3 mayo, 2020
Feminismo, antipunitivismo y otras (no) contradicciones
El machismo y el punitivismo van de la mano. Pensar que la violencia patriarcal se resuelve arrojando personas al sistema penitenciario, donde no se garantizan derechos humanos básicos, es ingenuo y peligroso.

Aparentemente las feministas vinimos a este mundo a dar explicaciones y rendir cuentas. Por ser feministas tuvimos que leer mucho, porque nacimos en una sociedad que nos pone a prueba constantemente y que nos revolea con de todo. Por ser feministas tuvimos que explicar por qué el feminismo no es lo mismo que el machismo. Sí, desde algo tan básico como eso tuvimos que empezar.
También tuvimos que explicar por qué exigimos aborto legal, seguro y gratuito (y que eso no implica aborto obligatorio para todo el mundo) y que nadie tiene por qué opinar sobre nuestros cuerpos. No solo eso, también tenemos que explicarles que está mal que nos violen y nos maten y que podemos ser antipunitivistas sin que eso sea una contradicción.
El machismo y el punitivismo tienen algo en común: son productos del sistema capitalista en el que vivimos. El machismo suma feminicidios año tras año, mientras el punitivismo acumula personas tras las rejas en condiciones insalubres. ¿Cómo podemos pensar, entonces, que es el sistema penitenciario el que va a canalizar y resolver la violencia machista?
La cárcel hoy es un depósito de personas: la gente que «sobra» se tira ahí. Se la aparta y trata como un mal individual sin hacerse cargo de que el problema es social y estructural. Su objetivo es la reinserción, pero nadie hace nada para cumplirlo. Como siempre, las clases más humildes pagan los platos rotos: la cárcel no está llena de los grandes narcotraficantes que son los responsables de que los pibes y las pibas de los barrios consuman cualquier mierda, está llena de esos mismos pibes que roban un par de zapatillas para poder seguir comprando, o de la madre de cinco pibes que para parar la olla en la casa encontró una changuita que nadie le avisó que la iba a llevar presa.
En la cárcel se duerme mal, se come mal, la salud se deteriora, se vulneran los derechos. Acceder a la educación o al trabajo no es tan sencillo. ¿En qué reinserción pensamos sin capacitación, sin formación ni educación y sin garantía de derechos?
La verdadera puerta giratoria la hace el servicio penitenciario cuando pone en la calle a un pibe que pasó los últimos años de su vida en cana y no le da ni una SUBE para llegar a su casa.
Las feministas llevamos mucho tiempo pensando en todo esto. Y por eso pedimos que la justicia deje de ser machista. ¿Saben cuánto nos costó que dejaran de hablar de las «asesinadas por ataques de celos» o de «crímenes pasionales» para que habláramos de femicidios? ¿Saben cuánto tiempo nos llevó que se deje de hablar de “violencia doméstica” para que se hable de violencia por razones de género? ¿Saben de todas las veces que peleamos para que se cambien las carátulas de los travesticidios o que se tome en cuenta la identidad de género en los fallos?
Crecemos en una sociedad que nos muestra en la tele cómo se corta la pollerita, con un (por suerte ex) presidente que nos dice que está bueno que nos digan piropos, medios de comunicación vociferando que nos violan por la forma en la que nos vestimos o que nos mataron porque nos gustaba más ir a bailar que estudiar. Después, cuando nos violan o nos matan, tiran a los violadores en una cárcel que no sirve de nada, que reproduce las mismas lógicas de la sociedad machista sin repensarla. Ellos salen peor, mientras a nosotras nos siguen matando.
Todo esto sin mencionar que además nos revictimizan una y otra vez: nuestras caras y ropas pasan a ser cadena nacional mientras ellos permanecen en el anonimato. ¿Cuántos nombres y rostros de víctimas de femicidios conocemos? ¿Cuántos nombres y rostros de femicidas podemos asociar?
A nosotras nos juzgan: si hablamos, si no hablamos, si hablamos diez años después. Nos juzgan si nos quedamos en casa siendo golpeadas, pero no les importa si no tenemos a dónde ir o cómo pagar un plato de comida para les pibes. Nos juzgan si no vamos a denunciar, y nos juzgan en las comisarías. Nos juzgan en los medios, abusadas, violadas, asesinadas.
Ser feminista y no punitivista es entender que las violaciones, los femicidios y todas las violencias machistas tienen su origen en un sistema que nos oprime hace siglos. Es también dejar de pensar al violador como un caso aislado y que lo entendamos como producto del capitalismo, del patriarcado y de la opresión machista. Que queramos cambiar eso. Que queramos que la justicia nos crea cuando denunciamos, que nos dé herramientas para irnos de nuestras casas cuando lo decidamos y dejar de depender económicamente del golpeador. Es querer que las perimetrales se respeten, que nos cuiden.
Ser feminista y no punitivista es pensar que los cambios deben ser estructurales y culturales. Es querer prevenir en lugar de curar. Es construir en red y organizadas para voltear este sistema patriarcal y capitalista que nos necesita sumisas, oprimidas, calladas. Eso venimos haciendo hace mucho tiempo, y sin embargo hoy seguimos teniendo que dar explicaciones.
* Integrantes de Atrapamuros
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