5 abril, 2020
Hay que cuidar-se (de los mandatos)
Reflexiones de una trabajadora de salud.

Estamos entrenadas para cuidar. Pienso en eso estos días. Y más aún, lo siento. Siento el peso de ese entrenamiento, de ese aprendizaje y esa preparación, a lo largo de toda mi vida.
Cuando con mis compañeres pensábamos en el impacto de la pandemia en nuestro país, cuando empezábamos a proyectar-nos en ese escenario, cuando finalmente se definió el aislamiento preventivo y obligatorio, toda esa ansiedad, esa tensión, ese temor que se agolpo en mi mente, en mi cuerpo, se me hizo familiar. Había ahí, cierta memoria emocional, de mi identidad podría decir ¿De mi identidad de género? No se ¿Tienen género las emociones? Me dicen que debo decir que no.
No digo que mis compañeros varones no hayan experimentado ese conjunto de emociones y sentimientos, son trabajadores de la salud, están preocupados, pero presiento que lo vivieron diferente. Nuestro entrenamiento social, fue y es diferente.
Entonces una amiga psicóloga me cuenta que puede ver cómo en el contexto de la pandemia, algunos varones médicos que acompaña en sus procesos, se muestran más operativos, pragmáticos y resueltos en un “hay que hacer”; en contraste con las mujeres que acompaña y claro, en contraste con ésta médica, que antes de estar operativa, pragmática y resuelta en un “hay que hacer”, tuvo unos días de angustia, de preocupación, de tensión en la mente y el cuerpo. Antes del “hay que hacer”, se activó el “hay que cuidar”.
Por estos lados, mientras que ellos rápidamente pudieron empezar a pensar en el sistema de salud en esta pandemia, en posibles escenarios y desafíos por delante, mientras una veloz planificación se ponía en marcha; nosotras, parecía que llevábamos otro tiempo, ese tiempo de reconocer y amasar sensaciones y emociones, que a su vez va siendo posible cuando logramos poner en palabras algo de eso que nos pasa y que asimismo se va creando colectivamente; cosa que también hemos aprendido. Ese tiempo sin el cual nuestro «hay que hacer» es de otros y no nuestro.
Ni se me ocurre generalizar sobre esto, menos en este contexto; mucho vamos aprendiendo y viviendo en relación a los cuidados, mucho nos ayudan los movimientos transfeministas a poner en palabras y a reconstruir en nuestros imaginarios sus múltiples dimensiones. Las vivencias son infinitas, complejas y diferentes, yo solo puedo compartir como lo vivo yo, y porque puedo, ciertamente. Y aunque a medida que pasan los días, las sensaciones van cambiando y mutando, debo decir que los primeros días se me tiñeron de cierto agobio.
Podría asumir que algo de esto fue sentido por muchas personas, independientemente de su identidad de género, sexual y/o política; lo incierto y en gran medida desconocido, puede generar agobio, esa mezcla de ansiedad e inquietud que lo caracteriza; sin embargo me pregunto ¿en quiénes se activó asociado a ese “hay que cuidar”?
Mi secuencia de pensamiento fue esta: pensé en mi abuelo, en mi vieja, en mi hermana embarazada, en las personas que acompaño, muchos y muchas pertenecientes a los grupos de riesgo, muchas y muchos, postergados, malabaristas del morfi, trabajadores y trabajadoras de la economía popular, mentes cansadas, cuerpos gastados, personas que tienen 40 y parecen de 65. Nombres, situaciones, recuerdos que se agolpan en mi mente.
Yo cuidando. Cuidando a mi familia, a mis amigues, a la compa que tiene “ataques de pánico”, y están empeorando en cuarentena, a la que es víctima de violencia de género y está viviendo con el violento, su marido; en estos días me escribe cuando él no está, hablamos a escondidas, pensamos estrategias. Hace tres días no me responde los mensajes y tengo miedo.
Ese agobio digo. Ese entrenamiento en el cuidado y esa sensación de siempre estar en falta, de que siempre podríamos hacer más. Y esta culpa, que me se cuela mientras lo escribo. Infaltable.
Soy médica, creo que lo dije ya, soy feminista, no soy psicóloga, no soy socióloga, no soy una intelectual feminista, no se como se arraiga tan fuerte el cuidado como dimensión estructural de nuestras vidas, de nuestras subjetividades, no lo se. Pero me resuena esto del entrenamiento, y me da la sensación de que viene en un paquete o bajo una fórmula, super efectiva:
Cuidar más
culpa,
deber ser,
responsabilidad,
sensibilidad,
escucha,
y que no se note,
y que parezca que sos resolutiva,
pragmática,
que estás haciendo y
que estás ocupada;
Y por favor, hagas lo que hagas, no seas dramática. No te ofendas si en medio de esta crisis algunos te apuntan lo que tenes que hacer, o más bien cómo deberías hacerlo, sin registrar cómo estás ni qué pensas.
Capaz que sí, mi memoria emocional tiene identidad de género, es la memoria de un nosotras. Nosotras, que representamos la gran mayoría de les trabajadoras informales; nosotras que feminizamos la pobreza, que somos víctimas de violencia sistemática, cotidiana y brutal en razón de nuestro género; nosotras, que representamos el 75% de les trabajadoras en salud a nivel mundial y que en principio eso hace mayor nuestro riesgo de infectarnos en esta pandemia y mayores los costos físicos y emocionales que asumimos; nosotras, que sostenemos las tareas de cuidado, en nuestras casas y en otras casas, y que por eso hoy, ayudamos a que quienes puedan circular, circulen, y quienes deban trabajar, trabajen.
Se me mezclan las ideas, pienso en lo urgente de deconstruir y reconstruir las políticas de cuidado, lo pienso también como trabajadora de la salud, sabiendo de la potencia de los cuidados en nuestros acompañamientos; y paradójicamente en cómo y quienes cuidan a les que cuidan. Y en el grafitti ese: “Cuidar. Porque querer, quiere cualquiera”.
* Médica clínica y directora de Género y Salud de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universdad Nacional de La Plata
Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.