1 noviembre, 2019
Volver, ¿adónde?
Notas sobre el país que le espera al gobierno del Frente de Todos.


Fernando Toyos
El lunes que pasó fue el primer día de una semana de un país que, ya desde ahora, es diferente al anterior. Los medios pueblan sus grillas con noticias sobre la transición al ahora presidente electo, Alberto Fernández, y comienza a circular todo tipo de análisis. En la semana posterior a las PASO, nos preguntábamos por los escenarios que podían abrirse ante la generosa cosecha recogida por FF en aquellos comicios. ¿Qué cosas cambiaron y cuáles son continuidades, dos meses después?
En una definición que resultaba previsible, con Alberto Fernández como favorito, el batacazo lo dio la flamante oposición: entre agosto y octubre la cosecha electoral de Juntos por el Cambio creció en unos dos millones de votos, mientras los números de la fórmula Fernández-Fernández aumentaron de forma más modesta. En esta línea se inscribe el contundente triunfo de Horacio Rodríguez Larreta por el 55% de los votos, convirtiéndolo en el primer jefe de gobierno de CABA en ser electo sin necesidad de una segunda vuelta. Pero, ¿qué expresa tamaño crecimiento entre ambos comicios?
La primera diferencia entre el escenario de las PASO y el actual la marca el contexto regional: en los 77 días que transcurrieron entre ambos sufragios, Perú, Ecuador y Chile entraron en crisis políticas que, en los últimos dos casos, involucraron poderosas movilizaciones de masas. Desde esta columna nos hemos preguntado si estos procesos – especialmente el chileno – expresan un giro a la izquierda en la región. Las tres elecciones celebradas de un tiempo a esta parte dan cuenta de un panorama disputado: si bien Alberto Fernández en Argentina y Evo Morales en Bolivia resultaron electos en primera vuelta, en ambos países los resultados también evidenciaron la fortaleza de las oposiciones de derecha.
Esta fuerza se expresó también en la calle: en Bolivia, logró movilizar a su base social en violentos reclamos por una segunda vuelta, mientras, en nuestro país, Mauricio Macri cerró una campaña de calle – novedosa para su espacio político – con dos imponentes concentraciones en sus bastiones de la Ciudad de Buenos Aires y Córdoba. Por su parte, los resultados en Uruguay configuran un ballotage muy reñido.
La segunda diferencia son los votos: si las PASO argentinas mostraron el retroceso de una derecha que no pudo consolidar su hegemonía, las elecciones generales mostraron que aquella derrota electoral no se tradujo en una derrota social y política. Sabiéndose perdedor de cara a octubre, Juntos por el Cambio se quitó de encima el peso de una campaña más amplia y apostó a consolidar a su núcleo duro. Así, en su gira, Macri marcó a conciencia su perfil conservador, posicionándose en contra del aborto de manera clara e incluso recibiendo la bendición de un pastor evangelista.
Mientras tanto, la futura ex ministra Patricia Bullrich autorizó a las fuerzas de seguridad a realizar “control poblacional” en los trenes que transportan a las millones de personas que van del conurbano hacia la Ciudad todos los días, dando carta blanca a la detención por “portación de cara”. El ex candidato a vicepresidente Miguel Ángel Pichetto completó el panorama, agitando el fantasma de una presunta revolución comunista que privaría a los ciudadanos de sus bienes personales, en caso de ganar quienes ganaron.
A la vista están los resultados: aquella “derecha social”, cuyo origen se remonta al antiperonismo que legitimó el golpe de 1955, demostró su fortaleza, dándole a Juntos por el Cambio unos 40 puntos porcentuales, la primera minoría en Diputados y el lugar indiscutido del liderazgo opositor.
Cabe preguntarse si esta apelación a los núcleos de sentido más conservadores encontró terreno fértil en el panorama de una Latinoamérica en convulsión. Lejos de ser una novedad, el hecho de que las crisis del capitalismo no son necesaria ni automáticamente capitalizadas por el anticapitalismo fue señalado por Federico Engels en 1895. Ante la crisis social que engendra el neoliberalismo, las fuerzas conservadoras encuentran un punto de interpelación relativamente cómodo, presentándose como garantes de un orden cuya alteración le endilgan, en una lectura simplista, a populistas y marxistas.
En el plano de las continuidades, la derrota del macrismo sigue siendo la derrota del mejor exponente que la derecha regional supo tener, siendo, además, el primer revés electoral para un presidente argentino que buscó reelegirse. Los saludos de los presidentes Miguel Díaz-Canel, Evo Morales y Nicolás Maduro coinciden en enmarcar el acontecimiento en una derrota del neoliberalismo.
La otra continuidad es la economía: la crisis internacional del capitalismo, que este año se expresará en un menor crecimiento del PBI mundial, angosta los márgenes para una política económica que pretenda conciliar capital y trabajo a lo que debe sumarse la gravosa deuda contraída por el macrismo.
La existencia de una oposición social y política consolidada, por su parte, implica un desafío para la pretensión albertista de “desengrietar” la política. Ambas variables se encuentran íntimamente relacionadas: sin la base material para relanzar un ciclo de acumulación con fuertes tasas de crecimiento – como el de 2003-2007 – ralean las posibilidades de construir grandes bases de consenso. Las alusiones a la redistribución del ingreso y la “transversalidad” política características del gobierno de Néstor Kirchner nada pueden hacer contra estas dos variables que permiten avizorar que, antes que “volver a 2003”, Alberto Fernández gobernará un país más parecido al de 2015.
Finalmente, la última constante respecto al escenario de las PASO es la importante presencia de partidos de izquierda, sindicatos, movimientos sociales y demás expresiones políticas de las clases subalternas al interior del Frente de Todos. Las tensiones entre estos y otros sectores ya se dejaron ver, por ejemplo, en el linchamiento mediático contra Juan Grabois por haberse pronunciado a favor de la reforma agraria. No obstante, ante un macrismo fuerte en su rol de opositor y una derecha social galvanizada – expresión particular de un fenómeno regional – los movimientos populares tienen un rol fundamental para sostener unas relaciones de fuerzas que le permitan al gobierno avanzar en medidas de gobierno como el restablecimiento de retenciones a las exportaciones y la desdolarización de las tarifas de servicios eléctricos. Recordando que la derrota electoral del macrismo comenzó con la derrota política en las jornadas del 14 y 18 de diciembre de 2017, nuestra primera tarea es no abandonar las calles para recuperar los derechos que perdimos en los últimos años y proyectar las luchas del futuro.
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