30 septiembre, 2019
La épica antiperonista
En Casa Rosada prefieren vender una epopeya contra las mafias. “Somos los que creemos en la democracia”, dice el último spot oficialista. Como en toda derrota, es mejor decir que se perdió contra los poderosos. Una épica para sobrevivir.


Federico Dalponte
Marielle Franco, Ernesto Guevara, Zelmar Michelini, Miguel Hernández. Las izquierdas están repletas de historias épicas. Conforman su ADN estructurante: subvertir un orden establecido presupone una disputa desigual y riesgosa. No hay peligro, en cambio, si se abona el statu quo.
En la Argentina, los muertos a manos del poder estatal o paraestatal pertenecen mayormente a espacios izquierdistas, peronistas o reformistas. Fueron los huelguistas de los talleres Vasena, los estudiantes de la noche de los lápices, los desaparecidos y desaparecidas de la última dictadura, las víctimas de la represión de 2001.
Esas muertes se acumulan en la memoria colectiva. Y no es casual que sus nombres cobren valor simbólico; son la expresión encarnada de una epopeya. Y de allí la importancia de la construcción cultural para vivificarla: hay murales con la cara de Salvador Allende, pero no con la de Augusto Pinochet; hay canciones sobre Chico Mendes y el Pocho Lepratti, pero no sobre sus asesinos.
Reivindicar esas luchas es también un ejercicio de lo político, un posicionamiento deliberado a favor de determinados anhelos. Y ello no admite imposturas. En parte por eso, en nuestro país, las expresiones partidarias de ideas conservadoras carecen de héroes o gestas populares posteriores al proceso independentista del siglo XIX. Mucho José de San Martín, poco Estela de Carlotto.
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Durante los gobiernos del Frente para la Victoria, algunos periodistas instalaron el vocablo «relato» para menospreciar el anclaje discursivo que sostenía –o pretendía sostener– cada avance de gestión.
Algo ligado a lo que María Esperanza Casullo denomina «el mito populista», como construcción simbólica de esa pelea asimétrica contra poderes concentrados y contrarios al interés nacional. E incluso afín a lo que Martín Caparrós llamó «el posibilismo épico», como síntesis entre la heroicidad proclamada en los discursos y la concordia tácita con el régimen capitalista.
Lo cierto, en cualquier caso, es que el kirchnerismo fue también esa sumatoria de insignias memorables, desde el famoso cuadro en la ESMA hasta la recuperación de empresas emblemáticas como Aerolíneas Argentinas e YPF. Esa gestualidad heroica resulta siempre verosímil en la medida en que el adversario simbólico sea a las claras poderoso. No hay épica posible si el sujeto fuerte se come al débil: por ejemplo, reducirles un 13% de sus haberes a los jubilados.
Sin embargo, y pese a ser una alianza de derecha, Cambiemos rompió con toda lógica en su llegada al poder: la épica en 2015 era vencer al peronismo poderoso y corrompido, que perseguía opositores y asesinaba fiscales, sostenido gracias a la mafia sindical y punteril. De hecho, ganarle en elecciones libres a ese supuesto monstruo era una pretensión épica de tal magnitud que permitió la construcción de alianzas imposibles hasta entonces.
“La conducción peronista tiene el gen del «vamos por todo». En cambio, nosotros tenemos el gen de la democracia, del diálogo y de las instituciones”, dijo Ernesto Sanz en Gualeguaychú, la noche en la que los radicales sellaron su acuerdo con el PRO. El totalitarismo versus los demócratas; el slogan vendía.
La propuesta de Cambiemos se redujo así a recuperar aquel país de las primeras décadas del siglo pasado. Un orden de las cosas obsoleto pero vendido al mismo tiempo como heroico: volver al paraíso agroexportador que nos legaron Bartolomé Mitre y Julio Roca, y del que nos privó Juan Perón.
Así, los verdaderamente malos en la historia son los peronistas. Allí no median pujas económicas, ni hay presión de grupos concentrados, ni siquiera geopolítica. Si el país no funciona, es sólo culpa de un actor político, ese que no cree en la democracia.
Por tanto, la épica del antiperonismo no es achicar brechas sociales, ni redistribuir lo acaparado. La épica del antiperonismo es bastante más lineal: enfrentar, ganar y resistir al peronismo.
Por eso ahora lo heroico es mantenerse en el gobierno pese a cualquier debilidad. Por eso la mística de las plazas llenas para defender la institucionalidad. Por eso Miguel Pichetto encarna al peronismo «racional», en oposición al peronismo a secas, irracional por antonomasia. Y por eso sería al menos una epopeya para Macri terminar su mandato en diciembre.
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Lo paradójico es que ahora, cuatro años más tarde de su triunfo, Cambiemos retoma esa épica desde el propio gobierno y ocupando las calles. Mauricio Macri ya no se muestra como el presidente aclamado por el mundo, amigo de los países centrales y los grandes inversores, sino apenas como un hombre de a pie que está a punto de perder la presidencia por su afán transformador.
El «sí, se puede» es la respuesta épica y desafiante ante el sentir común de que lo propuesto es imposible, de que todo está perdido, como desde hace 70 años. Y ello en parte es cierto. ¿Es posible que Macri gane las elecciones? Sí, pero también es sumamente improbable.
La épica no le servirá al macrismo para ganar en octubre, pero sí para sobrevivir después de diciembre. No es lo mismo admitir que el presidente perdió la reelección como consecuencia de una gestión atroz que autoconvencerse de que la derrota fue el resultado de una confabulación entre el peronismo corrupto, las mafias y el fraude. Mirarse al espejo y ver a un mártir es siempre mejor que ver a un mal gobernante.
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