Batalla de Ideas

1 diciembre, 2019

La política como novela

Doble comando, griteríos, impulsos rabiosos, gustos suntuosos y diarios que viajan por avión. El cambio de época trajo también de vuelta a una de las peores formas de la comunicación: contar la política como un relato de enredos y chimentos.

Federico Dalponte

@fdalponte

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“La voracidad de la senadora”, sintetizó este domingo el diario más vendido del país. Cristina Kirchner «hizo ir» al presidente electo a su departamento de la calle Uruguay. Le vetaron media decena de ministeriables a Alberto Fernández. Carlos Caserio perdió la conducción del bloque de senadores por su enemistad con la ex presidenta. La Cámpora copó los lugares claves.

Alberto Fernández “padeció esta semana más que nunca el tironeo de los distintos sectores que pugnan por un lugar y la influencia indisimulable de Cristina”, relata en edición dominical un diario de tirada nacional. Presiones y más presiones. Todo el caos imaginable, donde los buenos y los malos forman bandos y la tensión se acrecienta.

Y allí está entonces. Una reconstrucción del escenario previo a la muerte de Néstor Kirchner, y como no se veía desde las elecciones de 2005, cuando se consumó el divorcio entre kirchneristas y duhaldistas. La política es –ante todo– una actividad que supone diálogos, discusiones, fricciones y enojos. Pero no es una novela. Los armados políticos suponen liderazgos diversos y dificultades obvias para zanjar diferencias. No hay novela; hay política.

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El Frente de Todos es una construcción nueva en términos de imagen, pero antiquísima si se remite a la historia del peronismo. Basta con mirar la integración de las listas para advertir que la distribución del poder procuró anticipar las negociaciones futuras: la unificación de los bloques en ambas Cámaras merece ser leída por tanto como el resultado de la política y no como el estallido de una crisis novelesca.

Cambiemos funcionó desde diciembre de 2015 como un interbloque. Cada partido con su identidad, con sus cuitas internas, con sus nombramientos y sus repartos. La articulación sólo se dio allí para el seguimiento de la estrategia parlamentaria. La convivencia no era mala porque no la había. Pero “los días más tensos”, según dicen el medio digital más leído del país, se dan hoy en el Frente de Todos, debido a la “puja por los liderazgos del próximo Congreso” –según agrega un periódico de tirada dominical–.

Después de la Casa Rosada, el Congreso es el segundo lugar de importancia para la construcción de política institucional. Allí se concentran los sucesores ante una situación de acefalía, y por eso sus autoridades deben responder al presidente. Nadie, por tanto, en su sano juicio puede creer que existen recelos y desconfianzas con Sergio Massa, cuando hasta los más acérrimos kirchneristas apoyan su designación como presidente de la Cámara de Diputados.

“Tensión con Massa por la marcha atrás en Seguridad”, afirma sin embargo otro titular de los últimos días. Y pareciera un nuevo capítulo de esa misma novela: de tanto en tanto, uno de los actores se enoja, grita, patalea. El ambiente se sume en una tensión extrema y todo parece a punto de estallar.

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Diego Gorgal, que responde al tigrense, era uno de los tantísimos nombres que circulaban días atrás para manejar uno de los innumerables resortes del Estado. En este caso, se hablaba del Ministerio de Seguridad, temática emblema del massismo. Y desde allí se construyó la ficción: según dicen y publican, Goral iba a ser ministro hasta que alguien dijo que no, presumiblemente Cristina Kirchner, y eso desató otra crisis en el Frente de Todos.

El relato podría continuar de igual modo con otros nombres y cargos: Florencio Randazzo en transporte, Guillermo Nielsen en economía, Pablo Yedlin en salud, Diego Bossio en ANSES. En ningún caso –incluyendo el de Gorgal– había habido siquiera una confirmación previa que pudiera ser luego retractada. Fueron apenas rumores, como la decena de nombres que sonaron para el Ministerio de Economía o los tres que circulan para la cartera de Educación.

La construcción, por tanto, de una puja novelesca no sólo no ayuda a comprender la dinámica de la política profesional, sino que deteriora la percepción social sobre la autoridad presidencial, lo cual en Argentina no es menor. Porque lo que están cuestionando desde ciertos sectores –expresa o implícitamente– es si el nuevo presidente tiene o no el carácter suficiente para designar a sus propios asesores.

Paradójicamente, es el mismo menosprecio que muchos analistas tuvieron en 2003 sobre Néstor Kirchner, el hombre que, para buena parte de sus detractores, pasó de ser un títere de Duhalde a un déspota despiadado en apenas cinco años. Lo cual, en definitiva, merece siempre ciertos matices: en democracia, los presidentes no son ni lo uno ni lo otro. No lo fue Mauricio Macri, no lo será Alberto Fernández. Los hay más firmes, los hay más dialoguistas, los hay menos dubitativos. Pero ninguno es un personaje de novela al borde del colapso.

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