5 enero, 2020
EE.UU. entre la diplomacia de los misiles y el caos dirigido
Tras el asesinato de su comandante más importante, Irán decidió retirarse del acuerdo nuclear firmado en 2015 (Washington ya lo había hecho en 2018). Por su parte Irak resolvió que las tropas estadounidenses abandonen el país. La inestabilidad crece en una región clave para el equilibrio geopolítico.


Santiago Mayor
La administración de Donald Trump decidió dar un giro definitivo en su política hacia Medio Oriente tras asesinar, el jueves pasado, al comandante iraní Qassem Soleimani. Si bien la tendencia desde que el magnate asumió la presidencia de EE.UU. era a tensionar cada vez más el vínculo con Irán, esta acción cruzó una línea.
Es que supone un hecho prácticamente sin precedentes. Por tratarse de un comandante de un Estado soberano, asesinado de manera extrajudicial, sin conflicto bélico de por medio, por una potencia extranjera en un tercer país.
Si bien en lo inmediato las consecuencias para Washington parecen no ser las mejores, esta acción se puede enmarcar en una estrategia de largo plazo desarrollada por la potencia norteamericana a nivel global desde hace más de dos décadas.
Las reacciones de Irán e Irak
Más allá de la retórica de sus líderes (que prometieron “venganza” y “represalias”) una de las primeras medidas concretas de impacto que tomó el gobierno iraní fue anunciar que se retirará definitivamente del acuerdo nuclear firmado en 2015.
Este tratado fue negociado por Teherán con EE.UU. (bajo la presidencia de Barack Obama), Francia, Alemania, el Reino Unido, China y Rusia. Allí la nación persa se comprometió a desarrollar su programa nuclear de manera pacífica -para lo cual se iban a establecer controles internacionales- a cambio de que se levantaran las sanciones económicas en su contra.
Sin embargo, en 2018 Trump decidió abandonar el acuerdo y restableció las sanciones. El gobierno iraní señaló entonces que debía ponerse a revisión lo firmado pero gracias a la presión de los países europeos, se mantuvo un tiempo más. El asesinato de Soleimani fue el punto final.
Por su parte, el parlamento iraquí votó ponerle fin a la presencia de tropas extranjeras en su país. Desde 2014 interviene en su territorio la coalición internacional liderada por EE.UU. (que también operó en Siria) cuyo objetivo era combatir al Estado Islámico.
«No hay necesidad para la presencia de las fuerzas estadounidenses después de la derrota del Estado Islámico», sostuvo el diputado Ammar al-Shibli. «Tenemos nuestras propias fuerzas armadas que son capaces de proteger el país», añadió.
De esta forma, a pesar de su muerte, el objetivo que perseguía Soleimani -la salida estadounidense de Irak- está por cumplirse.
Una lucha por la hegemonía en Medio Oriente
Por su parte EE.UU. se pasó los últimos días señalando que el asesinato del comandante iraní fue preventivo. De hecho el secretario de Estado, Mike Pompeo, expresó varias veces en su cuenta de Twitter la idea de “desescalar” el conflicto.
Sin embargo, no presentó ninguna prueba que demostrara que Soleimani preparaba algún tipo de ataque contra objetivos estadounidenses. En cambio anunció el envío de cuatro mil soldados a distintos bases de la región. Por su parte, con su habitual verborragia, Trump publicó en Twitter que si Irán respondía, ya tenía identificados 54 lugares en territorio persa para ser bombardeados.
Es que el trasfondo de esta disputa no es la defensa de la democracia, ni la lucha contra el terrorismo, ni siquiera es que Irán no construya la bomba atómica (de ser así hubieran sostenido el acuerdo nuclear). La pelea es por la hegemonía y el control en Medio Oriente.
Desde la Revolución Islámica de 1979, que derrocó al sha Reza Pahlevi (aliado de Washington), Irán fue acrecentando su influencia regional. Pero en las últimas décadas, con Solemani como cerebro y arquitecto de esa estrategia, el despliegue militar y político de Teherán entró en una nueva etapa.
Desde la costa del Mediterráneo en El Líbano (a través del grupo insurgente Hezbollah que forma parte del gobierno); pasando por Siria, país en el que Irán intervino financiera y militarmente para derrotar al Estado Islámico y sosteniendo a Bashar Al-Assad en el gobierno; Yemen, donde en el marco de la primavera árabe los hutíes (musulmanes chiitas) se alzaron contra la dictadura y hoy enfrentan una guerra abierta contra Arabia Saudita; hasta Irak, donde tras el derrocamiento de Saddam Husein en 2003 la mayoría chiíta del país cobró más relevancia y se acercó a las posiciones de su país vecino.
Esta influencia regional, puso en jaque la supremacía estadounidense en un punto clave del globo. Tanto por sus recursos naturales como por su cercanía a potencias rivales como Rusia y China.
Los balcanes euroasiáticos y el caos periférico
Durante estos días circuló un video del presidente ruso, Vladimir Putin, en el que responde la pregunta de un periodista sobre la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial. Allí, el mandatario explica que existe un equilibrio estratégico entre las potencias, donde el temor a que la humanidad sea aniquilada, anula la posibilidad de un conflicto bélico de carácter global.
En ese marco, ante un mundo cada vez más multipolar y la imposibilidad de imponer sus intereses, los EE.UU. desarrollaron hace años una nueva estrategia. Esta fue elaborada por el teórico nacido en polonia Zbigniew Brzezinski y la denominó “Balcanes euroasiáticos”.
El objetivo es generar un “caos periférico” pero a la vez “dirigido” por la Casa Blanca, alrededor de otras potencias -mundiales y regionales- que compitan con Washington. Es decir, ante la imposibilidad de llevar a cabo una guerra frontal, desestabilizar las zonas de influencia de los países rivales con el fin de que no puedan llevar a cabo una política de desarrollo e integración.
Allí están como ejemplos claros el conflicto de Ucrania en 2014, que derrocó un gobierno pro ruso en pos de uno pro occidental, y la guerra en Siria desde 2011 que fracasó en su intento de voltear al presidente Bashar Al-Assad, aliado de Irán y Rusia. Pero también antes las “revoluciones de colores” en Europa del Este como en Serbia (2000), Georgia (2003) o Kirguistán (2005) o la llamada primavera árabe.
Por eso, las acciones estadounidenses de estos días deben ser enmarcadas en esa perspectiva. Si no pueden controlar efectivamente la región, si deben salir de Irak, la apuesta será a generar inestabilidad y conflicto. En este caso para que Irán no siga desplegándose por Medio Oriente, pero también para mantener escenarios de crisis cerca de las fronteras rusas y en una región clave para la Nueva Ruta de la Seda planificada por el verdadero enemigo de EE.UU., la República Popular China.
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