31 marzo, 2020
Hungría y la cruzada iliberal de Viktor Orbán
Surgido en 1988, en el ocaso del comunismo húngaro, el partido Fidesz supo canalizar a sectores tradicionalistas y conservadores hasta convertirse, post crisis mundial de 2008, en la fuerza política más importante y consolidada del país.

El primer ministro húngaro Viktor Orbán nunca desperdicia una crisis. En el combate contra el coronavirus se aprobó este lunes una ley que le confiere poderes discrecionales al amparo de la declaración del estado de emergencia. La ley crea nuevos delitos concernientes a la difusión de información y a la violación de cuarentena, pero lo más importante es que otorga la facultad a Orbán de juntar en su persona la suma del poder público y gobernar mediante decreto durante un tiempo no especificado y determinable a su voluntad.
Esto muestra el peligro de que la pandemia pueda poner en marcha una inercia autoritaria mundial aprovechable por gobiernos de extrema-derecha como el de Orbán y su partido Fidesz.
“El nuevo Estado que construimos en Hungría no es un Estado liberal, sino un Estado iliberal”. Así definía el presidente Orbán en el año 2014 el espacio ideológico de su movimiento. Su gobierno se ha encargado de demostrar que este “iliberalismo” no sólo implica un rechazo a las formas liberales, sino también un concepto esencialista de identidad nacional, una defensa tradicionalista del “Occidente cristiano” y una visión autoritaria de la comunidad. La defensa autoritaria de esto convirtió al mandatario y a partido en referentes ideológicos para toda la extrema-derecha europea.
Del anticomunismo a la extrema derecha
La historia de Fidesz (Unión de Jóvenes Demócratas) se remonta al año 1988, cuando un poco más de 30 estudiantes del prestigioso College Istvan Bibó se reunieron en el sótano de su residencia estudiantil con el fin de organizar una oposición a las asociaciones estudiantiles del régimen comunista. De esa pequeña reunión participaron muchos de los que ocuparon cargos importantes una vez que el partido llegó al poder y que, hasta la actualidad, conducen la vida política del país.
En sus orígenes, Fidesz se presentaba con un perfil democrático y antiautoritario, reivindicaba el levantamiento de 1956 aplastado sangrientamente por el Ejército Rojo y soñaba con convertirse en el enlace entre los intelectuales urbanos y los sectores campesinos. Prontamente la figura de Orbán comenzó a destacarse del resto; especialmente cuando en 1989, con sólo 26 años, durante la ceremonia del traslado de los restos del histórico dirigente Imre Nagy, pronunció un discurso vehemente exigiendo la salida de la Unión Soviética y sus tropas de Hungría. Si bien los sentimientos anti-soviéticos estaban ampliamente extendidos en la sociedad húngara, todavía nadie se había atrevido a expresarlos públicamente con esa decisión.
En las primeras elecciones nacionales libres celebradas en 1990 Fidesz ingresó al nuevo Parlamento con 21 diputados, todos menores de 30 años, con consignas democráticas y un estilo anti-jerárquico de organización. En su vida parlamentaria el partido se ganó cierta reputación internacional debido a su constante confrontación tanto con los antiguos comunistas como con los conservadores que añoraban el viejo orden imperial. Sin embargo, este perfil comenzó a cambiar tras la muerte en 1993 del entonces primer ministro, József Antall.

En esa coyuntura Orbán percibió que un gran espacio hacia la derecha quedaba vacío desde el cual era posible aglutinar a conservadores, demócrata-cristianos y nacionalistas que habían quedado sin liderazgo. En medio de este proceso se reveló que él y el tesorero del partido habían utilizado los fondos de Fidesz para obtener beneficios a través de una empresa de automóviles de lujo. Para la facción liberal, ya descontenta por el giro conservador, esto fue la gota que colmó el vaso y el partido sufrió así una sangría de militantes que dejó a Orbán sólo en el mando partidario.
Con esta nueva orientación el actual primer ministro consiguió en 1998 ser elegido presidente del país con sólo 36 años de edad y desde entonces el nacionalismo étnico, la reivindicación de la Hungría imperial y una marcada cercanía con la Iglesia Católica se convirtieron en sus banderas. La derrota sufrida en 2002 no cambió esto sino que, por el contrario, lo profundizó aún más: el partido se volcó ahora a aglutinar a todo el espectro de derecha, incluso a los numerosos grupos neo-nazis que existen en el país.
A comienzos del nuevo siglo una coalición socialista-liberal llegó al poder durante dos mandatos y fue la responsable de la gran neoliberalización del país bajo las ideas, entonces en boga, de la “tercera vía” de Tony Blair y Gerhard Schröder. De la decadencia y la precarización que generó este experimento entre liberales y socialdemócratas se cimentó el actual poder de Fidesz.
Como si fuera poco, en el año 2006 un escándalo sacudió al país al filatrarse unas grabaciones en las que se escuchaba al entonces presidente socialdemócrata, Ferenc Gyurcsány, mofarse junto con sus diputados de las mentiras realizadas durante la campaña electoral. Esto desencadenó numerosas protestas que fueron respondidas con una represión brutal no vista desde la caída del comunismo.
La crisis mundial y el ascenso definitivo de Orbán
Años más tarde estallaría la crisis económica del 2008, brutal en Hungría, para darle el golpe de gracia a una coalición ya moribunda y para permitirle a Fidesz posicionarse como el principal partido de protesta anti-establishment. En las elecciones del 2010 logró canalizar electoralmente este descontento y Orbán se convirtió por segunda vez en presidente. Desde entonces, es el líder indiscutido en un país con un paisaje político corrido ampliamente hacia la derecha, donde incluso partidos filo-nazi como Jobbik tiene numerosas bancadas en el Parlamento.
Por el momento la oposición es muy débil, recién a fines del año pasado una heterogénea coalición liderada por el partido verde pudo ganar la alcaldía de Budapest pero sin proyección más allá de esa ciudad.
La denominada “crisis de los refugiados” del año 2015 posicionó a Orbán como referente de las políticas anti-inmigratorias en toda Europa. En señal de desafío Hungría construyó un muro en la frontera con Croacia y Serbia para evitar el paso de refugiados e inmigrantes rumbo a Alemania. Con gran histrionismo se negó también a aceptar las políticas de la Unión Europea, impulsadas por Angela Merkel, consistente en un reparto entre los países europeos de determinadas cuotas de refugiados que llegaron -y todavía lo hacen- huyendo de las guerras de Siria, Libia y Afganistán.

En Hungría la inmigración representa apenas el 1,5% de la población, exactamente el mismo porcentaje de los húngaros y húngaras que emigraron del país. Pero estos datos no evitan la fascinación de Orbán por las más absurdas teorías conspirativas. Por ejemplo, aquella con la que acusa al magnate húngaro-estadounidense George Soros -quien había sido financista de Fidesz en sus orígenes- de orquestar un macabro plan para reemplazar étnicamente a la población húngara por inmigrantes traídos de Medio Oriente con el fin de quedarse con las riquezas del país, su propia versión de la teoría del “Gran Reemplazo”, muy popular entre las extremas-derechas europeas.
Esto va acompañado por supuesto de una legislación cada vez más xenófoba que llegó a su paroxismo con la oficialmente denominada “Ley Stop Soros”. Con esta normativa sancionada en 2018 se declaró ilegal cualquier ayuda a solicitantes de asilo, se obstaculizaron los permisos de residencia y se impusieron sanciones a cualquier actividad u organización civil que promueva o retrate «positivamente» la inmigración. Además el parlamento aprobó una enmienda que establece que una «población extranjera» no puede establecerse en Hungría. Esto acarreó numerosas protestas internacionales pero que no hicieron mella en la voluntad de Orbán y sus aliados.
Política pública para su base social
En términos de política social la posición de Fidesz es algo ambigua. Por un lado, se tomaron medidas que causaron el enojo del establishment financiero internacional como, por ejemplo, la conversión a florines húngaros de las deudas inmobiliarias en divisa extranjera, el impuesto a la banca o la nacionalización de los fondos de pensión privados. Pero, por otro lado, se legisló para impedir las huelgas y los referéndum, así como se derogó el artículo en la Constitución donde se establecía el principio de “un mismo salario por un mismo trabajo” y las condiciones laborales se flexibilizaron para atraer especialmente la inversión de capitales alemanes.
La prensa occidental puso el grito en el cielo cuando Orbán intentó limitar la autonomía del Banco Central húngaro, pero nada dijo de las constantes protestas sindicales contra esta represiva legislación laboral. Del mismo modo, la política social está dirigida a quienes Fidesz considera su base de apoyo: pequeños empresarios y profesionales respetuosos de la tradición y de la autoridad. Sus enemigos, por el contrario, son aquellos sectores estigmatizados como improductivos o parasitarios: desocupados, jubilados o minorías, especialmente la gitana que padece constantemente abusos de las fuerzas de seguridad.
Enemigos públicos también son los intelectuales, universitarios o artistas. Esto se puede ver en su conservadora e hiperideologizada política cultural: son comunes medidas absurdas como la cancelación del musical Billy Elliot en la Ópera de Budapest por “incitar a la homosexualidad” o la prohibición de una exposición dedicada a la obra de Frida Kahlo debido a su “promoción del comunismo”. La persecución a diferentes instituciones científicas y académicas va desde el cierre de la sede húngara de la liberal Central European University financiada por Soros hasta el vaciamiento de los Archivos Gyorgy Lukács o de la prestigiosa Academia Húngara de Ciencias.
En definitiva, para la extrema-derecha socialismo y capital financiero son, al fin y al cabo, lo mismo: modernistas, seculares y cosmopolitas. Una interpretación heroica y llana del pasado, una xenofobia sobreactuada en un país casi sin inmigración, el control casi total de todos los resortes del poder convierten a Fidesz en el mejor ejemplo de la extrema-derecha europea actual.
* Doctor en Filosofía y ex profesor de la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente reside en Alemania y se encuentra escribiendo un libro sobre las extremas derechas europeas.
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