27 marzo, 2020
Derechos Humanos y Feminismos: legados y reflejos
Marzo parece eterno: el gran paro internacional feminista sigue fresco en nuestra memoria, pero por primera vez las Madres y Abuelas no marcharon un 24 de marzo. Con los pañuelos aún colgados en nuestras ventanas nos preguntamos, ¿Podemos pensar por separado el movimiento de derechos humanos y el feminismo desde el retorno de la democracia?

Quienes militamos el feminismo popular tenemos entre nuestras banderas las luchas de nuestres compañeres detenides desaparecides. Fueron las Madres y Abuelas las que se ocuparon de mantener vivos sus sueños e ideales de igualdad y transformación social. Ellas nos transmitieron este legado que hoy, desde el feminismo, buscamos hacer realidad.
Si bien aquella generación no se percibía feminista, al observar la militancia popular de aquellas compañeras en barrios, comedores, merenderos, guarderías y rondas de mujeres, podemos reconocernos herederas de ciertas prácticas militantes que consideramos intrínsecas del feminismo que construimos día a día.
La dictadura cívico-militar se impuso con el objetivo de instaurar el neoliberalismo y reconfigurar los lazos sociales. Para ello, se valió de un discurso ultraconservador que, al determinar el rol que cada persona debía cumplir al interior de la sociedad, asignó a los hombres el espacio público del trabajo, mientras que destinó a las mujeres a las labores del hogar y, fundamentalmente, la maternidad. Es decir, el ámbito privado. En este sistema binario, las disidencias sexuales permanecieron invisibilizadas. Esta división sexual y genérica del trabajo contribuyó a profundizar el neoliberalismo y, simultáneamente, agudizar el carácter patriarcal de las relaciones sociales.
A quienes estamos oprimides desde siempre, nos queda claro que este esquema no fue exclusivo del régimen de facto; la novedad descansó en que quienes se apartaron de estos mandatos fueron perseguides, reprimides y en muchos casos desaparecides por el accionar genocida. En relación a la coyuntura actual, la legisladora porteña Ofelia Fernández sostiene que el poder concentrado no busca acallar a todas las mujeres, sino que persigue a aquellas que cuestionan el sistema, las situaciones de opresión y las relaciones de poder en los diversos ámbitos. Estos mismos mecanismos de opresión operaron durante el régimen dictatorial.
Sin embargo, en 1977 un grupo de mujeres se nucleó a partir del secuestro, asesinato y desaparición de sus hijos e hijas, y la apropiación de sus nietos y nietas. Estas madres y abuelas muy pronto se convirtieron en Madres y Abuelas ya que buscaban a todes les hijes y nietes desaparecides, no sólo les propies. Como sostiene la doctora en Literatura Comparada y Teoría Literaria, Judith Filc, esta socialización de la maternidad revirtió los sentidos tradicionales asignados a la maternidad ligada al ámbito privado e individual (“madre hay una sola”). De este modo, las Madres y Abuelas trascendieron el espacio doméstico e irrumpieron en la arena pública, específicamente en el centro del poder político: la Plaza de Mayo.
Asimismo, al reconocerse Madres y Abuelas de la plaza y combinar sus tareas de cuidado con las de la militancia, se produjo una nueva configuración en la cual su rol maternal ya no se reafirmaba en los pilares tradicionales asignados a aquella categoría, sino en unos nuevos. En estas organizaciones, la filiación ya no dependía del lazo sanguíneo, sino de la experiencia política compartida.
Si bien Madres y Abuelas no se consideraban feministas –ni lo hicieron en tanto organismos hasta la masividad que adoptó el feminismo con las marchas de Ni Una Menos–, comenzaron a reconocer que la dictadura las oprimía en un sentido social y económico, pero también genérico. En la década del ’90, las Madres manifestaron que “hubo madres que no pudieron enfrentar las dos situaciones, los dos frentes, porque después de todo era como dos dictaduras, la dictadura doméstica y la dictadura militar”. Este testimonio da cuenta de que, tal como lo plantearon las feministas en los años ’80, el terrorismo de Estado era efectivamente un terrorismo patriarcal.
A cada paso, los organismos de derechos humanos fueron inventando nuevas formas de resistir, de luchar, de buscar, de restituir y de amar. Como herencia de nuestras Madres y Abuelas, las feministas constantemente inventamos nuevas maneras de militar y al hacerlo, instauramos distintos modos de transformación y de hacer política.
En 1986, Nora Cortiñas y Lita Boitano formaron parte de la comisión organizadora del primer Encuentro Nacional de Mujeres. No lo hicieron porque se consideraran feministas, sino con el fin de articular con otras mujeres y difundir su lucha. Sin embargo, desde ese momento el movimiento feminista incorporó las luchas de derechos humanos y las levantó como banderas propias.
En los treinta y siete años de democracia, las Madres y Abuelas se consolidaron como símbolo de resistencia a la dictadura, lograron el juicio a los genocidas y aún hoy dan pelea en la constante (re)construcción de la memoria colectiva. En simultáneo, estrecharon sus lazos con el feminismo, involucrándose activamente en diversas reivindicaciones.
Muchas de nuestras Madres y Abuelas llevan junto con su pañuelo blanco, el pañuelo verde atado en sus muñecas; más aún, los últimos dos años, incluyeron el reclamo por el aborto en el discurso oficial del 24 de marzo.
En las genealogías del movimiento de derechos humanos y el feminismo identificamos que sus luchas comenzaron escindidas, pero sus entrecruzamientos fueron múltiples y heterogéneos. Desde nuestros anteojos violetas y multicolores podemos reconocer prácticas feministas en nuestras referentas, aún antes de que ellas se reconocieran como tales. Con el retorno a la democracia, muchas integrantes de los organismos comenzaron a organizarse en torno a los Encuentros y espacios de mujeres y/o feministas. A la inversa, grupos feministas integraron colectivos más amplios junto a miembros de los organismos, como la Multisectoral de la Mujer creada en 1983, e incorporaron los reclamos de Madres y Abuelas a sus propias luchas.
En retrospectiva, al observar un movimiento identificamos reflejos del otro en sus luchas. Buscamos inscribirnos ahí, en esas intersecciones que nos permitan seguir construyendo al calor de esos intercambios y manteniendo en alto nuestros sueños de transformación social.
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