempos de la “Conquista”, causó estragos en los pueblos originarios americanos, debilitando sus defensas frente a los conquistadores y volvió a irrumpir dentro de esta población durante las campañas del “desierto”. 

Los textos decimonónicos narran que las brujas, principalmente mujeres mayores eran más proclives a ser poseídas por los espíritus malignos, corporizándolo. Se las responsabilizaba por estas epidemias y debían salvar a los enfermos. En caso de no hacerlo resultaba común que paguen sus culpas siendo sacrificadas. 

Lo fantástico y la contemporaneidad

Por otra parte, lo fantástico como género literario surge a fines del siglo XVIII como modo de configurar los traumas del desencantamiento del mundo, la descomposición de la tradición (todo lo sólido que se desvanece en el aire) y la ausencia de amparo en un discurso orientador. En esta narrativa, la civilización moderna y el mundo de lo conocido aparecen irrumpidos por un acontecimiento sobrenatural cuya codificación responde a los avances tecnológicos y científicos de la época.

El elemento fantástico encarna la otredad, lo oculto, aquello que la racionalidad no puede controlar y retorna. Los monstruos representan lo siniestro, lo que en la sociedad racionalizada aparece velado. Ejemplos populares de esta literatura son Frankenstein de Mary Shelley, y Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson.

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En la actualidad, en una nueva fase del capitalismo, el neoliberalismo desdibuja la materialidad y nos arroja al régimen del capital ficticio, de las apariencias, las fantasmagorías, lo espectral. No es casual que, ante otro desvanecimiento de todo lo sólido, los fantasmas, vampiros y brujas vuelvan a poblar las narrativas contemporáneas. Los monstruos como personificación y causa de las enfermedades en las manifestaciones del pasado son ideologemas que develaban y volvían material al belicoso y oculto enemigo del que tanto habla nuestro presidente. Ya no tenemos monstruos, pero sí espectros.

Hay que valorar la fuerza de la metáfora. “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”, sentenció Karl Marx en 1848, y la imagen sigue pulsionando y aterrorizando el imaginario de la derecha argentina, que busca revivir la narrativa del monstruo para dotar de materialidad a ese “enemigo invisible” -mientras, el gobierno norteamericano calma la sed de lo sobrenatural en un plano más propio de la ciencia ficción, publicando grabaciones de OVNIS registrados por el Pentágono-. 

En ese sentido, hay otro uso de la monstruosidad. Las representaciones vampíricas aparecen ancladas en figuras aristocráticas: basta con pensar en el conde Drácula o la duquesa Erzbet Bathory. Durante la Revolución Francesa, se llamaba “vampiros” a aquella aristocracia opresora, “parásitos” que chupaban la sangre de las clases más pobres para mantenerse en el poder.

Muches de les pensadores que están analizando la crisis abierta por el coronavirus sostienen que la epidemia pone en evidencia problemas estructurales que ya se venían desarrollando, y ven este momento como la posibilidad de pensar en nuevas formas de organización. Cabe en este sentido preguntarse ¿quiénes son los nuevos vampiros?

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