Batalla de Ideas

4 octubre, 2019

¿Escrito en las estrellas?

Acerca de los usos de la astrología, una anécdota y tres hipótesis.

Fernando Toyos

@fertoyos

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De un tiempo a esta parte, noté que mucha gente a mi alrededor está cada vez más atravesada por la astrología. La usa para explicar sus comportamientos y los de otras personas, para calcular la compatibilidad de una potencial pareja y para un par de cosas más. Sin pretender un conocimiento experto sobre la materia, puede decirse que se trata de una tendencia de los últimos años. La popularización de páginas como horóscopo negro, de aplicaciones para calcular la carta natal y la polémica suscitada a partir de ensayos y contraensayos publicados en la Revista Anfibia, son indicios de esto.

No es el objetivo discernir acerca de la validez de la astrología, verificando el grado en el que la misma se ajusta (o no) a una realidad aprehendida empíricamente. Antes bien, sostenemos que la misma constituye una narrativa que, como tantas otras, circula al interior de nuestra sociedad y produce efectos sobre la misma, independientemente de su vínculo con la realidad.

En el primero de los ensayos citados, el físico Alberto Rojo se dedicó a escrutar concienzudamente los fundamentos de la astrología, señalando inconsistencias de todo orden y contraponiendo argumentos provenientes de distintas disciplinas. La politóloga y astróloga Agostina Chiodi replicó, señalando cierta arrogancia del autor y denunciando el sesgo machista del conocimiento científico, siendo ambos elementos muy atinados. Antes que hacer una “refutación de la refutación”, sostuvo la validez de la astrología en tanto “herramienta de autoconocimiento”. “La astrología no puede demostrarse en una discusión porque la única forma de validarla es la propia experiencia vital, que es estrictamente voluntaria y subjetiva”, argumentó.

Acordando con la parte de “subjetiva”, es necesario señalar que su carácter de “voluntaria” es muy problemático: nuestro arribo al mundo aconteció sin que nadie nos pregunte y sin nuestro consentimiento, y algo bastante parecido ocurrirá cuando nos toque retirarnos. No elegimos nuestro nombre, nuestro sexo anatómico, ni nuestro color de piel. Tampoco elegimos el lugar de nuestro nacimiento ni las personas que nos criarán, si tenemos suerte, durante unos cuantos años y en condiciones más o menos adecuadas. La gran mayoría de nosotres no puede elegir si quiere trabajar o no, y somos relativamente privilegiades quienes tenemos un trabajo que nos gusta. Podríamos llenar páginas enteras enumerando las múltiples determinaciones y condicionantes que nos atraviesan en tanto sujetes sociales, sin embargo, la eficacia de la astrología como narrativa no se ve reducida por estos elementos. 

  • Primera hipótesis: es gracias a estas determinaciones que la astrología es eficaz

Lo opuesto a la determinación es la indeterminación, que puede entenderse como la forma más radical de la libertad, esto es, la capacidad de determinarse a une misme. En un espectro más cercano a la realidad cotidiana, podemos pensar que lo opuesto a la determinación es la autonomía: es más autónoma una persona que no responde a la determinación de tener que ganarse el pan con su trabajo, o de ponerse al hombro tareas de reproducción y cuidado de niñes y ancianes, por ejemplo. Quienes corren otra suerte ven, por consiguiente, reducidos sus márgenes de autonomía.

  • Segunda hipótesis: la astrología nos brinda una imagen reconfortante respecto de nuestras determinaciones

Desde la Antigüedad, el firmamento ha atraído nuestra curiosidad y despertado nuestra inspiración, siendo objeto de distintas elaboraciones y fuente de poesía. En este sentido, es más bello pensar que cierto rasgo de nuestra personalidad responde al influjo de constelaciones y planetas que a la herencia familiar o a un trauma. A la vez, la carta natal -quizás la herramienta más difundida de la astrología- nos habla de un mundo de posibilidades. Además del sol (signo zodiacal), la luna y el ascendente, los planetas del Sistema Solar también se expresarían en nuestra personalidad, configurando un abanico amplísimo -quizás contradictorio- de posibilidades.

Ante una vida en la que nuestras potencialidades -sin duda, inconmensurables- tienen que ceñirse al rigor de una vida social cada vez más precaria, imaginar otros universos posibles nos puede ayudar a lidiar con nuestras frustraciones.

***

La tercera hipótesis ocurrió a partir de una anécdota: como no podía ser de otra manera, estoy al tanto de mi carta natal, gracias a la insistencia de una amiga. Resulta, sin embargo, que recordé la hora de mi nacimiento con un margen de error de veinte minutos que, aunque me hace sentir satisfecho con mi memoria, cambió drásticamente los resultados del veredicto celeste. Entre mis dos cartas natales transcurrieron unas semanas en las que mi primer ascendente -capricornio- sirvió como fundamento estelar de cierta compulsión al orden que me caracteriza. En estas semanas, pese al escepticismo que quizás -a esta altura- hayan adivinado, debo confesar que, en una pequeña medida, me identifiqué con capricornio. Imaginen mi decepción cuando me enteré que mi verdadero ascendente es, en realidad, acuario, con el que (todavía) no me identifico.

Lo más interesante de todo esto es que, a partir de esta pequeña experiencia, comprobé en carne propia la performatividad de la astrología como narrativa. Claro que uno puede clausurar toda interpelación posible cerrándose a ella, previa invocación de la racionalidad científica, lo cual sería válido. Como sociólogo, preferí practicar una cautelosa aproximación al asunto, no para sentenciar su supersticiosa invalidez, sino interesado en las fibras sensibles y cognitivas que la astrología -con o sin el aval del positivismo- efectivamente moviliza. Esto no equivale a otorgarle sin más ni más un estatus equivalente al del conocimiento producido a través del examen riguroso de la realidad social o psíquica, pero sí de comprender a la astrología como un fenómeno social que -como todos- es síntoma de nuestro tiempo.

A partir de la anécdota, entonces, propongo que la astrología puede servir como mecanismo proyectivo para identificarse con distintos rasgos de une, ayudándonos -de forma más o menos inconsciente- a elegir entre la multiplicidad contradictoria que nos recorre. Dicho de otra manera: los rasgos de los signos con los que nos identificamos son, ni más ni menos, rasgos propios que -como todo lo propio- nos gusta más o menos. La inmensa amplitud de la carta astral nos ofrece un repertorio lo suficientemente grande para encontrar allí cosas con las que nos identifiquemos positivamente, siendo así un soporte para nuestro propio desarrollo. 

El riesgo, claro, pasa por delegarle a los astros nuestras propias decisiones, allí donde aún nos queda autonomía para tomarlas. Sin embargo, no conozco a nadie cuya relación con la astrología exceda, digamos, un uso recreativo que resulta, en mi humilde opinión, relativamente inocuo.

Digamos todo: en una época atravesada por múltiples angustias, producto de nuestras determinaciones y, además, de la crisis que atraviesan los proyectos colectivos, a nadie puede negársele un refugio. El refugio, es cierto, puede convertirse en un lugar cómodo del cual nos cueste salir una vez que el tiempo aclare, pero también puede ser un lugar donde recuperar fuerzas para volver a salir a la batalla de todos los días. ¿Cuál de los dos refugios nos ofrece la astrología? Sospecho que la respuesta depende menos de la astrología en sí misma que de nuestra capacidad de poner en pie otras narrativas, que organicen a personas de todo signo y ascendente, permitiéndonos volver a ser dueños del destino que, hoy, le conferimos a las estrellas.

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