19 noviembre, 2019
La revolución boliviana no ha terminado
La historia de un pueblo que sabe luchar, que ha resistido la violencia colonial, capitalista, patriarcal y racial durante siglos, no se borra con un golpe de Estado. El proceso de cambio no empezó en 2005, ni terminó el domingo 10 de noviembre.


Santiago Mayor
Los primeros 15 años del siglo XXI implicaron un innegable proceso de conquistas populares en América Latina impulsadas por movimientos y partidos que alcanzaron el mando político del Estado. Sin embargo, quizás como una reacción al autonomismo noventista y aquella idea de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, su contracara fue una tendencia a construir un horizonte que parecía ser exclusivamente estatalista. Poco importaban los procesos sociales, los movimientos en la sociedad civil. Lo que pesaba era una mirada politicista: la próxima campaña electoral; cuántos diputados, si tal o cual ministro, si el decreto o el proyecto de ley.
El depuesto vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, analizaba eso tras la derrota en el referéndum del 21 de febrero de 2016 que rechazó la posibilidad de modificar la Constitución para que Evo Morales sea reelecto por un nuevo período.
Linera puso sobre la mesa entonces las falencias que tuvo el Movimiento al Socialismo (MAS), desde una perspectiva de más largo plazo que la mera campaña electoral. Surgida de las organizaciones campesinas, mineras e indígenas, la revolución se había retirado de esos espacios de base para ocupar los puestos estatales.
“Pasada la etapa del ascenso social insurreccional (2003-2009), inevitablemente viene un reflujo social, un repliegue corporativo que debilita a las organizaciones sociales y a su producción de un horizonte universal, entonces es normal un periodo de despolitización social”, destacó en un texto de marzo de 2016.
Y explicó que “una parte importante de los cuadros sindicales van pasando a la administración pública (alcaldías, ministerios, asambleas legislativas, etc.)”, lo que produce “un escenario de debilitamiento interno y temporal de los niveles de dirección de las organizaciones sociales, que anteriormente habían concentrado la función política de la sociedad”.
Se trataba de uno de los problemas que ya había anticipado en su libro Las tensiones creativas de la revolución (2011). Allí, explicó que “la apropiación del Estado por parte del sindicato es también una apropiación del sindicato por parte del Estado, que puede llevar a un debilitamiento del mismo sindicato-ayllu, de su poder de gestión y cohesión”.
Sin embargo este era un peligro que había que afrontar porque “si se detiene en su avance, la revolución como obra colectiva se detiene y los sindicatos regresan a sus funciones localistas, dejando en manos de la burocracia la administración de lo universal y a corto plazo dando inicio a la restauración del viejo Estado colonial”.
Una “tensión creativa” que el proceso de cambio debía afrontar en el camino hacia un Estado integral, que democratizara cada vez más el poder para devolverlo a la sociedad.
El “ciclo largo” de la revolución
Pero en aquella obra, Linera también planteaba una línea histórica para enmarcar el proceso de cambio por fuera de la conquista del mando político del Estado. Desde su perspectiva, la llegada al gobierno de Evo Morales hubiera sido imposible sin la “Guerra del Agua” del año 2000. Un levantamiento popular que rechazó la privatización de ese servicio público esencial en Cochabamba.
Esa lucha “marcó una ruptura con todo el consenso pasivo que el neoliberalismo había construido en 15 años” y abrió un período de “develamiento de la crisis” que fue de 2000 a 2003.
“Lo más importante para la continuidad de este despertar fue saber que el régimen neoliberal era débil, que se lo podía derrotar, lo que rápidamente dio lugar a un estado de ánimo popular desobediente a las ideas fuerzas emanadas desde el poder y a una predisposición material de la plebe a buscar su unificación y a movilizarse expansivamente”, explicó Linera.
“Lo más importante para la continuidad de este despertar fue saber que el régimen neoliberal era débil, que se lo podía derrotar, lo que rápidamente dio lugar a un estado de ánimo popular desobediente a las ideas fuerzas emanadas desde el poder y a una predisposición material de la plebe a buscar su unificación y a movilizarse expansivamente”
Álvaro García Linera, Las tensiones creativas de la revolución (2011)
Así, el ex vicepresidente pone en perspectiva la revolución. Así como Hugo Chávez planteaba que el Caracazo de 1989 y su levantamiento militar en 1992 fueron los antecedentes necesarios de su victoria electoral en 1998. Una mirada que no niega la necesidad de la toma del gobierno, de hecho la pone como un objetivo primordial, pero que recupera y dialoga permanentemente con aquello que generó la condición de posibilidad de conquista del mando político del Estado.
Incluso Linera plantea algo más interesante, sostiene que entre 2003 -Guerra del gas- y 2009 -elaboración de la nueva Constitución que declaró a Bolivia como Estado plurinacional- hubo un “empate catastrófico” en su país.
Es decir, una etapa donde estaban en disputa dos proyectos sociales antagónicos pero ninguno se imponía sobre otro. La victoria electoral de Evo en 2005 no había logrado romper eso ya que su desenlace no dependía de quien ocupara el Palacio del Quemado.
“El bloque dominante mantenía el poder, pero al frente tenía líneas internas y externas en las que las clases subalternas de la ciudad y el campo le comenzaban a disputar el control territorial, ideológico y simbólico de la sociedad”, escribió Linera.
La historia no se ordena por decreto
Lejos de cualquier relato idealizado, los gobiernos populares en América Latina afrontaron -y lo seguirán haciendo- de manera constante situaciones alejadas de cualquier idea de “normalidad democrática”. La derecha no tiene pruritos en avasallar las instituciones cuando estas ya no sirven para sostener la dominación de clase.
En Bolivia eso sucedió hace pocas semanas, pero también en 2008-2009 cuando se intentó destituir a Evo Morales mediante un referéndum revocatorio. Al fracasar, se lanzó una intentona golpista primero y un planteo de escisión territorial de la llamada “media luna oriental”, después.
Fue el momento crítico, el “punto de bifurcación”. Como el golpe de Estado a Hugo Chávez en 2002 o la batalla de Playa Girón en Cuba en 1961. “Las contradicciones llegaron a su epítome real, a su origen y punto de llegada obligatorio como materia estatal: al choque de fuerzas materiales”, retomó Linera.
“La contradicción antagónica por el control del poder estatal tendrá que realizarse y dirimirse en base a la fuerza hasta aquí lograda, acumulada, convencida, pero hecha fuerza desnuda y nada más”, apuntó.
Fue violencia. La violencia popular contra la violencia de las clases propietarias sostenidas por el imperialismo. Fue el triunfo contundente de aquel ciclo de movilizaciones que comenzaron en 2000. No fue una decisión burocrática, ni una ley, ni un decreto. Fue la condensación de las relaciones de fuerza en un momento de quiebre de la historia reciente del país.
«Las revoluciones no tienen un curso predeterminado, si lo tuvieran no serían tales sino decisiones burocráticas de un poder que ha expropiado el alma al pueblo”
Álvaro García Linera. Las tensiones creativas de la revolución (2011)
A contramano de quienes hoy buscan una forzada comparación entre Evo y Perón (por derecha y por izquierda, para defenderlo o criticarlo) y sostienen que el líder boliviano “eligió el tiempo a la sangre”, las revoluciones suponen hechos violentos. Evo lo sabe y su decisión actual -diferente a la de 2008- no tiene que ver con una mirada ideológica o doctrinaria sino coyuntural, dada por un contexto en donde las correlaciones de fuerza no le permitían otra alternativa. Y el pueblo boliviano lo sabe.
No es una masa arrastrada por nadie. No es la carne de cañón ni “ponen los muertos” por ningún dirigente. Hoy salen a las calles por ellos y por ellas. Conscientes que si lograron tener un gobierno popular fue porque muchos y muchas dejaron la vida antes. Porque defienden su revolución democrático cultural.
En 2011 Linera anticipó que tras la victoria sobre la derecha en 2008/2009 vendría una etapa “signada por la tensión entre la consolidación institucionalizada de las demandas universales y generales del bloque social-revolucionario, y la fragmentación corporativista, sectorialista del bloque popular, a partir de la cual a la larga podría rearticularse un nuevo bloque conservador de derecha”.
Es que las revoluciones “no tienen un curso predeterminado, si lo tuvieran no serían tales sino decisiones burocráticas de un poder que ha expropiado el alma al pueblo”. Las revoluciones avanzan, se detienen, retroceden, se caen y vuelven a avanzar. Sin tener en claro cuál será el paso siguiente, sin un camino preestablecido.
Por eso, el intelectual más lúcido del siglo XXI llamaba a tener presente que “habrán victorias temporales y derrotas hirientes” que obligarán a “conseguir nuevas victorias y así hasta el infinito, hasta que el tiempo histórico conocido hasta hoy se detenga, se quiebre y surja uno nuevo, universal, de los pueblos del mundo en el que el bienestar de la humanidad sea el producto consciente y deseado del trabajo de todas y todos”.
La revolución boliviana no ha terminado.
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