6 mayo, 2020
Efemérides (apología) freudolaplancheana
Con la excusa de recordar el nacimiento de Sigmund Freud, rescataremos la muerte de un autor fundamental, no tan tenido en cuenta, para insistir en lo más radical del pensamiento del mentor del psicoanálisis.

Hace exactamente 164 años nacía Sigmund Freud. A esta altura del partido, al menos en estas latitudes (Ciudad de Buenos Aires), dicen, no son necesarias las presentaciones: Freud en tanto “padre”, “inventor”, “descubridor” (prefiero decirle el primer psicoanalista) es parte de la cultura porteña.
Se dice, además, que es Buenos Aires la ciudad con más psicoanalistas del mundo, con más densidad poblacional -de psicoanalistas claro está- también, y que no hace mucho tiempo el vienés fue barrio: Palermo Freud. Porque al parecer hubo una época en la que les psicoanalistas se amontonaban en esa zona de la Ciudad.
Las ideas psicoanalíticas son localizables mucho más allá de los psicoanálisis, no solo en el “sentido común”, sino en su extensión hacia otros campos disciplinares a partir de elaboraciones reverberadas de inconsciente freudiano: Pierre Bourdieu, Theodor Adorno, Herbert Marcuse, León Rozitchner, Cornelius Castoriadis, Gayle Rubin, Luis Buñuel, etc, la lista es arbitraria y acotada. Sin embargo, no pretendo hacer una alegoría cumpleañera más, ensalzadora de la persona Freud, y por ello doy las gracias al azar que conjuga los hechos a los números de nuestros calendarios.
Hace exactamente 8 años moría Jean Laplanche, francés, médico, filósofo y psicoanalista. Ignoto como intelectual del psicoanálisis -me animo a decir- más allá del “diccionario” en estas latitudes. Más allá del diccionario: erudito de la obra de Freud, lúcido crítico y delimitador de los atolladeros del recorrido conceptual del mismo, y, también, pensador original.
Su vocabulario (mal llamado y traducido diccionario) es un (o dos, según la edición) libro de una difusión descomunal, al que tode estudiante de psicología accede. Sus textos, todos ellos (no-diccionario), estaban ausentes en las currículas en mis tiempos de estudiante de grado, de posgrado y de cursos dispensados por las instituciones psicoanalíticas por las que tuve la intención o el azar de transitar.
Decir Laplanche, es decir “el del diccionario” (obra que al ser en coautoría con Pontalís, lleva a muchos a confundir los nombres: «¡es lo mismo!»). Dato de color: compré todos sus libros usados, siempre sin huellas de su propietarie anterior. Dato de color 2: el primer libro de psicoanálisis de Laplanche es Vida y Muerte en psicoanálisis, este breve escrito habla de lo mismo.
Laplanche tuvo encuentros y desencuentros con Jacques Lacan. Los últimos, intuyo, le valieron su excomunión como autor -aun cuando la historia oficial nos cuente la versión contraria-. Además fue un psicoanalista osado, valiente en un campo que exige ciertos niveles de obediencia. En una de sus primeras intervenciones públicas de relevancia -y bajo la égida aun de Lacan- sostuvo que el inconsciente es como un lenguaje no estructurado, en clara polémica con la definición canónica de quien fue su analista y maestro.
Pero vayamos a lo que puede revestir interés, más allá de la vagancia de los datos hasta aquí vertidos, la efemérides que me propongo realizar tiene como motivo comentar el valor de la delimitación freudiana fundamental (lo inconsciente) al calor de la lectura laplancheana. Me interesa partir de una analogía propuesta por el francés para intentar captar la dimensión del establecimiento del inconsciente freudiano: la revolución copernicana.
Sin ánimos de exhaustividad recordemos que Nicolás Copérnico ha sido el astrónomo al cual se asocia la refutación de la teoría geocéntrica -aceptada entonces en el mundo occidental y consistente con la creación divina- estableciendo a partir de ello un corte en el modo de comprender el mundo.
Dicha transformación puede leerse como una revolución ya que promovió no solo una nueva astronomía, sino porque las transformaciones propiciadas fueron múltiples: religiosas, cosmológicas, físicas y filosóficas. El epistemólogo y físico Thomas Kuhn designa “cañamazo” a una conexión de ese orden, en la que una alteración determinada conmueve al conglomerado de campos articulados.
Es en ese sentido, que si puede llamarse revolución al proceso iniciado con Freud, (proseguido con aportes hechos por Lacan, aunque también obturado por lecturas derivadas de la institucionalización del pensamiento de este) es porque designa el descentramiento radical del humano, ligado a la idea del inconsciente en su acepción más fuerte, que es lo que podríamos delimitar como Ello: la otra cosa en nosotros, lo extranjero, el cuerpo extraño interno que nos habita y nos funda en tanto alteridad radical. Distintas formas de intentar cernir esa novedad escurridiza para nuestros esquemas de intelección aún vigentes.
Así, lo inconsciente, en última instancia describe que gravitamos en torno a Ello como otro, en otredad irreductible y que tal lógica remite asimismo a que constitutivamente para ser sujetos resulta imposible sortear nuestra dependencia -también radical- de los otros, y de allí la prioridad del otro para el psicoanálisis laplancheano
Prioridad del otro, que tiene entre sus consecuencias la imposibilidad de pensar un inconsciente asimilable a cualquier forma de sujeto. No somos el centro de los que nos pasa, de nuestros malestares, ni siquiera de nuestro propio conocimiento.
Y si para algunes psicoanalistas el inconsciente ocupa el lugar de centro (en el sentido de un desplazamiento de la conciencia como centro) a partir de Freud, habría que poder explicar que se trata de un centro excentrado, con lo paradojal que pueda resultar esto. Pero cómo pensar si no el sueño, paradigma de la lógica recién expuesta.
En una etapa del psicoanálisis en la que para muchos ya todo parece haberse dicho, elucidado, y solo bastaría con invocar algún texto freudiano o seminario de Lacan, ir a Laplanche, como alguna vez Silvia Bleichmar (psicoanalista argentina, pensadora original, traductora de Laplanche e interlocutora intelectual de este) ha destacado, es ver la obra de Freud como una obra “en contradicción y llevar las aporías y hacerlas chirriar hasta el final, tomarla como una obra para trabajar y no como una obra para concluir.”
La revolución copernicana del psicoanálisis tal como fue catalogada por Laplanche resulta inacabada, y es resistida por procesos propios de nuestra sociedad (y que incluso repercuten al interior de las instituciones), por ejemplo el fetichismo del individuo, pero sin dudas resulta aún hoy una brújula para una práctica que busque radicalizar el proceso iniciado por Freud.
* Trabajado de la salud pública / psicoanalista
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