Batalla de Ideas

2 octubre, 2019

Feminismo y sindicalismo: un encuentro para la historia

Los Encuentros de Mujeres, realizados de manera sistemática desde 1986, han sido piedra angular de la construcción de un sindicalismo feminista.

Guadalupe Santana

@puede_fallar

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“Porque el presente, cuando cuenta con el apoyo del pasado, es mil veces más profundo”.

Virginia Woolf. Momentos de vida, 1976.

La historia de la marea feminista que llegó para quedarse ese 3 de junio de 2015, comenzó a tejerse hace décadas y en múltiples espacios. Ello explica el fuerte arraigo que el feminismo ha logrado en nuestra sociedad. Uno de los mojones innegables en su gestación son los Encuentros Nacionales de Mujeres que se vienen realizando de manera sistemática desde el año 1986.

De este modo, esta práctica social ya forma parte constitutiva de la historia del movimiento feminista en nuestro país, a la vez que lo explica. Cada año, miles y miles de mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales y personas no binaries, se encuentran en una ciudad distinta para discutir diferentes temas y también para disfrutar el mero hecho de estar juntxs y de saberse poderosas, de mostrarse y ser vistas, para construir colectivamente una agenda del feminismo.

Para quienes militamos sindicalmente, los Encuentros han operado en un sentido similar: han sido piedra angular de la construcción de un sindicalismo feminista. Nos han permitido tener un momento en el año para nosotras; nos dan una excusa para organizarnos con nuestras compañeras de trabajo; nos da visibilidad al interior de nuestros gremios; la convivencia por un fin de semana entero, en condiciones muchas veces bastante incómodas, pone a prueba y consolida nuestros lazos sororos. El encuentro nos obliga a pensarnos y re-pensarnos colectivamente; volver con nuevas ideas surgidas del intercambio o con replanteos sobre líneas de acción; nos transforma. Se dice que ninguna mujer que va a un Encuentro vuelve siendo la misma y eso es real, en todos los planos posibles: el singular y subjetivo, el político-organizativo y también el social, de las relaciones afectivas y políticas.

En muchos casos, al menos en el mío, los Encuentros fueron la chispa que prendió la llama sobre la necesidad de trabajar el eje de géneros en el sindicato. En 2013, viajamos a San Juan un grupo de cuatro compañeras de la Asociación de Empleadxs Judiciales de CABA. Allá conocimos a compañeras judiciales de otras provincias, marchamos todas juntas y participamos del taller de organizaciones sindicales que fue un punto de quiebre: se nos presentaron, condensados, todos los desafíos juntos.

Con las tripas en llamas como estábamos, en el micro de vuelta, las cuatro sellamos nuestro primer pacto inquebrantable: no íbamos a parar hasta armar una comisión de géneros en el sindicato y duplicar la cantidad de compañeras para al Encuentro del año siguiente. Lo logramos con creces: seis años más tarde, la comisión de géneros es una flamante Secretaría de la Comisión Directiva y somos veinte las compañeras que viajaremos a La Plata.

Se dice, también, que los talleres son el corazón del Encuentro. Y es así. Cada año, conocimos ahí a compañeras delegadas, activistas y representantes sindicales más grandes, de larga trayectoria, que nos brindaron generosamente todas sus lecciones, sus estrategias y también sus inquietudes. Para nosotras es muy evidente que la historia no comienza siempre de cero: los encuentros nos permiten sabernos parte de un movimiento que nos precede, del que somos presente y también legado que dejaremos a las que vendrán.

Así, nos enteramos de la lucha por la licencia por violencia de género, por la instalación de lactarios y jardines infantiles en los lugares de trabajo, de las licencias por nacimiento, por fertilización asistida, por el cupo laboral travesti-trans. Además, aprendimos la importancia de visibilizar el trabajo doméstico y de cuidados, la necesidad de una distribución social más equitativa de esas tareas y el rol fundamental del Estado y de las patronales en ese punto.

Por último, terminamos de confirmar algo que sospechábamos desde siempre: hay batallas que ganar dentro de nuestras propias organizaciones. La Ley de Cupo de Género es el piso mínimo que debe ser cumplido pero aspiramos a lograr la integración paritaria de las organizaciones sindicales. La democratización de los sindicatos es condición para lograr transversalizar la perspectiva de género en toda la acción sindical frente a la patronal y hacia su interior.

Las demandas de este tipo adquirieron una relevancia mayor a partir del primer paro internacional de mujeres, en octubre de 2016, tras el femicidio de Lucía Pérez. En esa ocasión, no sólo se exigió terminar con el machismo que todos los días se cobra la vida de una de nosotras, sino que, por primera vez de modo tan masivo, se logró instalar públicamente la continuidad entre la desigualdad económica y la violencia de género. “Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”, fue el leit motiv de ese “miércoles negro”.

Todo estaba dado para que el 8 de marzo siguiente, Día Internacional de las Mujeres, fuera un hito en la agenda feminista: se recurrió al paro como herramienta histórica del movimiento de les trabajadores para integrarlo al repertorio de protesta del movimiento feminista. También se tomó de aquél, la modalidad asamblearia como metodología de discusión entre compañeres y de elección de un plan de lucha.

Con estas características, se llevó adelante el primer paro al gobierno neoliberal de Mauricio Macri y desde el feminismo, se denunció que la crisis golpea siempre primero a mujeres y disidencias porque estamos más precarizadas, somos más pobres y nos encargamos de las tareas domésticas y de cuidado de nuestros hogares y familias.

Pero además, se denunció el exasperante letargo de la conducción de la principal central obrera ante las primeras medidas antipopulares del Cambiemos que confirmaban las sospechas de la mayoría de nosotras. “Mientras ellos toman el té, nosotras tomamos las calles”, fue nuestro grito de guerra.

Sólo el acumulado de años y años de intercambios, de construcciones teóricas, de condensaciones, de balances sobre la praxis, de marchas y contramarchas, en fin, de encuentros, pudo permitir que ese otro encuentro dialéctico y complejo entre la lucha sindical y la lucha del movimiento de mujeres y disidencias arrojara algo nuevo. El sindicalismo feminista terminó de emerger, y nosotras, las que veníamos tejiendo esa trama, bailamos a su alrededor como brujas en aquelarre. 

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