Batalla de Ideas

24 abril, 2020

Antonio Gramsci: vida política e intelectual de un leninista

El 22 de abril se cumplieron 150 años del natalicio de Lenin, y este lunes se cumplirán 83 años de la partida física del dirigente comunista italiano, Antonio Gramsci. Más allá de la coincidencia en las efemérides, se trata de dos figuras que están marcadas por la continuidad de una concepción política.

Fernando Toyos

@fertoyos

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Soviets y consejos

Si la intensa labor organizativa de Lenin comienza a verse a partir de la revolución de 1905 que mostró las primeras expresiones de esos espacios de autoorganización de la clase que son los soviets, la figura de Gramsci se forjó bajo la influencia de los consejos de fábrica que emergieron en el bienio rojo italiano (1919-1920). 

Bajo el influjo de la revolución de los soviets, que se extendía sobre toda Europa, el norte industrializado de Italia se vio envuelto por las llamas de la sublevación. Como describió el propio Gramsci, “durante cinco días los obreros combatieron en las calles de la ciudad (…) lograron incluso ocupar algunos barrios e intentaron tres o cuatro veces apoderarse del centro”. 

La apuesta de Gramsci a los consejos de fábrica, como órganos de poder popular, de ningún modo desconoció la importancia del partido como orientador de la acción de las masas. Es precisamente este el sentido de la intervención del “grupo turinés” del Partido Socialista Italiano, que Gramsci integraba, en las páginas de L’Ordine Nuovo. En un artículo de 1919, titulado “Democracia Obrera”, Gramsci planteaba que “el movimiento obrero está hoy dirigido por el Partido Socialista”, cuya influencia “alcanza estratos populares hasta ahora inexplorados, suscita consentimiento y deseo de trabajar provechosamente para la llegada del comunismo en grupos e individuos hasta ahora ausentes de la lucha política”. 

La derrota del bienio rojo y el ascenso del fascismo acentuarían la importancia del partido en la concepción estratégica de Gramsci, como se verá cristalizado en las páginas de sus Cuadernos de la cárcel. 

La hegemonía, de Lenin a Gramsci

Si el comunista italiano es famosamente asociado a la noción de hegemonía, la raigambre leninista de este concepto fundamental resulta mucho menos conocida. 

En el contexto de la Revolución Rusa, Lenin planteó que era el proletariado industrial, cuyo corazón estaba en el soviet de Petrogrado, quien tenía que erigirse como “jefe ideológico” del amplio abanico de las clases subalternas: en lo concreto, se refería al campesinado, esa parte inmensa de un país fundamentalmente agrario. 

No se trataba, desde ya, de una preocupación menor; entre las conclusiones que el líder bolchevique extrajo de la derrota de aquella primera experiencia de gobierno obrero, la Comuna de París, parece haber tomado nota de las consecuencias de la brecha que separó al proletariado parisino del campesinado francés. Para conjurar este riesgo, la clase obrera debía liderar una alianza con el campesinado ruso, y es precisamente esta ascendencia política al interior de las clases subalternas, en la que se procesa una orientación política, la que constituye un primer significado de la noción de hegemonía. 

Derrotada la insurrección de los consejos, el repliegue estratégico encontraría a Gramsci focalizado en extraer las conclusiones correspondientes. Convencido de que el Partido Socialista Italiano no estuvo a la altura de conducir la insurrección, abocará sus esfuerzos a la construcción de un nuevo partido: en 1921, en sintonía con lo dispuesto por Lenin en la III Internacional, Gramsci encabeza junto a Palmiro Togliatti y Amadeo Bordiga la ruptura con el PSI de la que nacerá el Partido Comunista Italiano. 

Al compás del avance reaccionario sobre Europa y con la llegada de Benito Mussolini a la presidencia del Consejo de Ministros en 1922, la Internacional Comunista adopta la táctica del Frente Único: los partidos comunistas debían aliarse con sus primos socialistas y las fracciones democráticas de la burguesía para oponerse a la reacción. La oposición sectaria de Bórdiga a cualquier tipo de alianza con los socialistas llevará a una disputa que se saldará en 1926, en el Congreso de Lyon, donde las posiciones gramscianas -sintetizadas en las Tesis de Lyon- se consagrarán como mayoritarias, siendo el propio Gramsci elegido como secretario general del PCI. 

La concepción gramsciana de la hegemonía, desarrollada en los Cuadernos, está profundamente atravesadas por la táctica del Frente Único, al punto de poder considerar a este concepto como la formalización estratégica de aquella táctica. Para comprender esto, es necesario recuperar las nociones de “guerra de posiciones” y “guerra de trincheras” y, correlativamente a ellas, las de “oriente” y “occidente”. 

“En Oriente el Estado lo era todo, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa; en Occidente, entre Estado y sociedad civil había una justa relación y en el temblor del Estado se discernía de inmediato una robusta estructura de la sociedad civil. El Estado era sólo una trinchera avanzada, tras la cual se hallaba una robusta cadena de fortalezas y de casamatas; en mayor o menor medida de un Estado a otro, se comprende, pero precisamente esto exigía un cuidadoso reconocimiento de carácter nacional”, definió Gramsci en sus Cuadernos.

Las sociedades de tipo oriental, como la Rusia prerrevolucionaria, eran sociedades donde la presencia estatal era fundamentalmente represiva, lo que ciertamente resultaba una amenaza. Sin embargo, esta fortaleza represiva ocultaba una ausencia casi absoluta en el plano del consenso: el campesinado, inmensa mayoría de la población de aquel país, vivía una vida sin ningún tipo de presencia estatal más allá de sus fuerzas represivas. Formas más “amables” de la presencia estatal, como la construcción de rutas o el tendido de líneas eléctricas, la provisión de salud, educación, etc. recién se conocerían tras el triunfo de los bolcheviques. 

En las sociedades occidentales ocurre lo contrario el brazo armado del Estado -que sigue, por cierto, siendo temible- pierde protagonismo ante el desarrollo de las instituciones de la sociedad civil, lugares en los que se organiza el consenso social. Estas “fortalezas y casamatas” -sindicatos, organizaciones de la sociedad civil, centros de estudiantes, etc.– son las trincheras en que se reproducen las cosmovisiones y sentidos comunes que tienden a la reproducción del dominio del capital. En este tipo de sociedades, dirá Gramsci, debía predominar una estrategia de “guerra de posiciones”, lectura que también compartió con el revolucionario ruso: “Me parece que Ilich (Lenin) comprendió que era preciso un cambio de la guerra de maniobras, aplicada victoriosamente en Oriente en el 17, a la guerra de posiciones que era la única posible en Occidente”. 

Con un legado de enorme influencia, el pensamiento gramsciano es frecuentemente recuperado por quienes, injustamente, pretenden convertirlo en un “marxista de las superestructuras”, que abogaba por una toma del poder “de a pedacitos”. Lejos de esto, Gramsci es un leninista cabal que, al igual que el gigante ruso, supo ir a contramano de la ortodoxia de su época.

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