18 febrero, 2020
Cuando el mito de Jeremías tuvo más validancia que los hechos
Un día como hoy del año 1996 se estrenó el capítulo “Lisa, la iconoclasta” de la serie animada Los Simpson. Una obra maestra que en poco más de 20 minutos condensa debates sobre el carácter político de la historia como ordenadora social del presente.


Santiago Mayor
El domingo 18 de febrero de 1996 se reveló al mundo un dato trascendente que podría haber cambiado la historia de toda una ciudad. Jeremías Springfield, el fundador del pueblo que habitan los Simpson, había sido en realidad un pirata y asesino llamado Hans Sprungfeld.
Lejos del relato oficial de aquel colono que, luego de malinterpretar un pasaje de la Biblia se dio a la búsqueda de “la nueva Sodomia”, domó un búfalo y prohibió que en su pueblo la gente se casara con sus primas, Sprungfeld fue un sanguinario que incluso intentó asesinar a George Washington.
Quien descubre todos estos hechos es Lisa. En el marco del bicentenario de la ciudad les encargan a las y los estudiantes de la escuela primaria escribir un ensayo sobre el fundador del pueblo. Allí, de casualidad, la más inteligente de la familia Simpson da con un testamento hasta entonces desconocido donde Sprungfeld revela su verdadera identidad, motivo por el cual no se sabía nada de él antes de 1796, año de la fundación de la Springfield.
Eso anima a la joven estudiante a seguir investigando y hallando más pruebas. Aún contra voces -en teoría- más autorizadas que ella como su madre, el historiador y anticuario de Springfield, la maestra Stricter (“son mujeres como tú las que no dificultan conseguir marido”) y el Comité de Regocijo del Pueblo.
A pesar de que Lisa cuenta con información chequeada y datos históricos, la gente se rehúsa a creer que su fundador y prócer es un farsante. Simplemente es inconcebible que algo que fue repetido durante 200 años, no sea cierto.
Allí la serie comienza a dar cuenta de un proceso de reflexión que se irá desarrollando hasta el cierre mismo del episodio: las creencias populares tienen un peso cultural y social que no pueden ser derribados con meros argumentos racionales. Incluso, si esto fuera posible, sus consecuencias serían impredecibles y, en algunos casos, también negativas.
Springfield, una ciudad que no se destaca por nada, en decadencia desde hace décadas y atravesada por múltiples conflictos (políticos, sociales, de género, religiosos, étnicos) logra un momento de armonía, de paz, en el marco de los festejos de su fundación. El desfile, las banderitas estadounidenses, los sombreros con cola de mapache como el que usaba Jeremías. Toda una iconografía puesta al servicio de construir una identidad común.
Cuestionable o no, el bicentenario consigue llevar un momento de alegría a las anodinas vidas de esas personas mediocres ancladas en el corazón de EE.UU. Y allí es donde Lisa toma la decisión política de no revelar la verdad ya que, desde su perspectiva, esa falacia histórica es algo positivo.
El mensaje puede parecer conservador, se elige mantener una mentira y a la sociedad en la ignorancia. Pero la reflexión de Lisa es otra: “El mito de Jeremías tiene valor, promueve los mejores sentimientos del pueblo”, explica.
Poco importa ya quién fue realmente Sprungfeld, sino el devenir del relato que se construyó en torno a su figura y sus consecuencias concretas en una sociedad determinada. Es analizando ese presente que Lisa toma su decisión.
Para desgracia de Hans, su ruindad no persistió después de que su cuerpo sucumbió a la difteria infecciosa que lo invadía.
Quien lo haya dicho: un noble espíritu agrandece al hombre más pequeño.
Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.