16 enero, 2020
La cancha donde el Río de la Plata es tribuna
En la Villa del Cerro de Montevideo existe uno de los estadios más exóticos, singulares y con la vista más linda del planeta: el de Rampla Juniors. Institución histórica del fútbol uruguayo y pionera del fútbol femenino, es un enclave de romanticismo y sencillez en un fútbol hipermercantilizado.


Nicolás Castelli
El Estadio Olímpico Pedro Arispe de Rampla Juniors, club centenario del fútbol charrúa considerado durante años el tercer grande, lejos está de todos los lujos y comodidades de las grandes obras del fútbol moderno. Solo posee dos tribunas, levantadas por sus hinchas, con capacidad para 9.500 espectadores y espectadoras. El arco sur limita con un astillero y el lateral este con el Río de la Plata.
Esto se debe a que fue construido hace casi un siglo sobre la costa de la bahía de Montevideo que baña al barrio de Cerro, lo que hace que en los partidos las pelotas, ya sea por un despeje o un mal cambio de frente, cada tanto terminen en el río. Solo un muro separa el agua del campo de juego de esta cancha que nació pisando el río.
Por eso, en vez de alcanza pelotas en Rampla hay un “aguador” (mezcla de aguatero y pelotero) encargado de sumergirse para recuperar los balones y que estos no se conviertan en pérdida para las magras arcas del club.
“Siempre caen las pelotas al agua y nadie quería ir a recogerlas. Un día, en un partido en invierno, con 12 grados, lanzaron la pelota al agua y antes de pensármelo, me tiré a por ella. Cuando regresé, todo el estadio aplaudía, me animaban y me gustó mucho”, contó Jonathan Vera, aguador oficial y fanático ramplense, en una entrevista para la revista española Panenka. Allí también precisó esta particular metodología de rescate: “Si ahora mismo cae una pelota al agua y estamos en pleno partido, mi proceso es, primero, salir del estadio por un muro abierto que tenemos. Luego me quito toda la ropa, me quedo en shorts o bañador y me lanzo al agua aunque sea pleno invierno”.

Pero esta ubicación permite que también pueda verse un juego desde el agua, en un barco, como muchos recuerdan que hacían los buques mercantes en otras épocas y que todavía sigue sucediendo con seguidores del club. “En algunos partidos, hemos llegado a tener a muchos hinchas que estaban viendo y animando desde un barco que recorría el Río de la Plata. Es decir, acá suceden cosas que no se pueden ver en ningún otro lugar”, comentó Rodrigo Odrizola, ex arquero del plantel masculino de primera.
Sentarse en una de sus tribunas o ver fútbol gratis desde el río con el paisaje de la bahía montevideana como telón de fondo hacen a este estadio un combo único y mágico con tintes surrealistas y atardeceres espectaculares. Esta humilde y pintoresca cancha remite a otras épocas del fútbol donde no había tanto negocio lucrando con la pasión genuina.
Esta misma pasión fue la que llevó a un grupo de hinchas en la década del sesenta del siglo pasado a construir la cancha a puro pulmón. Con pico y pala fueron levantando las gradas de cemento, picando piedras de la bahía para reemplazar a las de madera. De ahí el apodo “picapiedras” con el que se conoce al club en Uruguay.
Pisando la pelota y el río
Fundado el 7 de enero de 1914, sus colores rojo y verde se deben a la bandera de un barco portugués que por aquel entonces arribó al puerto de la ciudad ese mismo día. Su nombre proviene de una calle lindera al puerto que se llamaba La Marsellaise pero que popularmente se la denominaba “la rampla”. En esos años la Villa del Cerro era zona de cámaras frigorificas, un barrio de clase obrera ligada a la industria de la carne.

Luego de deambular por diferentes lugares de la bahía, en 1923 Rampla asentó definitivamente su estadio en la ubicación actual sobre la costa que en ese entonces pertenecía al Varadero de la Villa del Cerro, propiedad del inglés John Miller, hincha del club, que cedió los terrenos. Su única condición era que fuera llamada Parque Nelson, en homenaje al famoso almirante inglés. Y así lo fue hasta 1980 cuando por sugerencia del capitán griego Panagiotis Tsakos -de las Industrias Navales Tsakos que patrocinaba al club en los ochenta- fue rebautizada como Estadio Olímpico en alusión al Monte Olimpo de Grecia. En 2019 a este nombre se le agregó el de Pedro “El Indio” Arispe, un defensor e ídolo del club en los años veinte.
De la época del capitán griego data un hecho curioso. La empresa Tsakos había comprado un buque mercante que había sufrido un incendio. Luego de remolcarlo desde Brasil y ponerlo a punto, en 1983 fue rebautizado con el nombre de Rampla Juniors. Al frente de la cabina se pintó dentro de un gran círculo a Pedro Picapiedra, el famosos personaje de la serie animada, con los colores del club y una bandera en su mano izquierda. Así el conjunto rojo y verde se convirtió en el primer club en Uruguay en cuyo honor se bautizó una embarcación.
De modista a presidenta pionera del fútbol femenino
Pero no son solo datos de color los récords e hitos ramplenses. En 1954 se convirtió en el primer equipo charrúa en ganar en tierras inglesas tras derrotar al Portsmouth 3 a 1. Hace tres años con la llegada de Isabel Peña a la presidencia, fue también pionero en el fútbol profesional en Uruguay al tener una presidenta. Esta modista, vecina al Estadio Olímpico y picapiedra de toda la vida, llegó oficialmente su cargo en 2017 tras la renuncia del entonces presidente Juan Castillo, ex titular de la estatal Dirección Nacional de Trabajo, que debió asumir como secretario General del Partido Comunista del Uruguay (PCU).
Isabel recibió un premio de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) en reconocimiento a su labor como dirigente impulsora y fundadora del fútbol femenino charrúa en su club y en el país. Con el equipo de sus amores ganó diez de los primeros 12 títulos de la liga femenina, seis de ellos de forma consecutiva, entre 2001 y 2006, y además las picapiedras participaron en la primera Libertadores femenina de 2009.
“Si alguien viene al estadio y no le gusta el partido, con el paisaje que tiene, con el atardecer más precioso del mundo, tiene más que suficiente y ve recompensada su entrada”, dijo Isabel con respecto a la postal montevideana que enmarca el estadio rojiverde. “Aquí ha venido gente de todo el mundo para ver la vista de la Bahía desde nuestro estadio. No lo tiene nadie más. Vinieron para verlo y quedan impactados aunque no les guste nada el fútbol”, explicó.
Pareja, madres y jugadoras
Natalia Seoane y Analía Tabacchi se conocieron en Rampla cuando eran adolescentes. Se enamoraron y se casaron en la sede del club gracias a la gestión de Isabel Peña, que ofreció el espacio y siempre las apoyó. Además, son jugadoras del picapiedra y madres de mellizos por fertilización asistida luego de un proceso que les llevó dos años hasta que apareció un donante. Ahora deben enfrentar la difícil tarea de repartir las tareas de cuidado y las de jugadoras ya que en Uruguay, como en gran parte del mundo, el fútbol femenino es amateur.
Esto impide pensar al deporte como una salida laboral y encima no existe ningún protocolo de embarazo. La excepción es España, donde en 2019 la Asociación de Futbolistas Españolas habilitó uno y puso sobre la mesa la problemática que existe para las mujeres jugadoras que deciden ser madres y hoy no tienen una maternidad con derechos en tanto deportistas.

“Falta mucho para ser profesionales, que sería el primer paso; no hay preparación desde niñas, entonces te encontrás con adolescentes que nunca pisaron una cancha de chicas, que no saben comportarse en un equipo, alimentarse bien. Estoy segura de que se puede cambiar, pero ese es el primer paso para hablar después de maternidad”, analizó Natalia.
“Rampla para nosotras es todo porque nos hizo conocernos y ahora formar una familia; ya no somos dos, ahora somos cuatro”, sostuvieron ambas que ya forman parte de la historia de este club exótico, peculiar y querible que recuerda que detrás de la maquinaria que mueve millones de dólares hay lugares donde le fùtbol sigue siendo familia, solidaridad, lucha y valores.
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