Batalla de Ideas

3 mayo, 2020

La cultura en el cuerpo (de las mujeres)

La semana pasada, en un fallo histórico en Sudán aprobó en primera instancia la penalización de la mutilación genital femenina con tres años de cárcel. El debate universalismo/relativismo sobre los cuerpos de millones de mujeres y niñas.

Florencia Trentini

@ositewok

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Sudán es uno de los países con tasas más altas de mutilación genital femenina, allí aproximadamente el 90% de las mujeres han sido sometidas a este tipo de prácticas. A nivel mundial se calcula que alrededor de 200 millones de mujeres y niñas han sufrido estas acciones sobre sus cuerpos. La mayoría se concentra en 30 países de África, Medio Oriente y Asia, y suele llevarse a cabo en la infancia, generalmente entre la lactancia y los 15 años.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la mutilación genital femenina como la escisión total o parcial de los órganos genitales femeninos o cualquier otra lesión de los mismos por motivos no médicos, sostiene que este tipo de procedimientos no aporta ningún beneficio a la salud y se opone a que los dispensadores de atención de salud las realicen. 

Los motivos por los que se practica suelen ser “tradicionales”, es decir, que tiene una “función” para esas culturas. Lo que lleva irremediablemente al debate entre el universalismo, que condena esta práctica como una violación a los derechos humanos o al relativismo, que informa que “es cultural” y que opinar sobre esto desde valores propios está mal. En el medio lo que hay son los cuerpos de millones de mujeres y niñas.

Universalismo y relativismo cultural

A lo largo de la historia de la antropología hubo distintas formas de dar respuesta a la pregunta sobre ¿por qué el otro es distinto? El evolucionismo lo resolvió explicando que era literalmente “atrasado”. Para esta teoría “los otros” se encontraban en fases previas del desarrollo cultural por las cuales la civilización europea del siglo XIX ya había pasado. 

Si te encontrás diciendo que “el otro” tiene menos cultura o pensas que no llegó a ser tan “civilizado” como vos, eso es resultado del pensamiento evolucionista. Básicamente, para esa forma de pensar, la cultura de la humanidad es una sola y lo que vemos en distintos grupos humanos son estadios de su evolución.

Pero las teorías no se quedan en los libros, el evolucionismo fue una justificación fundamental para políticas esclavistas, guerras y hasta genocidios. Después de todo, si ese “otro” no permite el progreso, si ese otro es un salvaje o bárbaro peligroso, debería estar permitido proteger a la “civilización” de su existencia. Sin retrotraerse a la dicotomía entre “Civilización y Barbarie” de Domingo Faustino Sarmiento o a frases que se dijeron en el Congreso argentino para dar lugar a la avanzada militar sobre los territorios de Patagonia a fines del siglo XIX, en la actualidad este tipo de pensamiento continúa justificando las peores acciones.

Es lo que hace, también, que las muertes en algunos países parezcan menos condenables que en otras. No es lo mismo un atentado en territorio africano o de Medio Oriente que en París o Nueva York. Y eso es también evolucionismo. 

Sin llegar a casos extremos, es bastante más cotidiano de lo que se puede suponer. Es fácil encontrarse en el presente usando ese pensamiento evolucionista gestado a fines del siglo XIX, cuando se habla de habitantes de barrios populares y villas, de senegaleses que trabajan en la calle, de cartoneres, de indígenas. Porque claro, el racismo y la discriminación es resultado de ese tipo de pensamiento en el que “el otro” no es tan desarrollado como uno.

Entonces, para discutir con ese universalismo evolucionista surgieron teorías que valoraban a cada cultura, que sostenían que no podía mirarse “al otro” con ojos externos, que no se tenía que juzgar sus prácticas y representaciones, que eran tan válidas como cualquier otra. 

Si para el evolucionismo, el otro carecía, para estas teorías tenía lo mismo, solo que distinto. Porque la cultura ya no era una sola sino que había diversidad cultural y cada una debía ser respetada, entendida y explicada sobre sí misma. 

Si para el evolucionismo la Cultura (en singular y con mayúscula) era una flecha única y unilineal, para estas teorías relativistas las culturaS (en plural y con minúscula) eran “islas” que se debían conocer, pero no comparar.

Se trata de un gran paso comparado con la idea de “atrasados culturales”. Sin embargo, esto implicó también una homogeneización de las culturas: pensar que “los chinos” son de una manera, que “los qom” son de una determinada manera, y generalmente esa manera es propiamente cultural, única, inmodificable. Como si las tradiciones y las costumbres no se vieran influidas y modificadas. Es cultural, hay que respetarlo.

En ambas teorías -sobre todo llevadas a un extremo- no hay relaciones de poder, no hay desigualdad, entonces, discutir universalismo y relativismo en esos términos es una trampa de la que es difícil salir. 

Por eso a la mutilación genital femenina se la puede reconocer como una violación a esos derechos humanos “universales” y caer en la fácil de pensar que lo que pasó en Sudán la semana pasada fue una victoria de la “civilización”, porque después de todo es una práctica “salvaje” o “bárbara”. En definitiva seguir pensando de manera evolucionista donde se confunde universal con europeo, blanco y civilizado.

Ahora bien, del otro lado, el planteo sería que al no pertenecer a esa cultura (aparentemente única, sin desigualdades, sin asimetrías, sin que haya algunes que la pasen peor que otres) no se puede decir nada. Es decir, lo que se puede pensar como violaciones para nuestros cuerpos dejaría de serlo, simplemente porque le sucede al cuerpo de una niña o mujer que pertenece a “otra” cultura. Hay que tener cuidado de no confundir “pauta cultural” con desigualdad, violencia, discriminación.

¿Mi cuerpo es mío? ¿Yo decido?

A lo largo y ancho del mundo son los cuerpos de las mujeres y de las niñas los que son “atravesados” por “la cultura” ¿cuántas prácticas culturales “tocan” al cuerpo de un varón? Existen, es cierto, pero en la abrumadora mayoría de los casos los cuerpos a “la cultura” lo ponen las mujeres. 

Desde ya no todas las prácticas parecen tremendas. Se puede decir que agujerear las orejas de una niña cuando nace no está mal -y desde ya no se compara con prácticas de mutilación-, pero ¿cuántas veces se hizo la pregunta de por qué? 

Aun en los casos en los que existe el consentimiento de las mismas mujeres para vestir de una determinada manera o para pasar por determinada práctica, ¿se puede negar el “peso de la tradición” sobre los cuerpos? Más cuando esa tradición está asociada a conservar la dignidad o a perderla. 

La cultura jamás debería ser la simple explicación de nada que pase sobre los cuerpos de las mujeres, no debería serlo sobre su vestimenta, no debería serlo sobre su peso, no debería serlo sobre su corte de pelo y desde ya no debería serlo sobre nada que lo dañe irreparablemente. 

Para esto es importante desarmar “la cultura”, dejar de verla como algo homogéneo, coherente, cerrado e inalterable que permite explicar la diversidad aislada y sobre sí misma, porque lo que esto esconde son relaciones de poder, de desigualdad, de opresión en cualquier sociedad. Y si esto sucede solo se defienden y perpetúan los intereses de quienes detentan el poder y tienen los privilegios, y se perjudica a los cuerpos más vulnerables, que no casualmente son casi siempre los de las mujeres.

No es la ONU la que tiene que decir que la mutilación genital femenina tiene que desaparecer para el 2030 y no es “la cultura” la que tiene que decir que tiene que seguirse practicando. Somos nosotras las que tenemos que decidir sobre cada práctica que se pretenda llevar adelante sobre nuestros cuerpos, las que tenemos que preguntarnos por qué queremos y deseamos que algo los modifique. Somos nosotras las que tenemos que seguir construyendo redes sororas que nos ayuden a romper con mandatos patriarcales que nos marcan cómo deben ser nuestros cuerpos en cada sociedad en la que vivimos y en cada “cultura” en la que nacemos.

El feminismo enseña a cuestionar las desigualdades, los privilegios. Enseña también que la mirada debe ser situada e interseccional, porque no es lo mismo ser mujer blanca, negra, indígena, no es lo mismo ser pobre o rica, y desde ya no es lo mismo ser mujer en Sudán o en Argentina. 

Sin embargo, algo tan tan lejano como la mutilación en Sudán y una charla sobre dietas entre amigas en Argentina durante la cuarentena tienen algo en común: nuestros cuerpos como fuente de aceptación social a partir de normas y parámetros que rigen (y afligen) nuestras vidas más de lo que somos capaces de imaginar y hasta de aceptar de manera consciente. 

Y en cada lugar, en cada territorio, seremos nosotras, con nuestras formas, nuestros métodos, nuestras posibilidades, nuestras redes, nuestras organizaciones las que iremos cambiando todas esas costumbres que todavía se escriben (y marcan) en nuestros cuerpos.

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