Batalla de Ideas

13 septiembre, 2019

Un mundo feliz

Desde que hay sociedades jerárquicas y desiguales existen discursos que predican la armonía social y la comunidad perfecta exenta de grietas y divisiones. Sin embargo la sociedad sin conflictos no es más que una ilusión reaccionaria. No es posible ni deseable.

Martín Ogando

@MartinOgando

COMPARTIR AHORA

Vivimos semanas de hipersensibilidad frente al conflicto y a la movilización de calle. Hace furor en medios de comunicación y en gran parte de la dirigencia política un gesto fóbico frente a cualquier atisbo de polémica, de confrontación de ideas y sobre todo de movilización popular. El acampe y las movilizaciones en reclamo de la Emergencia Alimentaria, la aparición de rostros y vestimentas “inadecuados” para algún shopping y hasta una opinión política de Juan Grabois en un Facebook Live (!!!) fueron algunas de las excusa que detonaron un pánico, que no por sobreactuado es menos preocupante.

La profunda crisis económica y la inestabilidad política de la Argentina post-PASO es sin duda el trasfondo que da sentido a semejante sensibilidad. La sensación es de equilibrios precarios y delicadísima transición, y por lo tanto nadie quiere hacer olas ni ser la mariposa que causa el tornado. Así,  el rechazo frente al conflicto de calle se ha hecho bastante extendido, aunque por motivos bien diversos.

El oficialismo repudia la movilización popular por ideología racista y elitista, al tiempo que sabe que su gobernabilidad es frágil y tolera mal cualquier impugnación. Sigue desplegando sus discursos de odio y estigmatización, sobre todo en boca de su provocadora a sueldo Patricia Bullrich, pero sabe que tiene poco margen para una represión de envergadura.

La oposición todavía debe coronar su triunfo electoral y luego tomar el timón de un barco dañado y a la deriva. Y hace rato que el camino elegido para ambos objetivos es el de una coalición amplia y plural con promesas de diálogo y conciliación. Causa pánico cualquier cosa que la saque del libreto y que ponga en jaque objetivos que parecen tan cercanos. Nada de grieta ni de crispación.

No se trata de señalar con el dedo o “correr por izquierda”. Frente a la necesidad acuciante de dejar en el pasado un experimento tan destructivo como el de Macri cualquiera puede excederse en prudente pensando que la mejor forma de firmar la descomunal ventaja de las PASO es acelerar el tiempo y congelar la acción. Aún si al final del camino nos damos cuenta de lo grueso del error.

Es cierto, entonces, que atravesamos un coyuntura particular, y que las luchas populares transitan desfiladeros delgados y pueden toparse con encrucijadas complejas. Sin embargo, el rechazo del conflicto social como algo indeseable tiene una larga historia que trasciende coyunturas y hasta, en cierto sentido, ideologías políticas. No nació ayer ni se terminará el 11 de diciembre, y por eso conviene estar avivado para enfrentarlo, siempre. 

Armonía, paz, concordia y coso

Desde que hay sociedades jerárquicas y desiguales existen discursos que predican la armonía social y la comunidad perfecta exenta de grietas y divisiones. Desde que existe el conflicto existe la aspiración de suprimirlo o evitarlo. La aspiración de una paz perpetua, de una sociedad sin confrontación de intereses, desgarramientos internos ni luchas es antigua y ha tenido diversas expresiones. Desde los más sofísticados sistemas filofóficos y teológicos, al más llano “los argentinos nos tenemos que unir”.

Este discurso tiene una notable vitalidad, retorna una y otro vez a la  política y evidentemente mantiene eficacia como dispositivo de intervención ideológica. Es lógico: en nuestro sentido común es preferible la paz que la guerra, la armonía que el conflicto, la unidad que la división. Es más que evidente que electoralmente esto garpa. A nadie jamás se le ocurriría hacer campaña diciendo “vengo a dividir a los argentinos” o “vamos a profundizar la grieta”.

Nos ponemos antipáticos: la sociedad sin conflictos ni divisiones no es más que una ilusión reaccionaria. No es posible ni deseable. Es una ilusión porque la convivencia en sociedad siempre supone conflictos, luchas, intereses contrapuestos. En una sociedad donde unos pocos tienen todo y la mayoría apenas sobrevive sobran motivos evidentes para los malestares y disputas.

Sin embargo, nos ponemos antipáticos: la sociedad sin conflictos ni divisiones no es más que una ilusión reaccionaria. No es posible ni deseable. Es una ilusión porque la convivencia en sociedad siempre supone conflictos, luchas, intereses contrapuestos. En una sociedad donde unos pocos tienen todo y la mayoría apenas sobrevive sobran motivos evidentes para los malestares y disputas. Pero, lejos de la visión idílica de algún marxismo, si algún día esas injusticias son erradicadas los ejes de la contradicción se desplazarán, no desaparecerán.

Esta ilusión es reaccionaria porque sin conflicto no hay cambio. La historia de la humanidad es la historia de luchas, a veces incluso violentas. El conflicto no es un problema a evitar, sino que es la forma en la que nuestras sociedades viven y avanzan. Cada uno de los derechos de los que hoy gozamos tienen una genealogía de luchas detrás. El derecho al sufragio, los derechos políticos y civiles para las mujeres, la jornada de 8 horas o el divorcio vincular fueron luchas que “dividieron a los argentinos”, luchas a veces violentas. Pero también los privilegios de los que goza una minoría tienen ese origen manchado de imposición y guerra: ¿O cómo piensan que las familias patricias argentinas se hicieron de grandes extensiones de tierra? ¿Con un boleto de compra – venta? Las naciones que conocemos surgieron de la guerra y la revolución. Peor aún, en muchos casos surgieron del exterminio de poblaciones enteras. Pueblos que hasta el día de hoy luchan por su reconocimiento y reivindicación.  Así fue y así será. Aunque los métodos, les protagonistas, los objetivos y aspiraciones cambian hay algo que permanece: el conflicto.

Sin embargo, en la medida que esas luchas se convierten en Estado, en poder, se da un movimiento muy paradójico: el orden siempre oculta las raíces conflictivas y rebeldes que lo parieron. Es muy propio de todo movimiento político ocultar biográficamente sus marcas de nacimiento, que por lo general han tenido que ver con el conflicto, con la lucha incluso con la violencia. O reivindicar de manera estetizadas esas confrontaciones, ubicadas allá lejos y hace tiempo, y justificadas por contextos “muy diferentes”. El derecho a la desobediencia que en su momentos se ejerció les es negado a los contrincantes del presente. Esa lógica es también parte de la lucha y del poder, y no puede ser suprimida.

Los miserables

No importa que se esté a favor o en contra del conflicto, la cuestión es que existe y existirá y la peor manera de lidiar con él es intentar suprimirlo. Llevada hasta sus últimas consecuencias, la ilusión de la armonía y la unidad termina en miradas autoritarias, excluyentes y represivas. El mundo feliz de paz y armonía se convierte siempre en una distópica sociedad de discurso único y opresión, como en la novela de Aldous Huxley que le da título a estas líneas.

Pero sin ir tan lejos, la defensa de la paz que se merecen “los ciudadanos de bien”, tiene efectos concretos e inmediatos: la estigmatización, persecución y represión de aquellos y aquellas que trastocan su tranquilidad. La supresión del conflicto demanda la eliminación del conflictivo, o al menos su marginación. Y así, los amantes fanáticos de la paz matan en su nombre, y los enemigos de la grieta linchan y hostigan en nombre del fin de las confrontaciones.

La supresión del conflicto demanda la eliminación del conflictivo, o al menos su marginación. Y así, los amantes fanáticos de la paz matan en su nombre, y los enemigos de la grieta linchan y hostigan en nombre del fin de las confrontaciones.

Les conflictives pasan a estar fuera de la sociedad. No es “la gente”, sino una categoría de inferior valor, sea por su maldad congénita o por su ignorancia que lo pone en disponibilidad de manipulaciones exógenas. Está fuera de la sociedad. Indios, anarquistas, chusma yrigoyenista, mujeres, comunistas, maricas, cabecitas negras, terroristas, piqueteros, ñoquis, planeros y la lista sigue.

En esta reflexión no hay alabanzas al caos o el conflicto perpetuo en su máxima intensidad y expresión. Así como el conflicto es inevitable siempre existe un orden. El orden no presupone la eliminación del conflicto, sino una determinada manera de procesarlo. Esta pueda ser más autoritaria, más democrática, más institucionalizada o más constituyente y multitudinaria.

Tampoco se desconocen las variaciones de la coyuntura, los climas epocales y las relaciones de fuerzas. Una sociedad que viva en el paroxismo permanente, donde todos los conflictos escalan al máximo de su intensidad posible es una entidad al borde de la disolución y la guerra civil. Las comunidades, con sabiduría, le escapan a este tipo de suicidios colectivos. Cada gran revolución de la historia de la humanidad ha estado luego acompañada por procesos de estabilización, descenso de la actividad de las masas y ensayos para la construcción un nuevo orden. Lo que ese orden debe evitar es toda vocación de engañosa perfección y clausura del antagonismo.

Los conflictos que vendrán

Lo dicho no pretende impugnar tal o cual declaración política, o reivindicar lo acertado de determinada acción directa. Esas son valoraciones políticas que obviamente acarrean polémicas y miradas contrapuestas. De eso se trata. Esta reflexión no pretende dictaminar sobre la coyuntura, sino apenas aportar una voz disonante sobre un tema que parece estar haciendo furor, seguramente urgido por las circunstancias, en nuestro propio campo político: el rol de los consensos y los conflictos en la construcción de una sociedad mejor.

Digo de nuestro propio campo político, porque sabemos de la pulsión represiva del actual gobierno, del sentido común reaccionario propalado por los grandes medios, y jamás esperaría que la Sociedad Rural esté a favor de discutir la reforma agraria. Todo eso se da por supuesto, todo eso es parte de lo motivos de la lucha. Pero Alberto Fernández, muy probablemente, va a ser presidente y el Frente de Todes estará en el gobierno. Eso obliga a pensar en perspectiva, y a plantear aquí y ahora una afirmación: la forma en que el futuro gobierno se vincule con la protesta, con la sociedad organizada y, sobre todo, con los reclamos de les más desfavorecides, dirá casi todo sobre su carácter y perspectiva.

Alberto Fernández ha sugerido que evitemos “estar en la calles”, ya que eso puede provocar “confrontación y violencia”. También ha reivindicado la causa justa que mueve a la protesta de los movimientos sociales y defendido el derecho de Grabois a hablar de reforma agraria o de lo que quiera. Son señales diversas, parcialmente contradictorias, que habrá que ver cómo se despliegan una vez en el gobierno.

En nuestro caso nos guía la reflexión de Álvaro García Linera, que aún desde la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia sigue reivindicando a la contradicción y a la lucha como motores sustanciales de cualquier proceso de transformación favorable a la mayorías populares.    

El problema de fondo no es la táctica ni el sentido de la oportunidad. Todo eso es discutible. El problemón es creerse de verdad la utopía de la armonía social perpetua en una sociedad profundamente desigual y excluyente. Donde la tranquilidad es muchas veces la de aquellos que concentran los recursos, y eventualmente la del poder político que necesita de ella para gestionar, pero tiene como contracara la incertidumbre, la injusticia y humillación de millones de seres humanos que no tienen acceso a nada o casi nada. Siendo así, en esta sociedad del hambre y la exclusión, bienvenido sea el conflicto, bienvenido sea el reclamo y el derecho a la rebelión. Sin ella no hay ni justicia ni paz posible.

Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.

Aportá a Batalla de Ideas