28 octubre, 2019
Se fueron
Casi un consuelo: el macrismo terminó siendo una pesadilla de cuatro años, y no de ocho. Pero el electo presidente Alberto Fernández tendrá ahora un desafío mayúsculo. Dejan un país con 40% de pobreza, 10% de desocupación y bajo la sombra del FMI.


Federico Dalponte
En la elección más cantada de la historia, pasó lo previsible. Las primarias habían dejado la imagen de asunto terminado, de gloria opositora; pero había que contar los votos. No hay nada más mufa que el festejo anticipado. Y la diferencia, más exigua que la prevista, también reparte enseñanzas para todos los sectores.
El oficialismo mantenía su ilusión en público, mientras que en secreto muchos funcionarios ya buscaban nueva ocupación. Asumir una derrota anticipada nunca fue una opción para el macrismo. Las propias bases, esa suma de electores, asistieron a cada marcha aferrados a una esperanza que contradecía la aritmética. En términos de militancia y compromiso, los últimos veinte días fueron los mejores de Cambiemos en estos cuatro años.
El discurso de una improbable remontada épica sirvió a Juntos por el Cambio para contarse las costillas, para consolidar una suma de votos desde la cual construir oposición. Pero las chances reales de forzar un ballotage requerían una participación electoral histórica y un estancamiento del Frente de Todos.
No sucedió, como se suponía. El incremento de la cantidad de votantes no alcanzó siquiera para mantener la esperanza. En el peor momento de Raúl Alfonsín, en plena hiperinflación, el radicalismo fue a la elección presidencial y sacó 37 puntos. Una cifra bastante parecida a la alcanzada por Macri en esta elección. El antiperonismo es también una marca registrada de la Argentina.
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Ganó –podrá decirse– el mejor. No necesariamente la mejor propuesta programática, sino el mejor por capacidad de construcción política. Alberto Fernández fue el que mejor entendió que el peronismo unido y ampliado era el único capaz de superar el 45% de los votos. Lo entendió incluso seis meses antes que Cristina Kirchner, y un año y medio antes que Sergio Massa.
Fue a mediados de 2017, cuando dejó el Frente Renovador para apostar junto a Florencio Randazzo a una gran primaria entre miembros actuales y exiliados del Frente para la Victoria. En aquel entonces no pudo ser. La ex presidenta prefirió recluirse entre los propios, desperdiciando así los 5 puntos que cosecharía finalmente el randazzismo y que podrían haberle asegurado la victoria. El mismo error que en 2009 cometió Néstor Kirchner cuando prescindió de Martín Sabbatella y dejó que se quedara con una parte de su electorado.
“Sin Cristina no se puede, pero con Cristina sola no alcanza”, repitió durante meses el hoy presidente electo. Y resultó ser cierto. Pero esa apuesta requería zanjar viejos rencores. A principios de este año Alberto Fernández todavía sobreestimada su capacidad para reconciliar adversarios y reunificar al peronismo detrás de Cristina Kirchner.
El rechazo al gobierno de Mauricio Macri crecía, pero la unidad opositora sólo fue posible cuando la ex mandataria decidió ceder protagonismo. Nadie podría haberle reprochado una decisión diferente. De haber querido, le sobraban votos para imponerse en cualquier primaria con comodidad. Pero privilegió armar un frente para la victoria opositora, y no para la victoria personal. En ese tramo, la historia sabrá reconocerle el mérito: el tiempo exigía ceder protagonismo. En definitiva, Macri perdió por no imitar a Cristina.
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Gobernar será difícil para el próximo presidente, pero la transición lo será todavía más. La rápida respuesta de Guido Sandleris para anticiparse a una nueva y abrupta devaluación del peso se inscribe en esa línea. El problema para Fernández no es tomar las medidas adecuadas para evitar un mayor derrumbe de la economía, sino convencer al presidente saliente de que no incendie el país en sus últimas semanas de mandato.
En efecto, el próximo mes y medio será un gran desafío también para el mandatario electo. Mientras prepare a su futuro gabinete, deberá conciliar medidas con Mauricio Macri, despojándose de cualquier apatía personal. Lo cual no se anticipa como una tarea sencilla.
Por lo pronto, el discurso del actual presidente en la noche del domingo se pareció al de un presidente democrático y sensato, alejado de aquel que no pudo o no supo sobrellevar el mal trago de la derrota en las primarias. Ese cambio sí es bienvenido.
El discurso de Fernández, por su parte, volvió a ser el de una persona firme pero dialoguista, como aquel tras las primarias; un puente vital para acercarse a la Casa Rosada y comenzar a incidir en las políticas económicas inmediatas aun antes de asumir el cargo.
En ese contexto, el Frente de Todos tendrá sobre sus hombros el gran desafío de revertir el largo proceso recesivo que atraviesa el país y, al mismo tiempo, mantener viva la esperanza de los millones que el macrismo condenó a la pobreza y al desempleo en estos cuatro años.
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