Derechos Humanos

11 mayo, 2020

Feminismo popular en cualquier lugar

La cárcel es una de las principales instituciones perpetuadoras del sistema patriarcal. Sin embargo, adentro el feminismo popular pesa fuerte, con ansias de cambiarlo todo.

Día 47 del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio. En la vereda de una calle comercial en La Plata, se ven 10 mujeres haciendo cola, con paciencia, distanciadas, abrigadas, con barbijos, esperando para entrar a un supermercado. A unos metros, sobre un local de venta de vinos, la fila la componen 5 varones. Dos de ellos, mientras esperan, se abrazan.

En las inmediaciones de las cárceles de la Provincia de Buenos Aires  siempre hubo colas, y largas esperas. Pero mucho antes de la pandemia, quizás porque les familiares de les detenides nunca tuvieron el privilegio de no tener que esperar. Ahora mismo la ecuación se revirtió, porque las visitas a los penales están limitadas desde unas semanas antes de que se decretase el aislamiento social obligatorio por parte del Gobierno Nacional y Provincial.

Si pudiéramos volver al principio y pedirle permiso al tiempo, propondríamos volcar la mirada en aquellas largas filas que, salvo por esta situación excepcional, se forman en las puertas y alrededores de las cárceles desde hace años. ¿Quiénes las componen? ¿Qué llevan esas personas consigo? ¿De quiénes dependen las personas privadas de su libertad? ¿Quiénes son les que esperan para cuidar? ¿Y adentro, qué pasa? ¿Quiénes están?

Según datos del Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena (2018), en la Provincia de Buenos Aires el 96% de la población detenida es “masculina”, mientras que el 3,8 % “femenina”, y el 0,2% “trans”. Pero, como destacó Vanina Escales en una nota reciente de LATFEM: “Todo el universo que rodea a ese 4% femenino y trans, y al otro 96%, está formado por mujeres”.

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Volvemos  a las filas largas y extenuantes que, desde tempranas horas de la madrugada, se realizan cotidianamente en los penales de varones: madres, novias, compañeras, tías, hijas, que cargan alimentos, artículos de higiene, ropa y abrigo, medicamentos, que viajaron desde lejos, que prepararon cada bolsa con cuidado y amor, para el cuidado de sus familiares.

En el caso de los varones detenidos, son las mujeres que los rodean quienes se convierten en sostén de sus familias necesariamente mientras la pena dure. Sostén económico, sostén de cuidados, sostén vincular. ¿A qué nos referimos? a que necesariamente, además de garantizar la olla para que todes tengan un plato de comida, es necesario organizar (y muchas veces reorganizar) el funcionamiento cotidiano del cuidado de les más pequeñes, de adultes mayores, y de cualquiera cercano que lo necesite. Esta disposición y organización familiar, muchas veces se complementa con redes que se tejen, con otras mujeres. Estos cuidados son para con la casa, y también para con el detenido.

En el caso de las mujeres detenidas, son escasos los vínculos familiares y sexoafectivos que se sostienen en el tiempo de la pena. Muchas veces sus hijes, si no están con ellas detenides, pasan a quedar a cargo de sus abuelas o tías, que en un laberinto de roles, generaciones y lazos sostienen la olla familiar. Y allí se replica el círculo mencionado.

Hace mucho tiempo que desde los movimientos de mujeres y feministas se insiste en la necesidad de visibilización de las tareas de cuidado, en varios sentidos. Por un lado, en reconocer que es esta una cuestión profundamente feminizada, que llevan a cabo las mujeres a lo largo y ancho del planeta. Por otro, la necesidad de reconocerla como un trabajo que, de la mano de su falta de reconocimiento como tal, fue y es históricamente no remunerado, y por último, posicionarla como una cuestión pública. De la mano de ello, se desprende la responsabilidad del Estado en interferir en una distribución más equitativa y justa de las mismas. Como comodín, se puede pensar que, si esto es así para la sociedad en general, cuando se habla de las cárceles, como siempre, es peor.

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Ante discursos punitivistas y profundamente crueles que afloran en medios, pantallas y balcones en estos días, que despojan a les detenides casi de su condición de humanidad, pero paradójicamente son profundamente individuales y centran la discusión en los individuos (que entonces, en tanto individuos, deberían tener derechos), es preciso destacar que cuando une pibe cae prese no cae sole, sino que caen con elles sus familias, sus afectos, sus historias.

Las familias también son atravesadas por las lógicas penitenciarias de manera obligada. Esto se ve en la mediación del trato con sus seres querides que están preses, en la exposición ante los procedimientos engorrosos en las visitas, en las esperas interminables, en los maltratos por parte del Servicio Penitenciario, humillaciones y violencias verbales y psicológicas, por  la reorganización necesaria de las tareas de cuidado del hogar, que deben prever, por los trámites judiciales, por las discriminaciones, y podríamos seguir. Pese a todo esto, sería injusto negar u omitir que también ofrecen resistencias a esa lógica instaurada, que construyen negociaciones y roles activos frente a esos contextos.

Y en todo esto, como siempre, las mujeres y las feminidades sacan de estas duras realidades lazos de fuerte solidaridad y organización. En las colas de la visita las viejas avivan a las nuevas sobre las lógicas penitenciarias y las protegen de los abusos. Las novias se hacen amigas y coordinan las visitas juntas para no ponerse en riesgo viajando de madrugada. Pequeñas alianzas, que de a poco van tejiendo la gran red de solidaridad y sororidad, una de las principales lanzas del feminismo popular.

Esa organización también dialoga y se expresa en ese feminismo práctico que se construye adentro de las cárceles, a través de las redes de contención, de trabajo, educativas, que las compañeras detenidas fueron generando y fortaleciendo con la irrupción de feministas populares en todos lados, también en las cárceles. 

A fuerza de convicción, reflexividad de la propia práctica y, por supuesto, aprendizajes de quienes precedieron la larga historia de lucha, el feminismo habita todos los territorios. Y allí donde pisa, se halla dispuesto a afinar la mirada, cuestionar lo evidente, desarmarlo, hacerle preguntas, y barajar de nuevo. En pos de discutirlo todo, el feminismo popular también se adentra en las instituciones patriarcales, además de habitar múltiples espacios que generar contradicciones e incomodidades.

Las cárceles no son la excepción. Allí, se repiten y reproducen -de un modo todavía más exacerbado- el entramado de lógicas de poder patriarcal que bien se conoce. Es también allí, que desde una pedagogía feminista, se despliegan y contraponen estrategias de supervivencia, contención, sororidad y una salida colectiva. Mientras la cárcel perpetúa injusticias y desigualdades, el feminismo popular lucha y sueña un proyecto integral de la sociedad.

Lorena Arambuena, Valentina Bianchi, Milagros Burlando* y Micaela Barrena**
* Integrantes de Mala Junta – La Plata
** Integrante de Atrapamuros

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