Cultura

5 abril, 2020

Que no se corte la conexión

Arte y tecnología en tiempos de peste: encontrarnos en espacios virtuales parece un buen antídoto para la cuarentena… pero algo falta.

Imaginen a los Atenienses, entre los siglos VI y V antes de Cristo, festejando los rituales dionisíacos por Zoom. A Pericles, dando clase de retórica por HouseParty. Ver online el momento en que Lady Macbeth vuelve con las manos llenas de sangre, y que en ese instante se caiga el wifi. 

¿Por qué aplaudimos cuando termina el hecho artístico? Para que sepan que estamos ahí, que nos emocionó. Una obra de teatro no finaliza hasta que no hay aplausos. ¿Cuantas veces aplaudimos a una persona antes de que termine de leer un poema? Y nos dijo: “Esperen que sigue, sigue…”, porque es así, en esa díada artista-público donde se fortalece nuestro rol de movilizar, de poner en jaque ciertos pensamientos, de emocionar. 

El arte es, fue y será en cuerpo, encuentro y comunidad. Tiene su origen en lo ritual, en la necesidad de dar respuesta a hechos sin explicación, a desastres naturales: sequías, inundaciones, pestes. Implica juntarnos para dar respuesta, para dar señal de fuerza, juntarnos para entender o para hacer catarsis. Juntarnos.

Hace apenas dos meses se escuchaba en los teatros: “Por favor, apaguen sus teléfonos celulares, no los pongan en silencio ni en vibrador, apaguenlos”, y lo decíamos orgulloses, sabiendo que por un rato íbamos a compartir un ritual presente, donde el afuera, el acelere y las pantallas quedaban suspendidas. 

Hoy todo se volvió una gran pausa, y la batería del teléfono un nuevo dios a quien rendirle culto. 

El encuentro es virtual, porque no queda otra, porque es necesario. Extrañar parece uno de los verbos más usados y en la necesidad de abrazos y cercanía corporal, lo virtual se volvió un remedio. 

Analizando la coyuntura, arte y tecnología se abren un vino y entienden que es momento de fortalecer su relación. El rol globalizador de internet se ve transformado. Hoy, aquella herramienta da un vuelco de significado: siempre estableció conexiones, pero nunca antes éstas fueron las únicas e indispensables. Hoy, internet no solo abarca cableados y trasmisión de datos, sino que va mucho más allá: permite enredarnos y que aquellos vínculos nos devuelvan algo de los afectos que se encuentran del otro lado de la pantalla. 

En épocas de encierro, las distintas propuestas artísticas, su creatividad y capacidad de hacer volar la mente, se vuelven compañía indispensable. Los momentos de dispersión no son iguales a los actos individuales de descanso previo a la cuarentena.

“¿Elegimos una peli de Netflix y ponemos play al mismo tiempo?”, “A las 9 canta Fito en vivo por Facebook”, se lee en los whatsapps y resultan salidas acertadas. Tomar clases por videollamada, escuchar un recital grabado, ver obras de teatro desde una pantalla (de escribirlo sólo suena contradictorio). Una película, un vivo de poemas o recitales caseros nos permite despejar y llorar lo que el virus angustia. 

Es que en esos actos, buscamos sentir que hay otras, otros, otres. Que son posibles los encuentros, y que hacemos algo juntes, en comunidad. Nos hace bien movernos en la clase online de danza, escuchamos otra voz distinta a la nuestra saliendo del parlante. Sin embargo, sentimos que algo nos falta. El encuentro de los cuerpos, el contacto, el piel a piel: indispensables del arte.

El compartir, la cercanía, el cruce entre personas, la acumulación de energías, el contagio de emociones, potencian el transformar las subjetividades de quienes lo atraviesan. No es lo mismo que #encasa. 

¿Y entonces? ¿Cómo nos  reconectarnos con otras pieles después de la pandemia? ¿Como des-aislarnos? ¿Como perder el miedo a tocar? Tocarnos, tocarme, tocarte…

Que el coronavirus no nos robe un sentido. 

Lara Poloni, Juan Peragine Sirianni, Agustina Valerio y Bárbara Goldschtein Casariego

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