Batalla de Ideas

15 diciembre, 2019

Carta para la militancia en 2020

¿Cuáles son los principales desafíos que afrontará la militancia popular Argentina? ¿Cuáles son las condiciones reales para desenvolver esa idea sencilla e imposible de cambiar al mundo?

Crédito: Bárbara Leiva

Juan Manuel Erazo

@JuanchiVasco

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“Nos merecemos bellos milagros y ocurrirán”. Luego de la enorme fiesta popular que implicó la asunción de Alberto Fernández como presidente y el fin de cuatro años de macrismo, lo que queda es que la épica vaya bajando y empiecen a aparecer los desafíos concretos. Esta fiesta, donde mucho pueblo pobre y humilde ha mostrado un alto nivel de expectativa y esperanza, pone la vara alta y la mecha corta.

No todo lo que suceda será cuestión de gobierno, menos aún, implicarán un rol pasivo por parte de la militancia popular. Lejos de la relajación que le sigue a cualquier bocanada de aire, las tareas están ahí en la puerta, con un pueblo que espera que sean cumplidas. El gobierno popular no será popular porque sí.

Sobre la subjetividad militante

Sí entendemos por organización política al agrupamiento de personas que comparten los mismo ideales y también estrategias comunes de cómo llevar adelante sus objetivos, podríamos decir a simple vista que no hay organización política del campo popular argentino que haya desarrollado un proceso de acumulación durante los últimos cuatro años. Incluso ha sucedido todo lo contrario, han sufrido rupturas, crisis internas, bajas, frustraciones e imposibilidad de sumar nuevas camadas militantes a sus filas. 

Ha sucedido en las organizaciones de cuadros, es decir, aquellas centradas en el activo militante con pisos más o menos sólidos de conciencia y formación, también ha sucedido en movimientos populares que combinan la estructura gremial/social con la estructura política. Ha pasado en el peronismo, en el progresismo, en las izquierdas. Incluso las organizaciones meramente gremiales han sufrido una reducción de su estructura militante. Ha sucedido mucho de eso que en el mundillo se llama “la vuelta a la casa” o el “quemarse”. Frustración, ganas de volver a lo propio, de “mirarla de costado”, de “relajarla”. 

¿A qué se debió este fenómeno? Durante los últimos años del gobierno kirchnerista se puso (necesariamente) en el centro de la escena a la militancia política. Veíamos militar a camadas de jóvenes que habían vivido su adolescencia en los años de Néstor Kirchner, con altos pisos de escolarización, de zonas urbanizadas, de sectores medios profesionales o trabajadores asalariados en su mayoría. Esto sin dudas fue positivo, volver a reivindicar el debate, la militancia, la discusión en la mesa familiar.

Ahora bien, la militancia política, esa que toma como opción de vida la transformación social y la lleva adelante con compromiso, nunca deberá ser sustitutiva del pueblo trabajador. Los últimos años del kichnerismo pecaron de sustitución, donde determinadas organizaciones políticas quisieron tomar más relevancia que las estructuras sindicales y las organizaciones sociales. Todo ese activo militante, luego de la derrota del 2015, sufrió de lleno la frustración del fracaso. Cayó incluso en echar culpas al pueblo argentino por votar mal antes que poner en juicio su (¿carente?) estrategia. 

Esta centralidad sustituista en la militancia política (que fue más allá del kichnerismo), entró en crisis. Comenzó ha gestarse en paralelo una nueva dinámica centrada en la subjetividad, en el “yo construyo mi manera de militar”, o “yo aporto a mí modo y con mis tiempos”, donde cada individuo puede interpelar como tal a otro para difundir su visión del mundo. Esta forma insulsa de militancia encontró su mejor arena en las redes sociales donde se tribunea desde el anonimato sin más costo que dos tecleos. 

Entre la crisis del activo militante, y las nuevas concepciones de militancia por redes (casi diagramadas por el enemigo de clase), se explica el proceso de desacumulación.

Ante este escenario ¿Cómo se explica entonces que hayamos derrotado al macrismo? En primer lugar, la crisis de las diferentes organizaciones políticas también forzó (quizá por espanto) su necesaria unidad frentista. El enemigo ordenó y sentó frente a frente a quienes no lo hacía hace rato. Obviamente esto no se hubiese podido lograr sin el mérito de varias conducciones claras que pudieron priorizar esta tarea. 

Pero al margen de los votos y el triunfo, la situación de desacumulación no se ha revertido en el corto plazo. Obviamente los nuevos tiempos, plagados de una esperanza renovada, pueden llegar a avizorar nuevas camadas de militancia política ya que muchas veces, además del enemigo, el Estado también nos ordena. 

¿Pero cuáles son los balances que debemos compartir a las nuevas generaciones militantes que pueden llegar a acerarse? La respuesta está preguntándose nuevamente ¿cómo se explica entonces que hayamos derrotado al macrismo? Y es que, más allá de la unidad frentista de diversas organizaciones que entendían como urgente hacer que el macrismo pase vergüenza ante la historia, esto no se hubiese logrado sin amplios sectores de la clase trabajadora de las diferentes barriadas movilizándose en las calles. Hablamos tanto de las estructuras sindicales como de las organizaciones sociales representantes de los trabajadores de la economía popular. 

Tampoco se hubiese logrado sin toda esa masa crítica y transversal que ha implicado el movimiento de mujeres y disidencias en nuestro país, generando nuevos sentidos que han resultado incooptables por el macrismo y que han abonado mucho más a la posibilidad del triunfo del Frente de Todes. 

Esos son los balances necesarios a transmitir: que la organización política debe apuntar a la masividad necesariamente, que debe comprenderse en su tiempo y su espacio, que debe tender a la unidad ante la adversidad, que debe necesariamente ser orgánica (responder ante un colectivo más que a la mera individualidad), pero antes que nada, jamás la militancia popular debe servirse a si misma sino que siempre debe servir al pueblo, mirar al pueblo, aprender de él. 

Porque en estos cuatro años los que nunca se metieron en su casa, los que la remaron aun cuando no había un plato para poner en la mesa, los que afrontaron la desmoralización con organización fueron los pobres, los que no tienen ya nada que perder. Lo más importante de nuestro triunfo es que los esperanza a ellos y el pueblo no traiciona. 

En la lucha del pueblo nadie se cansa (y nadie descansa)

Estamos en guerra. Nuestro triunfo es un capítulo importante en esta batalla continental pero no es el único. Nuestra América vive desde comienzos de esta década un proceso de intensificación de la lucha de clases donde cada vez se han puesto mucho más al denudo los intereses del capital concentrado, de las oligarquías domésticas y del imperialismo norteamericano. 

Estos actores en conjunto han instalado durante los años 70 un plan sistemático y coordinado de dictaduras con la finalidad de transformar la matriz productiva e ideológica hacia un modelo neoliberal. Ya con la caída del Muro de Berlín y la estabilidad global a favor del capital, han delineado las reglas del juego democrático en muchos países de la región asegurando siempre los intereses y privilegios. 

Si bien en Argentina la dictadura cayó a partir de un ciclo de protestas llevado adelante por la clase trabajadora organizada y determinados sectores de la clase política, países como Brasil han vivido transiciones ordenadas y delineadas hacia sistemas democráticos. 

El ciclo de resistencia al neoliberalismo vivido a finales de los años 90 parió alternativas políticas (más o menos transformadoras) que sobre la base de las reglas del juego democrático instalado por las clases dominantes y el imperialismo, ganó elecciones iniciado lo que se conoce como el ciclo progresista. 

Era de esperarse que los dueños de la pelota quieran cortar el partido cuando los resultados no daban a su favor. Los llamados golpes institucionales en Honduras y Paraguay fueron la antesala del juego que, perfeccionado en el norte de África y Medio Oriente, desplegaron por América Latina. 

Hablamos de las guerras híbridas basadas en cinco frentes: el económico, el mediático, el diplomático, el judicial corporativo, y cuando es necesario, el paramilitar o militar. 

La utilización del ejército como medio de “pacificación” continental deja en evidencia y al desnudo los intereses y las condiciones de juego que el enemigo plantea. Haití, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Bolivia han manifestado diversas postales donde las fuerzas armadas comenzaron a jugar roles en la calle y en el sistema político. 

Aunque las arremetidas del enemigo han sido fuertes y violentas, el escenario todavía sigue abierto. Si bien el golpe de Estado en Bolivia ha ido en contra del proceso popular más estable del continente, el ciclo de protestas en Chile también ha afectado al proceso más estable de la vidriera neoliberal. A su vez, el triunfo del Frente de Todes en Argentina da una bocanada de aire, incluso en un escenario de aparente soledad. La situación es de incertidumbre, y ante la incertidumbre no se debe bajar la guardia.

Las condiciones para un nuevo ciclo progresista en Latinoamérica que deje contento a los de arriba y a los de abajo no están. Al margen de la caída del precio de los commodities, el ojo del imperialismo se ha puesto sobre su patio trasero con el fin de asegurar la retaguardia estratégica en plena guerra comercial con China. 

Argentina es la manifestación concreta de esto, ya que será necesario tocar intereses poderosos para poder pagar los gastos de la fiesta macrista. La militancia popular no podrá descansar, habrá que estar al pie del cañón para señalar e ir en contra de aquellos sectores que de manera desmedida nos han endeudado y saqueado. Pero menos aún, debemos conformarnos con un amesetamiento de las condiciones de vida de nuestro pueblo, es decir, que nos conforme que la cosa no se ponga peor. Debemos recomponer nuestros niveles de vida de años previos e ir por más, garantizando la participación de los sectores populares en las instancias de gobierno.

No hay comodidades ni privilegios para estos años, hay lucha y un puesto en cada trinchera. El que quiera especular, salir con las botas limpias o sentarse en sillones de cuero a tomar café, que mejor se dedique a otra cosa.

La reconstrucción de un bloque de clase

En el discurso de la militancia popular suele haber un error recurrente que asimila al trabajo de base con lo social/gremial y al trabajo político con lo masivo. Este es un error conceptual que a la larga genera grandes complicaciones. Lo político, entendido como la disputa de ideas, puede ser masivo o de base, y lo social/gremial, es decir la batalla por la conquista de derechos inmediatos de la clase trabajadora, también puede contener estos dos aspectos. Imaginémoslos como ejes cartesianos que en su totalidad arman el bloque de clase. 

Por ejemplo, un trabajo gremial/social en lo masivo puede implicar la generación de una ley integral de reciclado, y en el trabajo de base puede implicar la generación de un nuevo polo cartonero. El trabajo político en lo masivo puede implicar una campaña nacional contra el golpe de Estado en Bolivia, y en la base, un taller de formación sobre América Latina. Así podemos poner miles de ejemplos más.

Los cuatro años de macrismo han generado una fragmentación entre estos diferentes aspectos que hacen a la estrategia de un bloque de clases en Argentina. Lo social y lo político han ido muchas veces innecesariamente por canales distintos. Toda estrategia popular debe contemplar estos dos aspectos en su totalidad (lo político de masas, lo político de base, lo gremial/social de masas, lo gremial/social de base) ya que implican las diferentes trincheras de las disputas por la generación de un gobierno popular.

Ahora bien, los límites de diferenciación entre lo político y lo social/gremial tenderá en los próximos años a debilitarse mucho más ya que la potencial (para nada concreta) participación de estructuras sindicales y sociales en el Estado implicarán la posibilidad de construir o fortalecer al movimiento desde el mismo. Surge entonces la pregunta, ¿son tiempos para construir movimiento desde el Estado? Puede que esta pregunta esté ligada al punto anterior, o mejor dicho, no puede ser contestada sin pensar en el contexto general.

No serán tiempos los de corto y mediano plazo donde nuestra constante discusión sobre la generación de la riqueza logre conquistas concretas, ya sea por la dureza del enemigo sobre este punto como la composición de nuestra propia alianza de gobierno que no está dispuesta ha llevar adelante estos planteos en su totalidad. Son tiempos entonces para discutir más la distribución (eso sí que no se negocia) que la generación. Hay que considerar también la fortaleza del enemigo, que no ha cesado, que abandona el poder político con un piso electoral del 40%, que tiene en sus manos engranajes importantes del poder. 

Los tiempos de corto y mediano plazo serán de mucha intensidad y hostigamiento, donde quizá más que centrar las fuerzas en la transformación de las estructuras del Estado (planteo y tarea que jamás debemos dejar de hacer) hay que hacerlo en el fortalecimiento del movimiento popular para tiempos que todavía siguen siendo de resistencia. 

Este planteo puede sonar a conformista, sin embargo también puede serlo acomodarse en las estructuras del Estado complaciendo y generando transformaciones que quedan en el plano de lo simbólico. En todo caso, ambas tareas (el fortalecimiento del movimiento popular y la transformación de las estructuras del Estado) deben llevarse a la par.

Lo que no debe perderse ante ningún punto de vista es la integralidad del proyecto que llevemos a cabo, es decir, considerar cada parte del eje cartesiano de lo político y lo social, sabiendo que cada extremo tendrá momento de mayor o menor protagonismo. 

Nuestra fuerza rescatada por la llama

Son tiempos complejos los que se avecinan, pero también son tiempos de esperanza. Nos cansamos de repetir que el capital tiene los billetes, que el Estado las armas, y que nosotros tenemos el número. 

No es fácil hacer que el número pueda triunfar, porque el dinero puede comprar voluntades, y las armas pueden reducir el número con muerte. Pero son estos los momentos donde se pone en juego nuestra llama militante. Esa misma llama que no lograron apagar con genocidios y guerras. Esa llama, que contagia, que enciende otros corazones, que edifica, que construye poder del pueblo.

Se avecinan tiempos de confrontación directa, donde se ponen en juego muchas cosas. “Las ideas son la única forma de saber que estamos vivos”, decía Osvaldo Soriano. Son momentos que nos harán tambalear, ya sea por confort o por fracaso, el horizonte que pensamos. Son épocas que ponen frente nuestro un enorme desafío que batirá a fuego nuestra generación. No hay más expectativas que nuestra llama, bruta como un diamante, pueda algún día encender al mundo.

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