Batalla de Ideas

11 febrero, 2020

Mujeres que hicieron historia: Rosalind Franklin

En el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, en Notas le rendimos homenaje a una científica cuya obra fue pionera en el estudio y descubrimiento de las cadenas de ADN. Su trabajo fue galardonado con un premio Nobel, aunque fue recibido por dos compañeros de laboratorio que robaron sus descubrimientos.

Carla Martilotta

@CarlaMartilotta

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En el seno de una familia rica de judíos londinenses, el 25 de julio de 1920, nació Rosalind. Fue la segunda de cinco hermanos y la primera mujer de la familia Franklin, dedicada por generaciones al negocio bancario. Durante sus primeros años asistió a los mejores colegios del Reino Unido e incluso viajó a Francia para especializar su formación primaria en física y química.

Al cumplir 18 años decidió asistir a la universidad y aprobó los exámenes de ingreso del Colegio Newnham, en Cambridge. Sin embargo, su padre le prohibió continuar con su educación superior y, además de negarse a pagar por sus estudios, le retiró el dinero que solía proporcionarle para vivir. Fue su tía paterna quien se ocupó de pagar la universidad y así Rosalind inició una carrera que cambiaría la historia de la ciencia moderna para siempre.

«Lo único que necesita la fe es el convencimiento de que esforzándonos en hacer lo mejor que podemos nos acercaremos al éxito, y que el éxito de nuestros propósitos, la mejora de la humanidad de hoy y del futuro, merece la pena de conseguirse»

Rosalind Franklin

Obstinada, en una carta dirigida a su padre, escribió: “La ciencia y la vida no pueden ni deben estar separadas. Para mí la ciencia da una explicación parcial de la vida. Tal como se basa en los hechos, la experiencia y los experimentos… Estoy de acuerdo en que la fe es fundamental para tener éxito en la vida, pero no acepto tu definición de fe y la creencia de que hay vida después de la muerte». «En mi opinión, lo único que necesita la fe es el convencimiento de que esforzándonos en hacer lo mejor que podemos nos acercaremos al éxito, y que el éxito de nuestros propósitos, la mejora de la humanidad de hoy y del futuro, merece la pena de conseguirse”, añadió.

Sus estudios y aportes a la ciencia moderna

En 1941, a la corta edad de 21 años, se recibió de química y física y consiguió una beca doctoral. Sin embargo la abandonó en 1942 en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Su colaboración en el conflicto bélico pasó por importantes aportes realizados en la Asociación de la Investigación para la Utilización del Carbón que más tarde le conseguirían su título de posgrado titulado La química física de los coloides orgánicos sólidos.

En 1947 volvió a Paris y se unió al Laboratorio Central de Servicios Químicos del Estado, pionero en admitir a las mujeres. Fue allí donde aprendió la técnica de Rayos X que marcaría su futuro profesional.

Volvió a su Londres natal en 1951 y fue aceptada en el elitista y -sobre todo- machista King’s College (Colegio de Reyes). Fue el director del departamento, John Randall, quien vio el potencial de Rosalind y le permitió destacarse entre sus compañeros. Sin embargo, fuera del laboratorio, las cosas no eran fáciles para las pocas mujeres que podían acceder.

Los espacios comunes como la sala de profesores y la cafetería estaban reservadas para los varones y si una de las estudiantes decidía quejarse al respecto, era criticada por discutir “trivialidades” y sometida a burlas constantes de sus pares. Luego, el resentimiento masculino se volcaba al ámbito profesional.

Descubrimiento, robo y traición

En noviembre de 1951, antes de cumplir el primer aniversario en el King’s College y gracias a sus conocimientos en el uso de Rayos X, Rosalind logró captar una imagen de la estructura de doble hélice del ácido desoxirribonucleico (ADN), conocida mundialmente como la “Fotografía 51”.

Fotografía 51

Fue su compañero de laboratorio, Maurice Wilkins, quien le robó la fotografía y la entregó a dos jóvenes de una universidad cercana: James Watson y Francis Crick. Ellos también estudiaban el ADN y, tras asistir a una conferencia dictada por la joven estudiante, comenzaron a utilizar sus descubrimientos para darse a conocer.

En el microambiente de estudiantes de ADN les cuatro jóvenes tenían una relación cercana, aunque para nada buena. En sus memorias, Watson escribió: “(Rosalind) estaba decidida a no destacar sus atributos femeninos. Aunque era de rasgos enérgicos, no carecía de atractivo, y habría podido resultar muy guapa si hubiera mostrado el menor interés por vestir bien. Pero no lo hacía. Nunca llevaba los labios pintados para resaltar el contraste con su cabello liso y negro, y, a sus 31 años, todos sus vestidos mostraban una imaginación propia de empollonas adolescentes inglesas”. Llegó incluso a marcarle a su amigo Wilkins “la necesidad de ponerla en su lugar”.

En 1952 Watson y Crick, del Laboratorio Cavendish en Cambridge, publicaron bajo su autoría una recopilación de los estudios de Rosalind en la revista Nature con apenas una vaga mención a la autora intelectual y descubridora de la Fotografía 51.

A pesar de que un año antes ella había escrito las conclusiones de su investigación en conjunto con la famosa imagen, el reconocimiento le fue negado y, harta de las discusiones académicas con los hombres, se trasladó al Birbeck College, también de Londres. Allí continuó con sus trabajos sobre el ADN mientras migraba al estudio sobre el virus del tabaco, el mosaico y el polio.

En 1956 a Rosalind le diagnosticaron cáncer de ovarios, ligado a su constante exposición a los Rayos X. Continuó investigando durante los siguientes dos años y se sometió a varias operaciones quirúrgicas y una incipiente quimioterapia que tampoco funcionó. El 16 de abril de 1958 murió en la capital británica a sus cortos 37 años.

Cuatro años después, Watson, Crick y Wilkins recibieron el premio Nobel por los estudios en la estructura del ADN. Ninguno de los tres mencionó a la brillante científica y se quedaron con el crédito y el dinero por sus descubrimientos. En su libro La Doble Hélice, Watson reconoció: «Rosy, desde luego, no nos dio directamente sus resultados. Por esa razón, nadie en King’s College se dio cuenta de que estaban en nuestras manos».

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