Géneros

8 abril, 2020

Las mujeres detrás de las ollas: la batalla desde los barrios

¿Cómo impacta la pandemia en los barrios populares? ¿Cómo se vive el día a día? ¿Quiénes son las mujeres que sostienen las ollas y comedores que alimentan a niñes y adultes en los barrios? Y el Estado ¿de que la juega?

Lucía Mazzotta y Nazarena Novo

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Nos dicen que aprovechemos esta cuarentena para cuidarnos y realizarnos pero, ¿todes podemos tener este tiempo de cuidado y salud emocional? Para las referentas de ollas y comedores populares este tiempo no es de ocio. 

En los barrios la cosa está difícil en serio. Las mujeres llevan adelante los comedores, intervienen en espacios de salud y continúan con las rutinas de sus casas, al cuidado de niñes y ancianes. Además, se suma acompañar en las tareas del colegio que día a día llegan de manera virtual y se las rebuscan para buscar el propio pan.  

“Acá el día a día es muy difícil, es heavy. Los trabajadores y las trabajadoras que sufren más son los informales: los albañiles, recicladores, recicladoras, vendedores ambulantes. Más que nada ellos. Porque sabemos que cuando dejan de laburar, dejan de morfar”, cuenta Johana Benitez referenta de la organización Vamos y del Comedor Los Solcitos en Villa 20. 

En los barrios son muchos los factores que se ponen en juego a la hora de cumplir con el aislamiento social. Shirley Bricher del Movimiento Popular La Dignidad (MPLD) en el Barrio Padre Ricciardelli (ex Villa 1 11 14) explica que “al pasar los días el quedarse en casa, el vivir en hacinamiento, en habitaciones muy pequeñas, hacer la cuarentena y todas las medidas de cuidado fue muy difícil”. “La falta de alimentos en las familias obligó a salir a buscar la comida en comedores del barrio, han desbordado, ya no se abastece”, añade.

El día a día de la pandemia impactó sobretodo en la rutina de las mujeres. “Muchas somos madres solas, nuestra entrada de llevar la comida al hogar era vendiendo en ferias. Trabajo que nos inventábamos. Hoy en día ya no lo podemos realizar”, completa Shirley.

Para Johana es muy simple: “Si uno tuviera las necesidades básicas cubiertas acataría la cuarentena al 100%. Eso creo yo porque nadie en su sano juicio se expondría para enfermarse y enfermar a su familia ni a su grupo”.

Las ollas, la pandemia y la organización como salida colectiva

La comida no alcanza. Los comedores y las ollas no dan abasto para cubrir una demanda que no para de crecer. Por eso las organizaciones políticas, sociales y sindicales como la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), La Garganta Poderosa, MPLD, Frente de Organizaciones en Lucha (FOL) y Barrios de Pie, entre otras, se organizaron para juntar donaciones de alimentos e higiene. Ahí, son las mujeres detrás de la olla las que ponen el cuerpo para salir de esta crisis.

“Las que sostienen las ollas y los comedores son las compañeras. Yo creo que tiene que ver por una cuestión de género, llenar la olla y asegurar la comida es como la tarea esencial. Y creo que la forma de organizarse, ante todo, es hacerlo convencidas. Son los pilares para poder sostener los comedores a pesar de exponernos a cocinar, a circular”, asegura Johana sobre la importancia de las redes que lograron en estos espacios. 

Para ella, la comida no es lo único que se necesita para armar la olla: “El que vos puedas llenar los taper y saber que te importa el de al lado, el vecino, el amigo, el que está tirado, el que no está adentro del sistema te gratifica un montón. El poder tener la oportunidad de cada una de nosotras ver más allá de nosotras mismas y de nuestras familias”.

En los comedores también las tareas de cuidado se asumen de manera colectiva. “De puertas adentro al comedor nuestro, lo que nosotras hacemos es con un fondo común, compramos los alimentos que sabemos que no llegan y las cosas de higiene. También tomando recaudos: reducimos el grupo de compañeras para cocinar, otras vigilan que se mantenga la distancia entre la gente que viene a retirar los taper, haciéndoles saber que, más allá de que demoren un poco más, cada uno se va a llevar sus porciones”, dice Johana. “Y después tenemos otro grupo de compañeras que vienen a limpiar y a desinfectar una vez que se termina de cocinar y de repartir la comida”, señala sobre las medidas preventivas que incorporaron. 

Estos son espacios comunitarios que acumulan saberes colectivos que exceden al coronavirus y nacen de la experiencia popular de organizarse para superar todas las crisis. 

Una crisis que desborda, respuestas que no alcanzan

El gobierno nacional lanzó el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) de 10 mil pesos, en un intento de compensar a quienes no pueden salir a trabajar para llevar comida a su casa. El bono está destinado a trabajadores y trabajadoras informales, trabajadores y trabajadoras de casas particulares y monotributistas de las categorías A y B. En su etapa de preinscripción fue solicitado por 11 millones de personas superando ampliamente las proyecciones realizadas desde el Ejecutivo.  

El IFE es el único ingreso para muchas familias. Las referentas lo saben y, por eso, se organizan para acercar información a les vecines. “Como vecinas y promotoras de salud pudimos ayudar con la inscripción del bono que dio el gobierno, buscando información de lugares que estuvieron realizando la inscripción en nuestro barrio. Muchos no pudieron acceder por el miedo a salir de sus casas y muchas familias no tienen para pagar el alquiler de sus hogares”, cuenta Shirley desde su experiencia en el Bajo Flores.

Asimismo, reconociendo el papel que desempeñan las ollas y comedores, desde el gobierno porteño se convocaron mesas de diálogo con referentas sociales. Buscaban coordinar acciones frente a la situación económica. En la villa 20, la llamaron “Mesa de crisis” y se propusieron relevar las necesidades en cada espacio comunitario. 

Hubo pedidos y promesas: “Nos pedían que por favor no cerremos los comedores, no cerremos los espacios de las ollas. Pero siempre queda en eso ¿No? En la voluntad de cada espacio, de cada agrupación, el sostener a pulmón y seguir motorizando todo. De parte de ellos no hay nada”, reconoce Johana con indignación. Y continúa: “No hay presupuesto, no hay lugar para anotarse en una lista de espera. Pareciera que el Estado es más pobre que nosotros. Y ahí yo digo guau es re heavy porque, nada, me siento muy rica, en ese sentido entonces porque nunca tienen nada para darnos. Y, sin embargo, nosotros sin tener casi nada, damos más”. 

Los roles parecieran haberse invertido y las compañeras logran estar a la altura del cuidado de la gente, una vez más. Con esfuerzo, trabajo cotidiano, compañerismo y la confianza de saberse juntas, son ellas las que ponen el cuerpo y raspan la olla para que se sirva un plato más: “La mujer tiene esa capacidad de poder hacer y transformar lo que sea”, ríe orgullosa Johana.

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