29 marzo, 2020
Las pestes de la peste
Al miedo y a los cuidados para con respecto al coronavirus, en los barrios populares se le suman el miedo y los cuidados que hay que tener con respecto a la falta de ingresos y por lo tanto de alimentos.
“Pues bien, siendo esta su disposición, cuando gobernantes y gobernados coincidan los unos con los otros en un viaje por tierra o en alguna otra ocasión de encuentro, por ejemplo, en una teoría o expedición en que naveguen y guerreen juntos; o cuando, al contemplarse mutuamente en un momento de peligro, no sean en modo alguno despreciados los pobres por los ricos, sino que muchas veces sea un pobre, seco y tostado por el sol, quien, al formar en la batalla junto a un rico criado a la sombra y cargado de muchas carnes superfluas, le vea jadeante y agobiado, ¿Creés acaso que no juzgará el pobre que es solo por cobardes que son ellos mismos por lo que los otros son ricos, y que, cuando se encuentre con los suyos en privado, no se dirán, como una consigna, los unos a los otros ‘Nuestros son los hombres, pues no valen nada‘?”
Platón, La república
Cuando en China se empezaba a hablar con más seriedad de un virus que venía de los murciélagos y estaba matando gente, en Argentina las organizaciones sociales estábamos armando brigadas sanitarias a Salta porque morían niños y niñas de hambre. Eran wichis, no tenían acceso ni al agua y su vida había sido condenada a muerte en aquellos años en que las regulaciones hicieron de la semilla transgénica el motor de una economía de pocos y para pocos. Desmonte y contaminación hicieron que comer y beber en la zona del Chaco Salteño sea algo imposible.
Luego vino un gobernador que para poder chorearse unos mangos más, dio de baja el programa estival, que era lo único que le daba salud y de comer a esos niñes, y lo que estaba atado con alambre se vino abajo. Hoy son más de 20 los niños y niñas muertos de hambre en esa región de nuestra Argentina.
En esos mismo días, en una villa de Quilmes, se organizaban para ver cómo le hacían frente al hambre pero sobre todo a los casos de tuberculosis que el neoliberalismo había disparado. En Capital Federal varias organizaciones se juntaban para buscar una solución a las miles de familias que estaban viviendo en la calle producto de esa cepa macrista neoliberal.
La matriz reivindicativa de los y las pobres del último año y medio fue la comida. Se dice por ahí que en 2015 el Estado Nacional repartía ocho veces menos las toneladas de alimento que hoy reparte. Los números hablan por sí solos, los cuatro años de Macri hicieron que el Estado tenga que multiplicar la ayuda alimentaria a nivel nacional. El préstamo más grande de la historia de nuestra nación, no sólo no mejoró en lo más mínimo la vida de casi ningún y ninguna argentina (hay un grupo de vivos, todos cercano al Ejecutivo en ese momento, que les fue muy bien) si no que dejaba como saldo el florecimiento de comedores populares en todas las barriadas de nuestro país.
Hay 4300 barrios populares en todo el país, dato oficial obtenido a través del Relevamiento Nacional de Barrios Populares (política diseñada, impulsada y ejecutada por las organizaciones sociales). En todos falta algún servicio, todos son producto del reflejo de supervivencia de los grupos humanos frente al abandono, primero de mercado, y luego del Estado.
Cuatro millones y medio de personas viven del ingreso que se generan inventando su propio trabajo, changueando cuando los sectores medios están de humor gastador, y viviendo casi de manera simbiótica montados a la economía que funciona ya lejos de su alcance (la que da convenios colectivos de trabajo, la que permite germinar el bichito aspiracional, la egoísta pero en la que vivimos como mundo). Digo simbiótica aunque al progre le duela, porque sé que en el fondo la describiría como parasitaria y que por eso “hay que llevarla al paradigma del trabajo”.
En ese país cayó de un día para el otro, importado por quienes pueden recorrer el mundo, el virus que nos obliga a cuidarnos entre todos y todas. En términos sanitarios, nos han pedido guardarnos en nuestras casas para evitar la propagación masiva y rápida del bichito, cosa que saturaría la capacidad del sistema de salud argentino. Y de golpe y porrazo la economía Argentina junto con la del mundo metió freno de mano, la única vacuna que tenemos por ahora es aislar lo más posible a las personas para reducir al mínimo las interacciones y de esa manera evitar una propagación vertiginosa de algo invisible e intangible.
Ese freno en alguno lugares y sectores sociales significa una cosa y en otros sectores sociales otra. Y no es en términos de moralina anticapitalista, simplemente es que hay que tener en cuenta eso para poder ejecutar las medidas de precaución de la mejor manera posible.
En un barrio popular la pandemia se siente de un modo mucho más material. Primero, porque casi la totalidad de sus habitantes viven directa o indirectamente de los ingresos cotidianos que cada vecino y vecina obtienen en los diferentes laburos que se inventaron (cartoneo, venta ambulante, cuidacoches, limpiezas de arroyo, polos textiles, herrerías, etc). Y en segundo lugar, es muy difícil el aislamiento individualizado, o familiar. El patio de las casas suelen ser las pequeñas placitas que la organización popular garantizó, el pasillo es a veces un ambiente más, y los pibes no están yendo a la escuela, así que lo que era chico ahora parece más chico todavía, estando todos todo el día en la casa.
Al miedo y a los cuidados para con respecto a la enfermedad se le suman el miedo y los cuidados que hay que tener con respecto a la falta de ingresos y por lo tanto de alimentos.
Los comedores, la cooperativa, la capilla, el templo, las guarderías, los locales de organizaciones, se han convertido así en el punto de referencia para cientos de miles de argentinos y argentinas que se acercan cotidianamente no sólo para retirar las porciones de comida necesarias para su familia, sino también para preguntar, para saber, para descargar, para denunciar, para pensar, para ofrecer. Y hay miles de compañeras y compañeros en todo el país, vecinos y vecinas de esos barrios, que están parando todos los días la olla para intentar que a nadie le falte nada en el barrio, para tratar de que la mayor de las preocupaciones de todos sus habitantes sea cuidarse del Covid 19. Desde ahí miles de heroínas y héroes anónimos ponen el pecho y salen a sostener a sus hermanos y hermanas. Donde hace una semana se servían 200 porciones hoy se sirven 500, donde eran 500 hoy se sirven el doble o el triple.
Fortalecer estas estructuras entendemos que es fundamental para garantizar pasar esta noche de la mejor manera. Necesitamos de manera urgente que el Estado respalde materialmente el funcionamiento de comedores y merenderos, la libre circulación del transporte de alimentos a los barrios, los elementos de higiene necesarios.
Así como la tripulación de aerolíneas es la que está repatriando argentinos y argentinas, como las médicas y enfermeros combaten en el cuerpo a cuerpo con la enfermedad, como la policía tranquiliza con megáfonos a los sectores medios, es fundamental que el Estado destine toda su fuerza material a fortalecer las redes de abastecimiento que el pueblo ha sabido construir en todo estos años de abandono.
El músculo y el espíritu para superar este momento nos sobra como pueblo. Existen redes de articulación y solidaridad únicas en el mundo, los y las humildes de Argentina se han organizado siempre para no resignarse frente a nada. El país que venga seguramente sea diferente, el mundo por venir seguramente sea diferente, desde la Economía Popular venimos hace 10 años gritando que nuestros compañeros y compañeras ya tienen trabajo y que lo que faltan son derechos, derechos que los oligarcas y neoliberales convirtieron en dólares ayer, hoy y siempre.
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