27 diciembre, 2019
Hijas (no tan) sanas del patriarcado
“Si no dejaba todo y apostaba al amor, hoy sería una terrible solterona”. La frase de Cecilia «Chechu» Bonelli generó un amplio debate en las redes sociales. ¿Es una machista? ¿Se nace feminista? ¿Todas nos deconstruimos?


Laura Oszust*
Este jueves pos Navidad, Twitter volvió a su clima habitual de viralización de opiniones y de Trending Topic aparecía Cecilia “Chechu” Bonelli, modelo y conductora de programas deportivos. ¿Por qué? Porque la periodista Fernanda Iglesias le hizo una entrevista en La Nación que fue titulada con un textual: “Si no dejaba todo y apostaba al amor, hoy sería una terrible solterona”. En una época de señalamiento al patriarcado, esta frase hizo ruido.
Las reglas y mandatos del sistema patriarcal asoman en nuestras frases y formas de actuar, la de Chechu no es una excepción. En esta declaración se desliza (no de manera consciente, quizás) que existe esa media naranja, ese amor que nos va a salvar de, por ejemplo, “vestir santos” y ser una solterona. Recordemos que si una mujer llega a cumplir 35 años (a veces antes, depende de la “tolerancia” del patriarcado) y no está en pareja (estable, cis, hetero) está condenada a la soledad, no sólo de no encontrar a su príncipe, sino que no tendrá hijes, porque se volverá en poco tiempo en una mujer añosa para gestar y porque ser madre soltera sin un varón no figura en las opciones.
Trabajar mucho y tener pareja e hijes tampoco está dentro de lo permitido para ser mujer (en el sentido machista). En este sentido, todo lo que deriva de tener “el pescado sin vender” es el caos, el apocalipsis y la tristeza de no lograr cumplir con los proyectos que otros nos inculcaron.
Hasta aquí, un mandato amparado en un mito de la mujer incompleta, necesitada de un falo mágico, del cual, según el psicoanálisis, nos despojaron. Pero la entrevista revela otras pautas del patriarcado. Bonelli cuenta que cuando tuvo que elegir entre estudiar abogacía y participar en el reality de modelos “Super M”, su padre le aconsejó apostar al modelaje. Su papá aparece varias veces en la nota como voz de autoridad y acertadamente Iglesias le consultó si su mamá se metía en estas decisiones, a lo cual Bonelli le contesta que la “recontra apoyaba”, pero su papá “era el hombre de las decisiones importantes en casa”. “Yo todo lo consultaba con mi papá, que era el que bancaba”, dijo.
Aún de grande, esa palabra seguía pesando. Bonelli cuenta que cuando a su marido, el futbolista Darío Cvitanich, le ofrecieron irse a jugar a Europa, su padre le dijo: “Vos dejás tus cosas, armás el bolso y te vas con él».
¿Por qué el padre es el que incide en el camino que sigue Chechu Bonelli? ¿Sólo por ser hombre? Parece que no es sólo por ser varón, sino porque es el que “bancaba” la casa, el que trabajaba y llevaba el pan al hogar, y en tanto proveedor era el que tenía derecho a opinar y aconsejar a su hija en asuntos importantes.
Resulta interesante este relato dado que no estamos acostumbradas a analizar desde este punto la desigualdad en las tareas de cuidado y si lo racionalizamos parece, al menos, un poco incoherente: quien te cría, te baña, te da de comer, te lleva al colegio, estudia con vos, te lleva a una guardia médica no tiene poder para aconsejarte, pero quien trae el dinero a la casa sí. Esa desigualdad de poder sí se puede ver, y es quizás esa relación asimétrica la que se asoma en el discurso de Chechu Bonelli.
¿Cómo no pensar que, si le hubiera dedicado más tiempo al trabajo, no iba a conseguir una pareja y que hubiera sido “terrible solterona”? Nos educaron con esa lógica. ¿Cómo plantearse otro modelo de familia? ¿Cómo permitirse la posibilidad de armar otro tipo de familia que no sea con un hombre proveedor? Cuando cuenta cómo fue su vida en Europa, menciona que tenía miedo de haberse arrepentido de irse, de “dejar todo de golpe”, pero quedó embarazada y se quedó. Cuando tuvo a su primera hija, viajó su suegra tres meses y dice que ese hecho fue muy importante “para poder descansar”. También viajó el padre, pero claramente quien la ayudó con el cuidado de su hija fue la suegra, una mujer.
Al mismo tiempo, y siguiendo esta línea, se refiere a su marido como “muy permisivo”, tanto con sus hijas como con ella. Es un marido que la deja viajar sola, estudiar, trabajar, y eso sería como un príncipe azul de lujo, el ideal, que las mujeres podríamos conseguir. Un hombre proveedor moderno, que nos permita libertad. Que nos permita. Libertad. Esa libertad hay que ganarla, al igual que el respeto del otro, tal como lo menciona Bonelli.
Ella quiere la admiración de su marido, tanto en el trabajo y como en su casa. Cuando la periodista le pregunta si su marido la admira ella contesta: “Y yo creo que sí. Soy de esas mujeres que, si se rompe un foquito, se sube a la silla y lo arregla”. Es una mujer malabarista y eso al patriarcado le gusta.
Quien esté libre de micromachismos…
En este humilde intento de analizar las declaraciones de Bonelli, pudimos observar que es el patriarcado el que habla a través de ella y ello no se da de forma azarosa. En un país en el que, según la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo realizada por el INDEC en 2013, las mujeres le dedicamos el doble de horas diarias a las tareas de cuidado y al trabajo doméstico no remunerado (6,4 frente a 3,4 de los varones), que ese trabajo está asociado exclusivamente al amor y al deber de la mujer y que esté desvalorizado porque no produce dinero (aunque es el que permite que siga girando la rueda capitalista) no es tan extraño escuchar a las puertas de 2020, que el que toma las decisiones importantes es el hombre. Porque, además, es el que trabaja de forma remunerada o, al menos, es el que gana más. Las mujeres ganamos 27% menos que los varones y somos las más afectadas por las crisis económicas, muestra de ello es que en el primer trimestre de 2019 según el INDEC la tasa de desocupación fue de 23,1% en mujeres de hasta 29 años, muy por encima de la media.
Estas condiciones estructurales son las que permiten que pensemos que no nos queda otra que conseguirnos al mejor del mercado varonil, que nos permita ser libres, dentro de lo permitido, aceptando la organización social del trabajo.
Circularon por Twitter diversas opiniones: que Bonelli era machista, que no da un mensaje empoderador, que es un tarada y otros insultos. ¿Es justo reaccionar frente a estas declaraciones así? ¿Se nace feminista? ¿Se nace con conciencia de género? ¿Ya nos deconstruimos todas las que nos afirmamos feministas?
Se podría contestar que no a todas las preguntas, pero sobre todo a la última. Que levante la mano quien en el siempre fatídico “balance de fin de año” sintió, aunque sea, un mínimo peso por el hecho de tener más de 30 años y no tener pareja, tener pareja, pero no tener hijos, trabajar de forma remunerada, pero sentirse en falta por no dedicarle más tiempo a sus hijes, o la presión de no llegar con una panza hegemónica al verano.
Somos hijas del patriarcado. Aun abrazando al feminismo y siendo parte de las luchas, seguimos reproduciendo sin querer discursos que justifican la desigualdad de género, así de perverso es el patriarcado. Nos vamos deconstruyendo, en un proceso que hacemos con otras, con las que charlamos, discutimos, cuestionamos todo lo existente para tomar conciencia de las desigualdades impuestas por un sistema de reglas, estereotipos y mandatos que nos oprimen. Por eso es importante que sumemos y no expulsemos, que entendamos que las mujeres fuimos educadas por y para el patriarcado y para que funcione perfectamente, nos enseñaron a no ponerlo en duda. Es difícil, pero no imposible.
Nos alarma de Chechu Bonelli cómo construye sus vínculos, cómo vive su pareja, cómo se piensa mujer porque nos recuerda nuestras luchas contra lo impuesto y genera impotencia. En ese remolino de emociones y análisis no debemos perder de vista el objetivo: construir una sociedad (y un mundo) más justo, igualitario y sin violencias. Es de a poco, es con todas, es con ella también.
* Licenciada en Comunicación y periodista
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