Cultura

18 octubre, 2019

Yo me tengo que bañar y a nadie le importa: lo cotidiano devastado

Yo me tengo que bañar y a nadie le importa, de Juan Washington Felice Astorga es una cosquilla y una patada. Ambas incomodan a pesar del dolor o la risa. Ambas son provocadas por un texto categórico y sin concesiones que toca temas incómodos, poco felices que se vuelven salvajes en su composición final.

Dos horas y media de una historia que atraviesa el dolor incomprendido, desgarrado por las emociones internas, con un mundo sensible pero a la vez siniestro. El eje es el derecho a morir como elección consciente de un personaje principal que dispara otras historias: la de sus familiares y amigos que intentan retener en el mundo a alguien que no quiere.

Negar el amor, los sueños y la propia vida es tomado como algo impropio de un ser humano normal -apegado a las normas sociales- y en ese afán por que el otro no desaparezca también se plantea la extinción de los otros. No dejar que el otro muera es seguir viviendo en su mirada, en lo que el otro entiende de nosotros mismos.

Los personajes que acompañan la desgracia de Rocío, la que quiere morir, reaccionan y se van agrietando frente a ese espejo que quiere dejar de reflejarlos para siempre. En esos cortes, la sangre propia y ajena empieza a correr y el vacío existencial aparece sofocado de palabras vanas, canciones de amor, historias dolorosas y un nudo cada vez más difícil de abordar desde un solo plano.

Por eso el relato se convierte en un prisma, esa figura óptica refleja, refracta y descompone la luz natural en los colores del arcoiris. La historia principal es ese haz de luz que entra en el objeto para refractar y descomponer los colores menos esperados. Algunos conmueven por su dureza -como el de una trans desesperada en su furia interpretada por Patricio Franchi- y otros nos acercarán al grotesco criollo con sus mesas de familia y esos diálogos inocentes en apariencia pero incómodos en el paladar.

Yo me tengo que bañar es una invitación a reír y a que la risa nos de culpa. Como el disfrute de esa golosina que atacamos en la madrugada mientras la luz de la heladera nos pega en la cara.

Felice Astorga intenta abarcar una cantidad de voces y registros desesperados que vomitan verdades plenas. El esfuerzo da resultados positivos. La locura -un tópico recurrente en sus obras- se asimila como un limbo; una sala de espera de la muerte, lo inevitable que en cada personaje opera de formas distintas y no hace más que avanzar la narración hacia lo devastado. 

Dirección: Juan Washington Felice Astorga

Domingos 20:30 hs. Teatro Border , Godoy Cruz 1838, CABA

Reservas acá

Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.

Aportá a Notas