Géneros

11 mayo, 2020

A propósito de la semana mundial por la Salud Mental Materna

La semana pasada se celebró la campaña por la Salud Mental Materna. En ese marco proponemos una reflexión sobre la necesidad de considerar los efectos del tránsito por la maternidad, el nacimiento y el puerperio, desde una mirada compleja y desprejuiciada.

Victoria Caselles*

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Las organizaciones que forman parte de esta iniciativa realizaron actividades con el fin de visibilizar y sensibilizar a la población sobre los problemas de salud mental en el embarazo, el nacimiento y el posparto, señalando la importancia de mejorar las acciones y recursos de los gobiernos para la prevención, detección y tratamiento de padecimientos asociados a esta etapa de la vida de las mujeres, y -agregamos- de personas gestantes.

En nuestro país la Organización no gubernamental Materna en Red es una de las organizaciones referentes en materia de salud mental perinatal y viene trabajando en el acompañamiento a mujeres y familias en el tránsito de estos procesos. Algunas de las cifras que compartieron del impacto que esto tiene a nivel mundial, señalaban que 1 de cada 10 mujeres presentarán un problema de salud mental durante el embarazo y el primer año tras el parto. Y cerca de la mitad de estas no recibirán la atención adecuada.

Echar luz sobre estas cuestiones es necesario incluso al interior del movimiento de mujeres y los feminismos. La dificultad de politizar lo personal pareciera ser aún más complejo en lo referido a estos temas, recluidos no sólo al ámbito privado y exclusivo de las mujeres, sino también circulando de manera edulcorada o directamente con tabúes. 

Señalar y denunciar la violencia obstétrica representó un gran avance en materia legal, gracias a las leyes nacionales 25.929 (Ley de Parto Respetado) y 26.485 (Ley de Violencia contra las Mujeres). Aunque siguen abundando las prácticas que vulneran estos derechos, es un tema que ha logrado instalarse y contamos con herramientas, no sólo legales sino también colectivas, que ubican su importancia y de las cuales nos fuimos y vamos apropiando. 

Sin embargo, pensar en las maternidades, supone ir más allá de la violencia obstétrica. Pensar esa violencia como un momento más y -muchas veces condicionante- del proceso que supone empezar a ocupar en el plano social y personal, otro lugar. Por otra parte, los condicionamientos como el contexto, clase social, edad,  historia personal y las representaciones que se tengan sobre la maternidad, incidirán en cómo esta se transita. Si bien todo esto no permite generalizaciones, es posible, o al menos eso intentan estas líneas, pensar la Salud Mental Materna desde una perspectiva que pueda incluir esa interseccionalidad.

Volviendo a la campaña, uno de los flyers que circularon (importado de Europa), tenía como lema una frase que apelaba a una especie de autoafirmación  “No eres mala madre”. Difícil evitar que esto retorne como pregunta. Y entonces, ¿Hay un parámetro para serlo?  ¿Existe entonces una buena madre? ¿Qué madres deberíamos ser? 

Compartiendo estas reflexiones con otras colegas y compañeras madres, se empezaron a poner de relieve algunos de los cambios que suponen atravesar experiencias de maternidades deseadas, teniendo en cuenta el embarazo, el nacimiento y el puerperio. Al menos en nuestra sociedad y su organización actual, todo esto supone para las personas gestantes un período de puro desequilibrio y  reacomodamiento en donde casi todo se trastoca. 

Con mayor o menor registro, se percibe como una vivencia que implica una ruptura con nuestra vida previa, o al menos con lo que creíamos tener bajo cierta organización. A veces supone situaciones de exclusión de algunos espacios, de tareas y relaciones, una reasignación de prioridades, reconfiguración de la pareja o familia y un momento de impass e incertidumbre. Sumado a la ambivalencia emocional que puede presentarse entre las necesidades propias y ese Otre bebé fantaseade e idealizade, pero hasta el momento desconocide. Conflicto entre lo que habíamos armado en el ámbito público y lo nuevo que nos sustrae, nos demanda atención y sostén,  para confinarnos a nosotras en una cuarentena -ni preventiva ni obligatoria- en el mejor de los casos acompañadas. ¿Es posible vivir esto sin conflicto y sin contradicciones, con el propio cuerpo, con el otre y con la nueva realidad?

Claro que, patriarcado mediante, las violencias vividas dejan huellas en el ejercicio de la maternidad. No sólo sacralizando su existencia, sino también por las desigualdades que se manifiesta en el ámbito laboral y en el espacio público en general y sobretodo en la desigual distribución de tareas en la crianza y el cuidado, cuestión que se puso de relieve y en valor en estos tiempos de cuarentena generalizada.

Cuidar la salud mental perinatal entonces, es una responsabilidad social y colectiva que debería garantizar las condiciones materiales para reducir las desigualdades entre los géneros y su participación en estos procesos, así como también dejar de reproducir discursos que refuercen formas ideales de atravesarlos.

“No eres mala madre”  ¿Por qué tender a un discurso tranquilizador? En definitiva, todo mensaje que apunte a la normalización nos enfrenta con la exigencia de los mandatos. Incluso, en nuestros ámbitos de clase media más o menos politizada polulan discursos que a veces se solidifican como ideas-fuerza que nos marcan cómo debería ejercerse la maternidad y la crianza. Discursos que participan en la constitución de ideales que luego se topan con la complejidad que supone todo este desbarajuste emocional, mucho más real y descarnado.

Los discursos que idealizan el embarazo y la maternidad, que romantizan esta experiencia, y que muchas veces internalizamos, no dejan lugar para el conflicto. Y de fondo, la cuestión implica pensar a la salud mental siempre como conflicto. Un proceso de adaptación activa a una nueva realidad, que no es sin negociaciones y contradicciones. Saberse en ese conflicto, en definitiva, es nuestro reaseguro para no quedar capturadas en modelos ideales y habilitar así maternidades posibles, porque en definitiva la mejor madre es, ni más ni menos, la que podemos ser.

*Psicóloga feminista (mamá reincidente)

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