Batalla de Ideas

17 septiembre, 2019

La revolución ecológica en Burkina Faso

El proceso liderado por Thomas Sankara en la década de 1980 fue vanguardista en muchos aspectos. La protección y fomento del medioambiente fue uno de los pilares de su breve pero intenso gobierno entre 1983 y 1987.

Santiago Mayor

@SantiMayor

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“Como dijo Carlos Marx, los que viven en un palacio no piensan en las mismas cosas, ni de la misma forma, que los que viven en una choza. Esta lucha para defender los árboles y los bosques es, ante todo, una lucha antiimperialista. El imperialismo es el pirómano de nuestros bosques y de nuestras sabanas”

Thomas Sankara, primera Conferencia por la Protección del Árbol y el Bosque, París, 5 de febrero de 1986

Burkina Faso se ubica en el límite entre el África subsahariana y el desierto más grande del mundo: el Sahara. Esa región de transición, conocida como Sahel, ha visto en las últimas décadas un proceso de cada vez mayor desertificación. Sobre todo a partir de una serie de extensas sequías que se dieron en la década de 1970.

Esta degradación de los suelos que los vuelve incultivables, se convirtió en una cuestión de vida o muerte para millones de campesinos y campesinas. Es por eso que cuando se produjo la “Revolución de agosto” de 1983 liderada por el capitán Thomas Sankara, la búsqueda de una solución a esta problemática pasó a ser en uno de los pilares del proceso junto al empoderamiento de las mujeres y el autoabastecimiento económico.

La protección del medioambiente devino política de Estado y fue abordada de manera profunda y revolucionaria.

Las tres luchas

El nuevo gobierno creó el Ministerio del Agua, que vino a complementar al de Medioambiente para así brindar estructura administrativa y política a un ambicioso plan de cuidado y desarrollo de los ecosistemas nacionales.

Se trató de “las tres luchas”, como las definió el líder de la revolución: la lucha contra la deforestación; contra la trashumancia no planificada, es decir en pos de la sedentarización del ganado que vagaba libremente por los campos y comía los brotes de la vegetación sin permitirle crecer; y contra la quema de bosques y la sabana.

En los primeros 15 meses de la revolución se sembraron 10 millones de árboles en todo el territorio burkinabé pero, sobre todo, en el norte donde el desierto avanzaba. La deforestación producida en esa región se daba, en gran medida, por la tala indiscriminada para usar la madera como combustible.

Un país pobre como Burkina Faso carecía de infraestructura y gas natural para calefaccionar los hogares y cocinar.

Consciente de esta situación Sankara impulsó una nueva organización y planificación de la producción y comercio de leña. Para poder talar y vender se debía tener un carnet expedido por el Estado y se debían respetar las zonas destinadas a esta práctica. Asimismo regía la obligación de reforestar los territorios afectados.

En la misma línea se trabajó en un amplio programa pedagógico desde la primera infancia. En las escuelas se plantaban árboles y se desarrollaban viveros para que niños y niñas aprendieran a cuidar la vegetación. Además se apuntó a un plan de construcción de hornillos económicos de fabricación casera que consumían menos madera.

Cartel propagandístico que instaba a la plantación de árboles en Burkina Faso

Por otra parte, el plan de viviendas sociales del gobierno revolucionario fue acompañado de políticas destinadas a la reforestación. Quienes accedían a una propiedad estaban obligados y obligadas a plantar un mínimo de árboles. De lo contrario perdían ese beneficio.

“Hoy día, cada aldea y cada pueblo burkinabé posee una arboleda, rehabilitándose así una tradición ancestral”, aseguró Sankara en su discurso ante la primera Conferencia por la Protección del Árbol y el Bosque, desarrollada en París, en febrero de 1986.

Asimismo la quema de bosques era sancionada con penas muy altas y con medidas reparatorias de reforestación a cargo de las y los condenados.

Hasta se volvió una costumbre y una práctica habitual regalar árboles en los eventos sociales: casamientos, cumpleaños, bautismos, etc.

La gran muralla verde

Thomas Sankara fue el pionero de un proyecto que, veinte años después de su muerte, fue retomado por distintas organizaciones medioambientales y hasta la propia Unión Africana: construir una barrera de árboles para frenar la desertificación.

En su plan por evitar el deterioro de los suelos, la revolución burkinabé planificó la construcción de una “muralla verde” de 15 kilómetros de ancho a lo largo de todo el territorio. La propuesta, además, era extender la iniciativa a todos los demás países ubicados en el Sahel, desde el Océano Atlántico hasta el Cuerno de África.

Este era uno de los puntos del primer Plan Quinquenal que nunca se pudo llevar a cabo por el asesinato de Sankara en 1987 y la contrarrevolución liderada desde ese momento por Blaise Compaoré.

De todas formas, ya entrados los 2000 los distintos Estados de la región retomaron la idea y desde hace una década se vienen recaudando fondos para plantar esta “muralla” de árboles contra el desierto.

El imperialismo es responsable

Pero además Sankara tenía muy claro que el deterioro del medioambiente que afectaba a los países periféricos no era culpa del accionar de sus pueblos. Es por eso que en la mencionada conferencia de París de 1986 propuso que se destinara “el 1% de las colosales sumas de dinero que se sacrifican en la búsqueda de la cohabitación con otros astros para financiar de forma compensatoria proyectos de lucha para salvar los árboles y la vida”.

“No perdemos la esperanza de que un diálogo con los marcianos pudiera resultar en la reconquista del Edén. Mientras tanto, terrícolas que somos, tenemos también el derecho de rehusar una opción que se limite a la simple alternativa entre infierno y purgatorio”, declaró con ironía.

“He venido ante ustedes para denunciar al hombre cuyo egoísmo es causa de la desgracia de su prójimo. El pillaje colonialista ha diezmado nuestros bosques sin la menor idea de reemplazarlos para nuestro porvenir”

Thomas Sankara, París, 5 de febrero de 1986

Además criticó la inutilidad de las campañas focalizadas y carentes de una visión integral. En ese sentido sostuvo que de poco servirían “las conciencias conmovidas, sinceras y loables de los múltiples foros e instituciones” en tanto “no haya dinero para perforar pozos de agua potable de unos 100 metros, ¡mientras que sobra para perforar pozos petroleros de tres mil metros!”.

“He venido ante ustedes para denunciar al hombre cuyo egoísmo es causa de la desgracia de su prójimo. El pillaje colonialista ha diezmado nuestros bosques sin la menor idea de reemplazarlos para nuestro porvenir”, sentenció.

Con palabras que anticiparon a las del propio Fidel Castro ocho años después en Río de Janeiro, el líder burkinabé aseguró: “No estamos contra el progreso, pero no deseamos que el progreso sea anárquico ni criminalmente negligente hacia los derechos de los demás”. “Queremos afirmar, por tanto, que la lucha contra la desertificación es una lucha para establecer un equilibrio entre el hombre, la naturaleza y la sociedad. Por esta razón es, sobre todo, una lucha política y no una fatalidad”, concluyó.

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