Batalla de Ideas

27 septiembre, 2019

Allende la cordillera (IV)

Pasado y presente del neoliberalismo en Chile.

Tapa del libro «Chile actual, anatomía de un mito» de Tomás Moulian

Fernando Toyos

@fertoyos

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Esa estrategia se basaba, más que en el temor, en la complicidad con el proyecto. Pero tomaba el miedo -fantasma latente, atavismo de los hombres comunes- como justificación. Lo que en realidad se buscaba era resituar a Chile, construirlo como país confiable y válido, el Modelo, la Transición Perfecta.

Tomás Moulián, Chile actual, anatomía de un mito

Durante el mes de septiembre, hemos dedicado este espacio al ensayo de una radiografía de Chile, analizando su historia reciente, retratando el funesto golpe de Estado contra Salvador Allende y pasando revista por los rasgos más salientes del modelo económico impuesto por la dictadura de Pinochet. En esta última entrega, intentaremos ofrecer un panorama de la actualidad social y política chilena, en la que todas esas variables aparecen en juego.

Lo primero que me llamó la atención de Chile fue la marginalidad relativamente menor que se ve por las calles de Santiago y Temuco. Esto dicho, hay que tener en cuenta, en comparación con la Buenos Aires del macrismo, en la que hemos llegado a lamentar que mueran de frío personas en situación de calle a metros de la Casa de Gobierno. Pero la diferencia sigue siendo un dato: el “modelo chileno” ha podido jactarse de reducir la pobreza extrema, aunque con una desigualdad en aumento. El año pasado, dicha reducción se estancó.

La pirámide social chilena se diferencia de la Argentina por una base más alta (menos marginalidad), pero mucho más ancha; cuyos estratos intermedios son más angostos y más bajos y su cúpula es muy angosta y muy alta. La unidad de las clases dominantes es la unidad del modelo: desde la vuelta a la democracia, ningún gobierno de la Concertación (1990-2010) o la derecha lo han cuestionado. Así, el establishment presenta a Chile como ejemplo a seguir no solo en lo económico, sino en su estabilidad política, sostenida en una prolija alternancia de gobiernos reducidos a la administración del neoliberalismo.

Como dice el sociólogo Tomás Moulián, esta transición fue presentada ante la sociedad como “lo que era necesario hacer” para consolidar la democracia, agitando así el temor de un retorno a la dictadura:

La llamada transición ha operado como un sistema de trueques; la estabilidad, se dijo, tiene que ser comprada por el silencio. Pero creo que se trató de, una trampa de la astucia. Las negociaciones parecieron realizadas, especialmente durante el gobierno de Aylwin, bajo el imperio del temor, como si estuvieran inspiradas por una táctica de apaciguamiento. Pienso que el sentimiento de miedo existió efectivamente en la masa, en los ciudadanos comunes. Pero la élite decisora actuó inspirada por otra estrategia, la del “saqueo” de Chile. Estuvo movida por un realismo frío y soberbio, carente de remordimientos porque decía (¿o creía?) interpretar el «bien común», la necesidad de Chile.

La estabilidad, conquistada por la élite de esta manera, comenzó a desequilibrarse lentamente. Un nuevo ciclo de movilización popular -protagonizado por la rebelión estudiantil de 2007/2008- la aparición del Frente Amplio como oposición por izquierda a la Concertación/Nueva Mayoría y un carácter moderadamente reformista del segundo gobierno de Michelle Bachelet dan la pauta de una nueva transición en proceso.

Si bien el primer gobierno de Bachelet (Concertación) tuvo características más conciliadoras, implementó una reforma previsional que, manteniendo el sistema de las AFP que analizamos el viernes pasado, garantizó una pensión básica solidaria para personas que no tienen cotización en dichas empresas. Es necesario señalar, asimismo, que dicha pensión representa entre el 35% y el 50% de un salario mínimo, lo cual está muy lejos de cubrir las necesidades básicas de un adulto mayor en Chile.

En la misma línea la educación superior en Chile se encuentra arancelada, tanto en establecimientos de gestión pública como en privados. La reforma educativa de Bachelet, en su segundo mandato, implementó un mecanismo de gratuidad que, aunque controvertido, modificó parcialmente el carácter oneroso de los estudios superiores. Esta gratuidad se piensa no como un derecho, sino como un subsidio: es necesario aplicar a través de un sitio web y cumplir con una serie de requisitos que incluyen “pertenecer al 60% de los hogares de menores ingresos”. Así y todo, las cifras oficiales mostraron un aumento muy considerable de la matrícula universitaria.

Pero probablemente la reforma más resistida por el establishment chileno, entre todas, haya sido la impositiva, promulgada en 2014. Esta implicó un 35% de aumento de los impuestos a grandes empresas, con el objetivo de recaudar 8300 millones de dólares para financiar gastos de gobierno. Desde que Sebastián Piñera -cuyo hermano, como funcionario del dictador Augusto Pinochet, creó el sistema de las AFP- asumió su segundo mandato, está trabajando en una propuesta para retrotraer esta iniciativa en su aspecto progresivo.

Estos movimientos tuvieron su expresión en la arena política, que desde 1990 a esta parte, había mostrado una estabilidad sobre la base de la derrota del campo popular que la dictadura y la instauración del “modelo” supusieron. La rebelión estudiantil de 2007-2008 es uno de los hitos salientes de un pueblo que comenzó a despertar, poniendo en jaque la administración del neoliberalismo. El carácter más decididamente reformista del segundo gobierno de Bachelet, así como la confluencia de numerosas organizaciones de izquierda dentro del Frente Amplio, son expresiones de este proceso en el plano político institucional.

Esta fuerza política, nacida de la rebelión estudiantil, articula distintas experiencias de la izquierda autonomista y libertaria, junto con tendencias más de centro, conquistando la importante alcaldía de Valparaíso en 2016 y posicionándose como tercera fuerza a nivel nacional en 2017.

Pero toda acción origina su reacción. Aparecieron, también, expresiones de derecha: el propio Piñera, electo por primera vez en 2009, cortó con veinte años de gobiernos de la Concertación. La aparición de figuras de extrema derecha, como José Antonio Kast, que rozó el 8% en las últimas elecciones presidenciales, completan el cuadro.

El país allende la cordillera se encuentra hoy en una transición que está transformando las coordenadas políticas y económicas trazadas durante los primeros años de recuperación de la democracia. En este camino, la perspectiva de cuestionar -finalmente- el famoso “modelo chileno” y sus consecuencias sobre el pueblo trabajador, vuelve a aparecer en escena. También reaparece el peligro neoconservador/neofascista, que tiene en Brasil a su principal exponente. Confiamos que este camino, más temprano que tarde, abrirá las alamedas por las que pasen el hombre y la mujer nuevos.

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