27 abril, 2020
Ofelia Fernández y la violencia patriarcal a la vista de todes
En medio de una oleada feminista que hace crecer los niveles de conciencia, también se incrementa la violencia como respuesta. La violencia política -como una variante de la violencia de género- no es la excepción, y la joven legisladora porteña parece su principal destinataria.


Irene Incerti*
La violencia de género es la herramienta para doblegarnos que utiliza el patriarcado. La violencia puede ser sutil, o puede ser un golpe, un disparo. La violencia puede venir en un gesto, una palabra, y puede matarnos.
La ley vigente en Argentina, la 26.485, contempla desde finales del 2019 a la violencia política como parte de las violencias de género y la define como aquella dirigida a !menoscabar, anular, impedir, obstaculizar o restringir la participación política de la mujer, vulnerando el derecho a una vida política libre de violencia y/o el derecho a participar en los asuntos públicos y políticos en condiciones de igualdad con los varones”.
Pero desarmar a qué nos referimos cuando hablamos de violencia política desde la inserción en el movimiento feminista implica repensar muchas de nuestras prácticas militantes: quiénes toman las tareas y qué tareas, quiénes toman la palabra, quiénes son voces autorizadas y quiénes de autoridad, quiénes dirigen y quiénes son influyentes, quiénes impulsan o toman las decisiones.
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Quienes iniciamos nuestros recorridos militantes antes de esta nueva oleada feminista, tuvimos que hacer estas deconstrucciones hacia adentro y hacia afuera. En mi caso particular abracé al feminismo más tardíamente de lo que hubiese deseado, y tardé un tiempo largo en dejar algunos aspectos que me resultaban cómodos, algunas actitudes cómplices. Abrirme al feminismo fue el proceso más doloroso y liberador que experimenté.
Muchas veces pienso que mi feminismo tardío fue un mecanismo de defensa, de negación de algunos dolores que no quieren quedar atrás, pero lo lindo de este camino es que nunca más te sentis sola. Aprendes a tejer redes, a confiar en la compañera, a construirla, a referenciarla. Aprendes a vivir y pensar la política desde otro lugar, y a prefigurar un mundo más justo.
Hemos visto desde movimiento feminista los esfuerzos que requiere lograr que las compañeras puedan ocupar y habitar ciertos espacios. Sabemos lo que nos cuesta construir referencias, y sabemos también que cuando logramos alzar la voz y ocupar cargos habrá ataque y boicot. No nos sorprende, la respuesta del sistema ante la voz que se alza es violencia para callarla.
El sistema político tradicionalmente nos excluye, es por ello que podemos encontrar un déficit de representación, donde las “mujeres” comienzan a aparecer visiblemente en la política y las políticas. Ejemplo de esto son las leyes de paridad de géneros, sumamente progresivas a pesar de su carácter binario. Aún así recién comenzamos a asomar la cabeza, con una representación del 45% en la legislatura porteña, del 38,5% en la Cámara de Diputades y 41,6% en el Senado. Pero nuestro movimiento no permite que sintamos comodidad con esto, y nos hace pensar en las ausencias, ¿dónde están las travestis y les trans? ¿los sectores más vulnerados?
En un sistema político en el que nos hacemos lugar luchando, tejiendo alianzas y redes que muchas veces atraviesan las identidades políticas, nos encontramos re-aprendiendo e inventando nuevas formas de hacer política. Y eso molesta. Porque el sistema sólo logró aceptar e incorporar la participación de la mujer. Y digo la mujer porque me refiero a un determinado tipo de mujer: la que avala la reproducción de este sistema, la que sostiene el status quo, la que no molesta, la que le es útil y funcional.
Entonces, cuando surge una figura que representa todo lo que no debe ser la mujer para este sistema la respuesta es la violencia.
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Por eso no me sorprende lo que le pasa a Ofelia Fernandez.
Ofelia tiene voz propia, es joven e irreverente, tiene su propio estilo de conducción y un poder discursivo envidiable: sabe a quiénes le habla y sabe cómo hablarles. Ofelia creció como figura pública al calor de la lucha feminista por el aborto legal, habla rápido, descontracturada, informal. Tiene 20 años y es la legisladora más joven de América Latina, tiene un récord guinness. Ofelia es parte de la llamada revolución de las hijas. Ofelia milita desde hace muchos años, y ya ha sabido ocupar cargos electos como en la conducción del centro de estudiantes, cuando estudiaba en el colegio Carlos Pellegrini. Ofelia ya incomodaba cuando era aún más jóven, participando y conduciendo las tomas escolares contra reformas educativas que consideraba injustas. Ofelia ya en ese entonces representaba a sus compañeres, y como vocera de su movimiento se le plantaba a esos señores que les trataban de irresponsables. Ofelia irrumpe en la escena política y, para disgusto de muches, es electa como legisladora en la Ciudad de Buenos Aires.
Desde su postulación hasta hoy ha sido atacada por múltiples motivos: se le cuestionó la edad, la constitucionalidad, la experiencia, la falta de título universitario, si iba a poder expresarse correctamente en un ámbito formal. Más allá de que la legalidad es clara y solo basta con leer los requerimientos de la Constitución de la Ciudad para saber que es falaz esa crítica, es importante poder entender cómo se tejen estos cuestionamientos.
Las objeciones hacia Ofelia están impulsadas por sectores sumamente reaccionarios. La legislatura cuenta con 27 legisladoras y 33 legisladores. De esa composición, 17 son del Frente de Todes. Aún así el ataque a Ofelia es superior a cualquiera de sus otres 59 pares.
No les importa la experiencia que puedan tener, ni la edad, ni las credenciales educativas, ni el salario que cobran. No les importa realmente, porque no se lo cuestionan a ninguna otra legisladora, y mucho menos se lo recriminan a algún legislador.
Ofelia es tendencia en la redes sociales una vez a la semana, y siempre es por algún ataque. Los ataques en escasas ocasiones implican algún problema político, o están dirigidos al bloque político del que forma parte.
El acoso constante que sufre es la clara definición de violencia política. El hostigamiento es personal. Es agresivo. El objetivo nunca es discutir una ley, un proyecto o un posicionamiento. El único interés es herirla, lastimarla, y obligarla a cambiar, buscan amedrentarla y doblegarla para que deje de ser quien es.
Por eso, todos los días alguien le pregunta por su título secundario, o le dice que vaya a estudiar y que es una mocosa. No les molesta la edad ni el nivel educativo, pero les molesta su juventud y su irreverencia. Les molesta que la egresada de uno de los colegios más prestigiosos de la ciudad no obedezca los parámetros que la élite política establece, les molesta que no sea una niña prodigio.
Y como estos ataques solo buscan lastimarla, el cuerpo no puede faltar. Porque todas sabemos que a las mujeres nuestros cuerpos, al parecer, no nos pertenecen. Y cualquiera puede opinar al respecto.
Así, Ofelia a sus 20 años, además del adoctrinamiento sobre los cuerpos hegemónicos, correctos y deseables que hemos recibido todes, se encuentra con cientos de personas que le cuestionan cómo se ve. En un país con tasas altísimas de bulimia y anorexia, posicionado en el segundo lugar mundial del ranking de desórdenes en la conductas alimentarias, la joven legisladora encuentra mensajes donde se le critican su peso, su estilo, si su ropa es ajustada, si su ropa es holgada, si utiliza maquillaje o no, su altura, sus tetas, su color de pelo, su boca y también sus dientes.
Todo en su cuerpo es un motivo de ataque. Al parecer ninguna ocupación escapa a las reglas hegemónicas de la belleza, al mandato imperativo de las mujeres perfectas.
Y Ofelia no es perfecta. Ofelia es rebeldía, y por eso la atacan y la lastiman en lo más íntimo. Por eso la comparan constantemente con otras mujeres, queriendo reavivar el fantasma de la confrontación femenina constante. Por eso es a la única integrante de la legislatura (y quizás del sistema político) a la que le piden que justifique sus ingresos. Porque lo que quieren atacar no es eso, sino a toda ella, y todo lo que representa.
Los golpes son certeros, son pensados. Aunque parezca un acto impulsivo, son el reflejo sintomático del patriarcado. Fuimos educades para atacar(nos). Y esa violencia solo busca una cosa: adaptación, obediencia, o supresión. Todos los días, un centenar de obedientes, de personas construidas en este sistema político patriarcal buscan y buscarán destruir a Ofelia.
Y todos los días, el movimiento feminista construirá redes para sostenerla a ella, y sostenernos a nosotras mismas, a todes nosotres. Y empujar a este sistema, que no se está cayendo, lo estamos tirando; y lo vamos a tirar aunque nos ataquen. Lo vamos a tirar aunque se aferre por sostenerse en sus estructuras caducas. Porque, como dijo Ofelia, nosotras peleamos con el corazón en la mano.
Y vamos a ganar.
* Politóloga, especialista en Planificación y Gestión de Políticas Sociales (UBA) y militante de la colectiva Mala Junta
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