Batalla de Ideas

4 noviembre, 2019

El problema de Alberto tienen que ser sus votantes

El nuevo gobierno argentino asumirá con una sociedad electoralmente polarizada y ya asoman análisis convocando a la moderación y a contener al 40% que votó a Mauricio Macri. Una mirada conservadora que omite las expectativas de la base social del Frente de Todes.

Crédito: Federico Cosso

Santiago Mayor

@SantiMayor

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La remontada de Juntos por el Cambio entre las primarias y las generales (sumando dos millones de votos) generó cierto escozor impresionista en las redes sociales y algunos núcleos de la minoría intensa del Frente de Todes. Paradójicamente, haciéndose eco de los voceros del macrismo.

Estos últimos, llevados al extremo del patetismo, se atrevieron a afirmar que el actual presidente “perdió pero ganó” y Alberto Fernández “ganó pero perdió”. Un análisis que carece de cualquier sustento y que se asienta en la mirada cortoplacista que tan cara le ha resultado al periodismo político argentino. 

Como bien recapitularon Martín Rodríguez y Pablo Touzon en Panamá Revista “el vaivén de las predicciones electorales hasta mayo decía: Macri gana en ballotage” y “el nombramiento de Alberto, una novedad sacada de la fuente del círculo rojo, parecía confirmarse en los deseos de Durán Barba, que se reía abiertamente de una propuesta tan poco ‘millenial’”.

En menos de seis meses, la unidad del peronismo arrojó a la basura la mayoría de los “sesudos” análisis realizados durante tres años y medio y amplificados por los medios de comunicación hegemónicos. No solo volvieron los que no volvían más, si no que lo hicieron en un armado reloaded y recargado (por derecha y por izquierda).

Economía, política y valores

Ni el bolsillo ni la ideología determinan, en estado puro, el voto de nadie. Las victorias electorales se construyen a partir de articulaciones político-discursivas que se asientan sobre una realidad material y que se ven condicionadas, también, por los adversarios y la necesidad de diferenciarse de ellos.

Es por eso que el Frente de Todes tuvo que -más allá de la voluntad de sus distintos sectores- pararse necesariamente en la vereda opuesta al modelo económico macrista. Pero también, discutir con sus valores y sus principios políticos: la meritocracia, la mano dura, el individualismo, el machismo, el “curro” de los Derechos Humanos, las relaciones carnales con EE.UU.

No quiere decir que dentro de la alianza que llevó a Alberto a la presidencia no haya actores que se enmarcan en esas miradas conservadoras y hasta reaccionarias. Pero no es lo que expresó la coalición ni su principal figura, el futuro presidente. Y por lo tanto, políticamente es un error asumir que el gobierno que sobrevendrá después del 10 de diciembre deba tener un programa que no recupere esos posicionamientos sostenidos en campaña en función del resultado del último 27 de octubre.

El 40% de votos del macrismo puede ser llamativo pero no se aleja demasiado del histórico porcentaje de votos no-peronistas a lo largo de la historia argentina. Juntos por el Cambio supo muy bien cómo capitalizarlo, haciendo de la primera vuelta un ballotage y yendo a buscar una base social que, incluso, corre por derecha al propio Mauricio Macri. 

Como dato, vale destacar lo que señaló Federico Dalponte en este mismo portal: en 1989 el candidato del radicalismo, Eduardo Angeloz, sumó un nada despreciable 37% cuando su partido era responsable de la hiperinflación que estaba en curso durante el mismísimo período electoral.

El neoliberalismo no es un partido ni un candidato

Un modelo económico, político, social y cultural con más de 40 años de historia, hegemónico a nivel mundial y que concentra un poder de fuego enorme (económico, pero también militar), no se derrota ni se borra en una elección. No alcanza con correr del mando del Ejecutivo (nacional) a un fiel representante de sus intereses. Lo tenemos internalizado como sociedad, votemos lo que votemos.

El macrismo fue un producto social. Un emergente de la crisis de 2001 que creció y se consolidó hasta lograr alcanzar el mando político del Estado durante los últimos cuatro años en este experimento neoliberal que produjo miseria, desigualdad y muerte. Eso sigue ahí y lejos de intentar incluirlo o construirlo como “oposición funcional”, hay que desarmarlo y desarticularlo, con el objetivo de, en el mediano/largo plazo, destruirlo.

Por eso el gobierno de Alberto Fernández abrirá una transición, aunque todavía no sabemos transición hacia qué. Eso dependerá, una vez más, de las correlaciones de fuerza que se construyan, las batallas que se den y cómo se resuelvan. En definitiva, de la lucha de clases.

Creer que en el Frente de Todes se concentran las fuerzas antineoliberales y que la pelea será solo contra “los de afuera”, puede costarle caro al campo popular y al pueblo en su conjunto. Por eso, independientemente de las buenas intenciones o no que aniden en el proyecto de “acuerdo social” de Alberto Fernández, su inviabilidad a largo plazo está a la vista.

Su victoria electoral no detuvo el accionar predatorio de una burguesía miserable que no duda en disparar la pistola remarcadora de precios, ni frenó el reloj de una bomba económico-social que (quizás en lo que sea lo único rescatable del macrismo) todavía no estalló, pero hay que desactivar lo antes posible. 

Para esto, mal que le pese a los moderados y partidarios del “todismo” (Sergio Massa dixit), serán necesarias confrontaciones, algunas frontales y descarnadas. No importa que el presidente las quiera dar o no, los sectores empresariales la impulsarán y si el gobierno cede, traicionará a su electorado. La disyuntiva no será sencilla para quienes sueñan con la utopía peronista de la conciliación de clases en un diálogo donde todes deberían ganar (aunque casi nunca suceda).

Por supuesto que las disputas que se den, tendrán que enmarcarse en una mirada general y no sectorial o corporativa. Evaluar ante cada conflicto que es lo que nos acerca a la progresiva desarticulación del neoliberalismo como sistema y permite acumular en la perspectiva de un modelo post capitalista y feminista.

Ante ese escenario resultan igualmente inútiles el denuncismo constante del izquierdismo declamativo, como el seguidismo acrítico conservador en pos de “no hacerle el juego a la derecha”.

El macrismo se empezó a caer con los piedrazos a la policía en diciembre de 2017. La unidad opositora -por convicción u oportunismo- surgió de la certeza de que había un sector importante del pueblo que no estaba dispuesto a seguir tolerando ese modelo y necesitaba una alternativa político-electoral para viabilizar ese descontento. 

Cumplir esas expectativas -y no las de la base macrista- tiene que ser la tarea del nuevo gobierno. Desde la izquierda, dentro y fuera del Frente de Todes, habrá que presionar, disputar y ganar para que eso sea posible.

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