23 marzo, 2020
Pícaros, quizás pretenden el poder
Este 24 de Marzo se cumplen 44 años desde el golpe cívico-militar que impuso la dictadura más sangrienta de nuestra historia. En este mundo donde todo es crisis, les jóvenes tenemos la responsabilidad de conocer nuestro pasado. Porque la potencia que borró la represión sigue viva y es esencial cambiar nuestro presente, tan hambriento de futuro.

1969: la Argentina está en llamas. Los principales conglomerados urbanos del país ven sus calles inundadas de obreres y estudiantes. En Rosario y en Córdoba se desarrollan verdaderos combates contra la dictadura de Onganía: el Cordobazo, el Rosariazo, y el Tucumanazo no son sólo una reacción a los ataques del gobierno de facto, son la explosión de lo que desde la “fusiladora” de 1955 se estaba cocinando por abajo, con el entrelazamiento de trabajadores, jóvenes y estudiantes forzades a incubar su rabia frente a la persecución y matanza de sus compañeres a manos de las fuerzas represivas.
En 1966 la policía mató a Santiago Pampillón, un estudiante de ingeniería cordobés que luchaba contra la intervención militar en las universidades. La tanda de rebeliones del “año de los azos” dió inicio a una época en la que las nuevas generaciones gestaron uno de los movimientos más disruptivos y potentes de la historia de nuestro país.
Ahora, ¿cómo es posible que una juventud que no vivió el gobierno de Juan Domingo Perón, educada entre el porteñaje oligárquico en una década de represiones, sangre y gobiernos autoritarios, resolviera enarbolar las banderas de les desposeídes de su patria y junto a la clase trabajadora llevarlas más allá, para transformarlo todo?
Desde la autodenominada “Revolución Libertadora”, trabajadores, trabajadoras y estudiantes tejieron vínculos a partir de la lucha contra una serie de dictaduras que no sólo gobernaron a partir de la prolongación del autoritarismo y la intervención imperial en el país, sino que impusieron la idea del fracaso del proyecto democrático. Las experiencias de resistencia acumuladas criaron a una juventud que supo aprender que no estaba sola en el mundo, un mundo que gritaba que Patria es Humanidad.
Esa juventud revisaba la historia del país a la luz de la Revolución en Cuba, leía las noticias de los movimientos anticoloniales en África y Asia, escuchaba los ecos del Mayo Francés. En un mundo donde la lucha de clases era moneda corriente y donde medio planeta era disputado por el llamado socialismo real, asumir como horizonte una transformación radical de la sociedad no era una idea tirada de los pelos. La revolución era una realidad que estaba cerca, y confluía con las prácticas construidas en los años de la resistencia peronista y el Cordobazo.
Así, esa generación asumió la militancia como un modo de vida, resignó su cotidianeidad acomodada para dedicar su tiempo a organizarse junto a su pueblo. Muchas de las nuevas organizaciones guerrilleras y revolucionarias se acercaron a la Teología de la Liberación impulsada por los sacerdotes tercermundistas. La politización del piberío de los ‘70, que circulaba entre ideas socialistas o peronistas, latinoamericanistas o nacionalistas -pero que de todas formas buscaban una transformación radical de Argentina- se forjó en espacios de vida concretos: las fábricas, los barrios populares y las escuelas y universidades. En esos territorios se construían herramientas para cambiar un presente de apatía y conformismo.
Ahora bien: en la Argentina de esos tiempos les jóvenes no sólo se rebelaron contra el orden ocupando el espacio público. Cuando Manuel Puig retrata en la cárcel a un pibe revolucionario que quiere tomar las armas para transformar la realidad y a un “muchacho que quiere ser ella”, condensa en clave literaria otras formas de fugarse de la norma que imponía una sociedad donde el mandato patriarcal y clerical estaban fuertemente abigarrados. Un mandato que también estaba presente en las organizaciones políticas, que entendían a las orientaciones sexogenéricas fugadas de la norma como una desviación, en un contexto mundial donde la disputa por el reconocimiento no estaba aún en agenda.
Muchas veces se nos escapa que las organizaciones corrieron de la plaza al Frente de Liberación Homosexual en la asunción de Héctor Cámpora al canto de «¡no somos putos, no somos faloperos, somos soldados de FAR y Montoneros!»; o que eran contadas las organizaciones con un Frente de Mujeres, o el manifiesto de la Unión Feminista Argentina que proclamaba a las mujeres como “la clase marginada de las clases”, y que combatía dentro de las filas de la izquierda argentina a esa idea -tan absurda al calor de nuestros tiempos- de cuestionarse la opresión de clases sin cuestionar también la opresión estructural que impone el patriarcado. Releer la historia de nuestro pueblo con los ojos del presente nos demanda poner sobre la mesa lo que antes era invisibilizado.
La victoria del Gobierno de Cámpora en 1973 dio pie a que en las universidades de la época se ensayaran otros posibles destinos para el país. De eso fue parte la experiencia de Montoneros a la cabeza del Ministerio de Educación. Las Cátedras Nacionales de Filosofía y Letras, las asesorías jurídicas de les estudiantes de derecho en la Villa 31, los debates para construir una nueva forma de urbanización con la participación del centro de estudiantes de Arquitectura, son sin lugar a dudas parte de ese experimento revolucionario que el proceso dictatorial de 1976 vino a fracturar y desarticular.
Lo peligroso de esos ensayos residía no sólo en su corrimiento del ejercicio tradicional de las profesiones, sino también en la fuerte vinculación de su contenido con las necesidades de las clases populares. Una vinculación que incluso hacía chocar las cabezas del peronismo reaccionario y de la izquierda de pura cepa, irrumpiendo en el debate político al plantear que, para transformar la Argentina de lleno, había que adaptar ese deseo de Revolución a la realidad del territorio que se pisaba.
Decía el escritor y militante Ismael Viñas: “no basta con leer a Marx (…) es imprescindible darnos vuelta como un guante (…) desgarrarnos de nuestra clase, desgarrarnos de ese mundo viejo”. Con esa misma irreverencia, arremetían también contra los conciliadores de la lucha de clases, pretendiendo imponerle a Perón la necesidad de asumir que sus intereses estaban entrelazados con la construcción de la patria socialista.
Así se abrieron lugar a los codazos las oleadas de jóvenes y estudiantes que fundaron nuevas organizaciones revolucionarias. La fuerza de esta juventud rebelde, parte del pueblo organizado, fue tal que hasta hizo peligrar los fundamentos de la dominación de los sectores ricos y poderosos de nuestro país. Cada vez con mayor radicalidad, el pueblo se comprometía con la tarea de luchar por la liberación de la nación y del pueblo argentino.
Primero fue la Triple A, promovida por la derecha peronista y la burocracia sindical, la que comenzó la matanza y persecución de les militantes revolucionaries. Luego los grandes empresarios, la oligarquía, los intereses norteamericanos, las jerarquías católicas, los medios de comunicación, la policía y los burócratas sindicales, encabezados por las Fuerzas Armadas impusieron la más feroz dictadura que haya conocido este país. En pocos años, el terrorismo de Estado asesinó, torturó y secuestró como política sistemática, desapareciendo a 30 mil compañeres para generar un impacto irreversible en la organización de las clases populares y su lucha emancipatoria.
A 44 años: la revolución es un sueño eterno
Les jóvenes de ayer se criaron entre represiones y discursos que llamaban al orden y a reforzar la familia, en una Argentina donde la política económica buscó quebrar la espalda del movimiento obrero a partir de la destrucción de los salarios y el desempleo marginalizante, para abrirle la puerta a los grandes capitales extranjeros y ahogar la pequeña industria nacional. Esos elementos transformaron de lleno la estructura económica y social del país, tras décadas de neoliberalismo.
Aunque transformada la cara del poder político, son esos grandes grupos empresarios quienes siguen ahogando a los sectores populares en los márgenes de las nuevas democracias y los discursos meritocráticos en todo el mundo. La prueba de lo irrealizable de su modelo está puesta sobre la mesa hoy más que nunca: el capitalismo a escala global se encuentra transitando una de las crisis sanitarias, sociales y económicas más grandes de su historia. Hace meses los pueblos se levantan en distintas ciudades del planeta para clamar por el fin de las políticas neoliberales .
Les jóvenes de hoy, entre tanta mala muerte, tanta precarización de la juventud orquestada a nivel global, entre tanta sensación de incertidumbre por vivir en un mundo que no guardó un lugar para nosotres, seguimos apostando a las salidas colectivas como forma de superar nuestra desolación y nuestra condena a la miseria. Seguimos teniendo como faro a los países que le envían ayudas sanitarias a un mundo que los bloqueó económicamente durante décadas. Seguimos alertando sobre los peligros de volvernos -entre tanto Estado presente- entes que interiorizan esas fuerzas represivas y denuncian al de al lado. Seguimos, en este nuevo aniversario, recordando y reivindicando a esa generación que nos robaron, y con la cual -estamos segures- el mundo hubiera sido un lugar muy diferente.
Hoy camina la memoria de los pueblos cada vez que apostamos a las salidas colectivas, cada vez que nos organizamos con irreverencia frente a los poderosos para priorizar nuestras vidas por sobre sus bolsillos. Camina la memoria cuando apostamos a la construcción de poder popular para salir de la crisis, cuando movimientos emergentes como el ecologismo ponen sobre la mesa la necesidad de transformar el sistema productivo para seguir viviendo en este planeta. Camina la memoria cuando los sectores populares se organizan para reproducir su vida, y camina la memoria, sobre todo, en estos años donde las pibas decidimos que nuestro espacio de encuentro son las calles, las camas, las aulas, los barrios y los espacios de laburo.
Porque cuando nos encontramos en le otre, en el ansia de un mañana acorde a nuestros sueños, seguimos teniendo la certeza de que el futuro, más temprano que tarde, va a ser nuestro.
Sol Verónica Gui, Ian Cordeiro y Estanislao Campos
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