16 diciembre, 2019
El fascismo zombi y los desafíos del último mundo
Álvaro García Linera propuso la categoría de “neoliberalismo zombi” para caracterizar a las nuevas derechas. ¿Y si se quedó corto?
Se levantan muros contra un pueblo sometido, pero también para segregar a la clase obrera migrante. Ganan elecciones mandatarios que reivindican a torturadores y genocidas. Otros las pierden, y hablan sobre la necesidad de desmontar conquistas sociales a través de la violencia. Se profanan y queman las wiphalas. ¿Alguien atrasó el reloj cien años? ¿Resurge el fascismo como opción de poder?
Bolsonaro, Trump, el golpismo boliviano, la “derecha social” argentina: ¿son o no son fachos? El fascismo original (el que hace escuela desde Italia luego de la Primera Guerra) fue, antes que nada, una respuesta del capital al peligro de la revolución socialista (que había triunfado en 1917 y recorría Europa como bastante más que un fantasma). Esa respuesta buscaba favorecer a los sectores empresariales más concentrados y lo hacía mediante la represión sistemática de los órganos de poder de la clase trabajadora (partidos, sindicatos, cooperativas, periódicos, etc.). Golpeaba con las botas y también con la censura.
A este perfil netamente contrarrevolucionario, “negativizado”, se le sumaban otros componentes novedosos que diferenciaron al fascismo de las clásicas derechas, meramente restauradoras. Las bandas armadas (fascios, camisas pardas) combinaban la represión a la izquierda con la movilización popular. Los movimientos de ultraderecha de aquel momento también se animaban a encarar procesos de organización de las clases subalternas (como la creación de sindicatos verticales). Lo que daba impulso a todo este perfil “propositivo” del fascismo era lo que el historiador Peter Fritzsche llamó la “revolución nacional” que proponían esos movimientos.
Es decir, el fascismo no era sólo resentimiento y odio hacia un enemigo explícito (político, étnico, de género, de clase, etc) sino también una utopía comunitaria, una propuesta de orden social feliz a ser construida a futuro. En esa matriz utópica (en muchos casos directamente calcada de los partidos de clase obrera, previa depuración de sus componentes revolucionarios) podía entenderse parte del apoyo de masas a los líderes fascistas. Esto se lograba a través de un proceso histórico que comenzaba con la represión a las fuerzas revolucionarias y finalizaba en una dictadura, pero siempre en nombre de una idea de regeneración nacional.
Lo que falta en los nuevos liderazgos fascistas no es el apoyo del capital concentrado (que lo tienen), ni la retórica nacionalista, ni la represión al movimiento obrero, a las disidencias sexuales o al pensamiento crítico. Lo que falta es la movilización y organización de masas en función de una sociedad futura que se imagina feliz. Aquello que está ausente es esa dimensión utópica de un paraíso inédito al que se accede reprimiendo, torturando y matando.
No hay futuro, sólo un presente negativizado por derecha. Bienvenidos al muerto que parla, bienvenidos al fascismo zombi.
¿Cómo hacer?
Los nuevos fascismos plantean una amenaza a la humanidad: un zombi no es simplemente alguien que murió, es principalmente alguien que venció a su propia muerte. Eso refuerza su peligrosidad: un zombi es muerte que mata.
El fascismo zombificado, como todo fascismo, es una amenaza capitalista a la democracia capitalista (a toda posibilidad democrática en general). Como este tipo de democracia no es pura, sino que se complejiza con derechos conquistados por las clases populares, su defensa se convierte en una tarea cotidiana para las fuerzas de izquierda. La peor democracia suele ser preferible a cualquier dictadura del capital.
Sin embargo, esa defensa tiene patas cortas. No se puede vencer lo peor del presente invocando lo mejorcito del pasado. Es necesario gestar un futuro, construir esa dimensión utópica que los fascismos zombis no pueden parir.
La creación de utopías es demasiado importante como para dejársela a los utopistas. No se trata de crear nostalgias de futuro sino de alimentar aquí y ahora experiencias democráticas y radicales que recreen la perspectiva socialista. En nuestros días, la revolución feminista ejerce en la práctica nuevas ideas de colectividad, cuestiona y propone formas de organización y movilización y nos da, al mismo tiempo, reiterados ejemplos de cómo articular masividad con radicalidad.
Debemos estar atentos a la aparición y promoción de nuevas experiencias populares disruptivas. Hacen falta, para reformular la idea misma de democracia en un sentido revolucionario. Es necesario romper las coordenadas del presente. Es urgente construir el futuro.
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