21 octubre, 2019
Macri en el centro de la escena, quizás por última vez
El nuevo debate agregó poco. La suerte parece echada para todos. Queda menos de una semana para las elecciones y cada candidato aspira ahora a consolidar el voto propio. Incluso el actual presidente.


Federico Dalponte
Los seis candidatos reprodujeron el libreto previsto, pero lógicamente fueron dos los que se llevaron todas las miradas. José Espert y Nicolás del Caño aportaron las ideas más revulsivas, a un lado y otro del espectro ideológico, aunque la centralidad la determina siempre el caudal electoral.
Mauricio Macri asistió a la Facultad de Derecho en la cresta de su ola militante. Del acto en la avenida 9 de julio al debate presidencial casi sin escalas. Y aunque parece haber consenso en que Juntos por el Cambio incrementará su caudal electoral el próximo domingo, es improbable que convierta ello en un milagro: no hay margen para multiplicar panes y votos.
En cualquier caso, el presidente se sacó hace dos meses una mochila de encima. Dejó la impostura y reluce ahora su cara más auténtica. No hay encuesta que le dé siquiera una remota posibilidad de volcar en las urnas ese fervor autoinfligido, pero los centenares de miles que lo acompañaron en las últimas semanas solidifican ese núcleo duro histórico antiperonista.
Con un discurso mucho más radicalizado, el presidente pretende desde hace semanas pelearle votos a Juan Goméz Centurión y José Espert: alusiones a dios y definiciones explícitas a favor del aborto clandestino para edulcorar un mensaje plagado de prejuicios y lugares comunes contra los sectores populares.
Esa misma tónica quedó en evidencia en la Facultad de Derecho. Desde el primer minuto del debate, Macri reivindicó el gatillo fácil y desde allí erigió un discurso desprovisto de tapujos. Se lo notó satisfecho con su propio rol, como quien gusta de escucharse a sí mismo.
Hipótesis temeraria: el candidato oficialista, aunque sabe que pierde, está viviendo su mejor momento en esta larga caída que empezó el último 11 de agosto. Puede -ahora sí- decir lo que verdaderamente piensa, ya sin miedo a que sus exabruptos expliquen la casi segura derrota electoral.
Su intervención sobre desarrollo social, por caso, fue el discurso básico del antiperonismo centralista: una suerte de reconocimiento de los problemas de pobreza estructural que acosan a la Argentina, pero tamizado por una supuesta lucha contra el clientelismo y la política punteril. La receta parece ser reducir la tasa de pobreza con gendarmería y pavimento.
Alberto Fernández, en cambio, tuvo un rol menos beligerante. Apenas lo necesario para introducir temas que el oficialismo hubiese preferido esquivar, pero sin las imputaciones personales que caracterizaron sus presentaciones en Santa Fe. Casi como si se tratara de un debate post-electoral: un candidato que se sabe ganador y no quiere perder nada en el camino, frente a otro que busca un golpe de último minuto que lo salve del abismo.
Ese seguramente sea el tono de esta última semana previa a las elecciones. El discurso de Alberto Fernández se parece cada vez más al de un mandatario en ejercicio, mientras que el de Mauricio Macri pareciera el de su principal opositor.
A lo lejos, el espectador incauto puede creer que el actual presidente salió airoso de ambos encuentros y que se mostró firme en cuanto a sus propuestas y pretensiones. Pero parece evidente que nada de ello se condice con su eventual desempeño electoral. Haber logrado una buena escenificación discursiva es un logro bastante magro para quien llegó al gobierno prometiendo una reducción drástica de la pobreza.
En cualquier caso, se sabrá dentro de seis días si el giro en la campaña oficialista les sirvió o no para torcer el destino electoral. Probablemente estas semanas de giras, actos y realces discursivos les hayan inolucado una energía que parecía perdida, algo vital para atravesar una derrota que parece casi segura.
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