Batalla de Ideas

14 abril, 2020

La competencia, el maltrato y la libertad obediente: un McCombo neoliberal

Las empresas de comida rápida redujeron los salarios en plena cuarentena. Este relato en primera persona de un ex trabajador de McDonald’s da cuenta de una lógica perversa que fomenta la competencia entre trabajadores en beneficio de una mayor explotación laboral.

Ernesto Pablo Mate

COMPARTIR AHORA

Algo así como dos años trabajé en un McDonald’s de zona oeste del conurbano, entre los años 2010 y 2011. Cuando firmamos el contrato éramos todes jóvenes; la mayoría no tenía más de 20 años y era, para muches, nuestro primer trabajo. Yo era pibe, poco sabía de derechos laborales. A duras penas sí sabía defenderme en el cara a cara.

Nosotres eramos los “crews”, lo que en castellano significa la “tripulación”, el equipo que comanda el barco. Éramos el target perfecto para la empresa, jóvenes moldeables, con energía y predisposición, un oxímoron irresoluble para el sentido común, que no demora en chorrear tinta y prejuicios en decir son los mismos que no se responsabilizan por nada. Al contrario, trabajábamos, y cómo. 

La jornada laboral era flexible y cambiante, “de acuerdo a las necesidades del crew”. La forma de pago era quincenal de acuerdo a las horas trabajadas, por lo que nuestra jornada era de hasta 7 horas por día, y hasta 32 semanales. 

Este era el límite que permitía la legalidad; hacer más horas correspondía a otro contrato laboral, mejor pago (aunque nos hiciesen fichar la salida y seguir trabajando con la promesa de pasarnos las horas después). La manera en que acreditábamos las horas trabajadas era por medio del fichaje en una máquina, donde cada crew tenía una ficha personal. Cada dos semanas publicaban las horas de fichada impresas en la pared. Con el tiempo aprendí a revisar las horas porque siempre “por error”, nos pasaban menos de las que habíamos efectivamente fichado.

Otro de los componentes del salario en disputa era el presentismo. No podías llegar más de cinco minutos tarde, en más de un día de trabajo al mes, porque equivalía a perder ese plus. Muchas veces adelantaban el horario del fichero así fichabamos minutos tarde, o escondían tu ficha en la gerencia, y si estabas justo de tiempo tenías que ir corriendo a buscar a al gerente para que te la entregue. 

Tampoco podías cambiar un horario con un compañere crew, ya que también equivalía a perder el presentismo. En realidad, todo equivalía a perder el presentismo, aún hacer lo correcto al pie de la letra. Esto ameritaba un trabajo extra, el de recordarle (exigirle, siempre de buen modo) diariamente al encargado que enmiende su error.

El trabajo en el local tenía ciertos niveles de insalubridad, agravados por cierta desidia de la empresa a la hora de invertir en cuestiones de salud y seguridad laboral. Muchas veces faltaban elementos básicos en el botiquín, tales como curitas, alcohol y cinta, por lo que a veces nos teníamos que vendar los cortes con servilletas y cinta aislante. Además, constantemente nos quemábamos con parrillas que estaban a 200 grados centígrados. Y eran parrillas que no estaban en condiciones. Los problemas técnicos con ellas eran algo constante. 

Un chispazo frente a mi cara una vez, hizo saltar el sistema de emergencia. No culpo a los compañeros de la parte técnica, ya que eran pibes como nosotres, sin experiencia, cuya particularidad era el sólo hecho de haber ido a una secundaria técnica. Aun así, estos problemas eran cotidianos. 

Una vez, una compañera se quedó pegada a una tostadora, al poco tiempo, pasó a formar parte de la gerencia.

Yo era de les que hacían cierre. Éramos siempre el mismo grupo. Ya nos conocíamos entre todes, nuestros modos de trabajo, nuestras mañas, nuestro sentido del humor. Muchas veces nos hacían quedarnos hasta más tarde porque el/la gerente/a no estaba satisfecho con nuestro trabajo, y así muches perdiamos el bondi, teniendo que esperar hasta dos horas en la madrugada del conurbano. 

Limpiar las parrillas era el peor trabajo. Además de convivir con el riesgo constante de encontrarte con algún chispazo repentino, las mismas se limpiaban a una temperatura similar a la del cocinado de las carnes. Este proceso se hacía con un líquido al que llamábamos “hi-temp” (desconozco su nombre real), que era brutalmente corrosivo, con guantes que nunca se higienizaban y que solían tener agujeros en las puntas de los dedos.

En fin, situaciones similares hubo cientas, algunas incluso más graves. Pero hay un aspecto en particular que destaca y son los mecanismos mediante los cuales, desde la empresa, se difundía la lógica de la competencia entre les mismes crews. Un objetivo que redundó en el éxito de tener empleades trabajando en estas condiciones.

Uno de los puntos nodales, quizá el principal, desde el cual se sostenía este mecanismo, era el discurso según el cual la jornada laboral era flexible y cambiante “en función de las necesidades del crew”. Teóricamente, les crew podíamos acomodar los horarios de acuerdo a nuestras necesidades de estudio, de ocio, familiares, etc, con lo cual, este tipo de trabajo estaría “hecho para los jóvenes” y se amoldaría a esta etapa particular de la vida. 

Sin embargo, este discurso disfrazaba un hecho importante: la asignación de las horas que estaba siempre a disposición de la gerencia. Al no tener un horario fijo, la patronal utilizaba la asignación como un modo de disciplinamiento laboral encubierto, y a su vez, como una forma de diseminar la competencia entre pares. 

¿Cómo funcionaba esto? Si como crew necesitabas la plata, las horas que te asignaban eran muy importantes; cuantas más horas, más cobrabas a fin de quincena. Sin embargo, al ser esta asignación un hecho arbitrario, funcionaba como una forma de control disciplinar en el que, a “los quejosos”, a los que no trabajaban “bien”, a los que no se esforzaban lo que la gerencia consideraba suficiente, les asignaban poquísimas horas (a veces, hasta dos días de cuatro horas por semana). Se trataba de una forma de moldear subjetividades obedientes que asimilaran como dadas las pésimas condiciones laborales.

Este hecho, tenía otra dimensión: nos hacía competir entre pares por mostrarnos como mejores en lo que hacíamos; demostrar al otro y a nosotres mismes que podíamos superarnos en nuestros límites corporales y emocionales en un ambiente completamente austero y presionante. 

Era moneda corriente enterarse de crews que se iban a quejar a la gerencia por el “mal” trabajo de tal compañere, los cuales muchas veces no resistían los altos niveles de presión propias del ambiente trabajo; presión generada por un Mc Combo de tres partes: les gerentes al acecho, compañeres denunciantes, y por último los compradores, que no paraban de quejarse y despreciar a les empleades. 

En definitiva, lo que a simple vista parecería ser una flexibilización del horario laboral con miras a incrementar la libertad de les empleades, en el fondo se trataba de una forma de control, mucho más compleja y encubierta. 

Estos mecanismos de control, disfrazados como “libertades”, no son propios del Mc Donald’s, ni de las casas de comidas rápidas, sino del discurso y las prácticas neoliberales de hacer creer que detrás de la flexibilización de las relaciones laborales se produce un aumento del margen de libertades. 

Este mismo mecanismo se puede encontrar sobre todo en los trabajos “asociativos” como Rappi, en los que la plataforma asigna menos viajes, o “los peores”, si el trabajador hace efectiva la libertad del horario flexible; es decir, cuando se quiere efectivamente ser dueño de sí mismo y poder ser decidir sobre el tiempo y la forma de trabajo.

Por ello, en estos tiempos en los que se plantea el quiebre del paradigma social neoliberal, es necesario replantearse este problema. 

El quiebre de este paradigma abarca, pero también va más allá en lo que atañe a una mayor intervención del Estado en la economía. Se trata de repensar las relaciones sociales y laborales, hoy atravesadas por la competencia, la utilidad y la ganancia, entendiendo que la libertad y la realización de uno mismo es siempre con el otro, y no en competencia con él. Es necesario romper profundamente con las formas de individualización social que imperan. Tal vez así, los crew del presente, puedan hacer frente a estas empresas, organizándose y reclamando de forma colectiva el cumplimiento de sus derechos.

Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.

Aportá a Batalla de Ideas