31 marzo, 2020
Pandemia, niñeces, tareas: el Estado y el estado de situación
En el contexto de la cuarentena obligatoria se re-escribe el rol de lo escolar, pero no se borra. Sin embargo no se puede hacer “como si” todo siguiera igual ya que las condiciones materiales de vida afectan sobre las posibilidades educativas.

Se escribe y se habla bastante sobre cómo administrar el tiempo durante el aislamiento por la cuarentena. Los servicios de entretenimientos abren las plataformas premium para que les usuaries tengan posibilidad de pasar el tiempo con películas, series, etc. Pero cuando se apunta a les niñes, las propuestas son orientadas casi exclusivamente al aprendizaje, programas con contenidos escolares organizados por ciclos, con la misma lógica escolar. Como si les niñes no tuvieran derecho al ocio, o si hubiese la necesidad de ocuparles las horas sin dejarles momentos para el juego, para el entretenimiento, para ese “no hacer nada” al que tanto se teme en tiempos de aislamiento.
Les pibes se quedan en casa porque “pasa algo”, que demanda saber que no sigue todo igual y por qué, y demanda convivir. Esto implica una energía y dedicación distinta, no necesitan estar ocupades remotamente en lo mismo de siempre, sino aprender desde otro lugar, entendiendo que se atraviesa una situación extraordinaria.
En este marco, incluso se re-escribe el rol de lo escolar, pero no se borra. Está ahí pero no hacemos de cuenta que “estamos enseñando y elles aprendiendo” como “si nada pasara”. Las familias no son docentes; las computadoras no reemplazan el vínculo humano, cuerpo a cuerpo ni nuestra intervención didáctica (nuestra principal herramienta de trabajo) que concentra altas dosis de saberes propios de les laburantes de la educación: qué les decimos y qué no para ayudarles a pensar, a inferir, la pregunta de la repregunta de la pregunta, ese andamio que tendemos que es particular para cada une, para que construya y avance en su proceso, a su tiempo; esas múltiples idas y vueltas en “vivo” entre estudiantes y entre estudiantes y docentes; que “¿cómo lo pensaron?”, “¿a qué querés jugar?”, “¡compartí las galletitas!”, “¡votemos el nombre de la biblioteca!”, “llevate este libro que se que te gusta Graciela Montes”, “¿por qué usas la palabra puto como insulto?”, ”¿vos qué pensás?”, “¿por qué?”, “viste que hay otros mundos posibles”, “de los errores se aprende”,“tu palabra es valiosa”, “quiero escucharte”, “vos podés, vos podés”.
En la Ciudad de Buenos Aires, apenas se declaró el estado de cuarentena obligatoria, tuvimos el (des)agrado de ver a Soledad Acuña, ministra de Educación, y demás representantes del Gobierno de la Ciudad llenándose la boca en los medios masivos, con la “educación virtual”. Pero virtuales son sus políticas públicas y su inversión en educación.
Desde el 2016 ya no se entregan más netbooks que se puedan llevar a la casa (estudiantes de 1°, 2°, 3° y 4° grado no cuentan con ellas en este momento). Como resultado se ha dado un gran aumento en la brecha de la desigualdad educativa, que se exacerba fuertemente en estos contextos. Esto se replica a nivel nacional con el cierre del Programa Conectar Igualdad durante el anterior gobierno para el nivel secundario y que aún no ha reanudado su funcionamiento.
Es una verdad de perogrullo -menos para quienes defienden la ideología meritocrática)- que las condiciones materiales de vida afectan sobre las posibilidades educativas. Esto se manifiesta tanto en el hecho de si se cuenta con acceso a internet y de qué calidad, si se accede a través de un celular o una computadora y de qué capacidad. Si están dadas las mínimas condiciones edilicias para poder desarrollar el proceso de aprendizaje, esto es un mesa y una silla disponibles, (lo que puede sonar bastante bàsico, pero cuando se convive con una familia numerosa en una habitaciòn de hotel o en una vivienda precaria, puede no ser tan fácil).
Asimismo, pesan los recursos que cada familia tenga para acompañar al niñe en la resoluciòn de las tareas y que se complejiza en el nivel medio cuando los contenidos ya no son tan básicos y su saber no es tan masivo como en la primaria.
Sin embargo, sin abstraer esa desigualdad, la escuela pública es una trinchera de resistencia, democratizadora del conocimiento. Y con esa convicción nos abrochamos el guardapolvo todas las mañanas.
Otra vez, les docentes (tejiendo redes con familias) hacemos lo imposible, salimos a batallar esa brecha por medio del whatsapp, mail, llamadas telefónicas, buscamos la manera de hacernos presentes en los hogares. Pero no para “hacer de cuenta que todo sigue igual”, que “seguimos enseñando y les pibes aprendiendo”. Sino porque buscamos , por todos los medios posibles, que ese vínculo pedagógico no se rompa del todo de un día para el otro .
En un contexto de reclusión en el hogar, existe la preocupación de que les estudiantes mantengan algún tipo de relación con “lo escolar” (en sentido amplio), con su vida cotidiana previa a la pandemia y acortar las distancias. Pero con conciencia que eso no alcanza y que no se pueden enviar las mismas actividades que podrían realizarse en el aula con la intervención docente que educa, que democratiza.
Con la misma conciencia se intenta sostener aquel otro rol de la escuela, como articuladora de derechos. Más aún luego de cuatro años de neoliberalismo, de una fuerte desarticulación del Estado, ese lugar de vínculo con otras instituciones y programas fue y sigue siendo relevante. Con el sistema de salud, con el derecho a la alimentación, al juego, el vínculo con el sistema de justicia. Además, la escuela es un espacio privilegiado para cuidar el derecho a vivir la niñez, mucha veces vulnerado por el mercado y la misma desigualdad a la que lleva una sociedad regida por sus leyes.
Frente al esfuerzo del trabajo docente se encuentran los requerimientos institucionales, que son en cada jurisdicciòn y en cada escuela resueltos de distinta manera. Se insiste con el control de asistencia a clases virtuales donde se llega a pedir que les alumnes tengan puesto el uniforme escolar, o se les pide a las familias el envìo de la foto de cada niñe haciendo la tarea en horario escolar.
Estas medidas están lejos de ayudar a mantener el vìnculo del que hablamos sino más bien a generar en los hogares momentos de hartazgo e impotencia por no poder alcanzar las expectativas esperadas por el sistema educativo. Más grave aún será en los casos en que ya exista una situación de violencia previa, el momento de la tarea puede convertirse en la situaciòn propicia para ejercer maltrato o desinterés hacia les niñes. Violencias que en tiempos de aislamiento se tornan más evidentes y constantes.
No se puede pasar por alto que no todas las familias son contenedoras y que los padres maltratadores se encuentran presentes en los hogares durante todo el día en este contexto particular.
No queremos, como docentes, contribuir a estas situaciones ni sobrecargar a las mujeres, que ya de por sí tienen una gran carga de trabajo no remunerado. Cuando hablamos de quienes acompañan la educaciòn en el hogar, hablamos de madres, hermanas, tìas y abuelas, las que realizan el 70% de las tareas de cuidado en situaciones de normalidad y cuya realidad no cambia sino que se exacerba en este contexto.
Para ellas, muchas a su vez docentes que no están de licencia sino también garantizando la continuidad escolar, la cuarentena no es momento de ocio, sino de incremento laboral, de más comidas que garantizar con menos recursos, de mayor atención a las medidas de higiene, etc.
Hoy existe desde el movimiento feminista un planteo sobre colectivizar estas tareas. Se revaloriza la importancia tanto del rol Estado como del colectivo para la salud, la resolución de las demandas sociales, la garantía de derechos esenciales. También podría pensarse de manera colectiva la educaciòn de niñes y adolescentes, que tenga en cuenta la desigualdad social para atenuarla, con contenidos accesibles, más lúdicos, que se puedan realizar de manera lo más autónoma posible, adecuados para la situaciòn excepcional que atravesamos, a través de los medios masivos, con la entrega de útiles en las escuelas junto con las viandas, con acompañamiento también al adulte. Y sobre todo con la paciencia de saber que les niñes van a volver a sus escuelas, que no corren una carrera, que habrá tiempo para recuperar y aprender lo que ahora no se pueda, no sin dar cuenta de lo que estamos pasando como sociedad, sino aprendiendo de ello.
* Maestra
** Bibliotecaria
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