Batalla de Ideas

12 septiembre, 2019

Modelo para armar: Izquierda Popular y tareas para cambiar la Argentina

Es un momento necesario para reflexionar sobre algunas ideas fuerza que definen a nuestro espacio político, que nos dan identidad más allá o más de acá del nombre de izquierda popular.

Diego Motto

@MottoDiego

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Nos encaminemos a un cambio de signo político en la Argentina. Múltiples variables confluyeron para dar vida a un espacio político novedoso en nuestro país, comandado por un “tapado” como Alberto Fernández, aunando sectores de una enorme heterogeneidad a su interior.

Estamos lejos de entender al próximo gobierno como aquel que conducirá de manera automática al paraíso a quienes vivimos de un trabajo. Más bien lo entendemos como un gobierno de varios proyectos, en el que la cultura política popular deberá ensayar esto de gestionar productivamente una coalición.

Es un momento necesario, entonces, para reflexionar sobre algunas ideas fuerza que definen a nuestro espacio político, que nos dan identidad más allá o más de acá del nombre de izquierda popular.

Entendemos que la izquierda popular no nacerá a fuerza de machacar su nombre. Tampoco por el crecimiento o masificación de una o un conjunto de organizaciones. Tendrá existencia si logra conformar una estrategia (y una acumulación de fuerzas) que permita acercar el horizonte emancipatorio, operando productivamente sobre los eslabones débiles del campo popular argentino.  

Es decir, si le es útil como herramienta novedosa a quienes no se resignan a un mundo injusto, y dedican tiempo, creatividad y energía para transformarlo.

1. La Izquierda Popular existe más allá de nosotres. Los pueblos llevan un mundo nuevo en sus corazones

Porque somos materialistas, pensamos que para existir como espacio, es necesario identificar a la Izquierda Popular como parte de un ecosistema realmente existente, por fuera de las organizaciones que nos autodenominamos como tales. 

Es decir, entendemos de crucial importancia respondernos las siguientes preguntas: ¿Hay algo en la realidad que justifica la necesidad de un espacio político nuevo? ¿O es sólo el narcicismo de las pequeñas diferencias de una parte de la generación del 2001, que por no saldar las cuentas con su propia historia no quiere asumirse dentro de alguna de las diversas tradiciones políticas populares argentinas ya existentes?

Pensamos que en la Argentina de esta etapa, hay tierra fértil para sembrar el proyecto de la Izquierda Popular, que no estamos proponiendo arar en el desierto, ni repitiendo intentos que empiezan y terminan como patrullas perdidas. ¿Qué nos hace pensar que es posible cosechar brotes verdes y futuro emancipado con este proyecto?

Entendemos que en Argentina hay una extensa cultura igualitarista, que no tiene una única ni homogénea identidad política que la exprese. Además de la tradición peronista progre, y de la más modesta identidad trotskista, hay una porción considerable de la población que vive su cotidianeidad con los moldes de una cultura igualitarista, pero no se encuentra cabalmente representada por ninguna identidad política del campo popular. Entendemos que ese hiato es de masas y no de nicho. La tarea de la izquierda popular es interpelar a esos sectores para conformar un nuevo espacio político, a partir de proponerles una serie de ideas fuerza, una serie de prácticas, y una particular estrategia de poder.

Entendemos por “cultura igualitarista” a la gran cantidad de tradiciones, folklores, rutinas, zonas prácticas del sentido común, elementos de la cultura popular, con marcados rasgos de izquierda, si le atribuimos a izquierda y derecha los valores asociados a esas categorías en el marco de la Revolución Francesa, que anidan en el pueblo argentino. 

Esto no quiere decir que idealicemos las prácticas y tradiciones populares; un rasgo común a todas ellas es que son asistemáticas, incluso “contradictorias”, si les pedimos que se comporten de acuerdo a la lógica cartesiana. Lo que sí decimos es que hay en las tradiciones populares argentinas, marcadísimos rasgos de fuerte contenido igualitarista, de rebeldía frente a los privilegios, de comunitarismo, de estatismo en un sentido progresista, etc. 

Definir que una porción importante de la población que desarrolla su vida con una concepción igualitarista puede asumir como identidad política la de la Izquierda Popular, puede ser considerado una acción arbitraria. Es decir, la atribución innecesaria de un concepto a elementos que existían previamente sin necesitarlo. El planteo sin dudas tiene un momento de verdad. Al mismo tiempo, estamos convencides que la Izquierda Popular puede ser un espacio político relevante en la actual coyuntura en un país como Argentina, dado que existe más allá de nuestra voluntad un universo de prácticas, valores y concepciones que le generan a un conjunto de ideas, un ecosistema masificable. No hay práctica política que surja de la nada misma, por lo tanto tampoco hay práctica política con vocación de poder que no anuncie su arribo a la escena pública a partir de renombrar y/o resignificar realidades preexistentes articuladas en un nuevo horizonte. 

No hay posibilidad de que la Izquierda Popular opere como espacio político con incidencia en la disputa por la hegemonía, si no existen al mismo tiempo una cantidad de prácticas activas de cultura igualitarista como parte de la vida general de la sociedad. Asimismo, una densidad considerable de prácticas asimilables a la cultura igualitarista en distintos ámbitos de la vida social, no condenan al éxito a cualquier intento por construir un vector de Izquierda Popular que opere de manera significativa en el sistema político en una coyuntura y un contexto determinados.

Mientras esos núcleos de buen sentido estén activos en el marco de una formación social, hay posibilidades de construir un espacio político con vocación hegemónica; pero esto último es parte de una tarea que tiene especificidades y materialidades propias.

Las tradiciones posibles de ser consideradas como parte de una cultura igualitarista en el marco de una formación social dada, si no se condensan en cosmovisiones más amplias, potentes e integrales, pueden con el tiempo perder potencia, residualizarse, metabolizarse en lógicas funcionales a los dispositivos de la hegemonía dominante, desaparecer.

Para potenciar los núcleos de buen sentido de la actual cultura igualitarista, entendemos necesario el impulso en el sistema político argentino de una fuerza que abra un espacio (o abrir un espacio a partir del trabajo de una o más fuerzas) cuya principal tarea consista en disputar la identidad política de la mayor parte posible del pueblo que se considere parte de esa cultura, proponiendo y construyendo en ida y vuelta una ética militante articulada a una cosmovisión, un proyecto programático, una ubicación particular en el sistema político y una estrategia de poder. 

Las identidades políticas y partidarias pre existentes enriquecen este proyecto, que no se propone competir o suplantar, sino redirigir los horizontes y las metas hacia una actualización político y organizativa del campo popular en Argentina. Es decir, toda procedencia enriquece, mientras se comparta lo que hay que hacer hacia el futuro.

2. América Latina es el reservorio más grande del mundo de tradiciones emancipatorias posibles de ser consideradas de izquierda popular

Los fantasmas de los muertos que aprietan la cabeza de los vivos ante cada coyuntura despliegan, mezcladas, el sudor y la experiencia concreta de las incontables intentonas emancipatorias sucedidas en el continente desde los inicios de la conquista. Ese acumulado está latente como sedimento, compone cosmovisiones, palpita activamente. 

Esta característica coloca a América Latina como el reservorio de imaginería de izquierda popular más potente del mundo. En la región, este reservorio se combina con los aportes de los procesos de rebeldía frente al “fin de la historia” más interesantes y productivos del siglo XXI. En Argentina, además, con la memoria corta del proceso kirchnerista, y con la memoria larga del Estado de bienestar presente, otorgando a la práctica política emancipatoria nacional, condiciones favorables extraordinarias.

Caracterizar a la Argentina desde una mirada de izquierda popular es fundamental. El ejercicio resulta necesario para extraer los nudos problemáticos que explican las tareas que deben volver específico el campo de acción de este espacio político en Argentina. Es una tarea política y teórica. Para llevarla adelante con éxito, resulta necesario construir una lectura de la historia y la actualidad del país anclada en sus fenómenos y particularidades más salientes (es decir vulgarizable, entendible, apropiable más allá de la academia) al mismo tiempo que específica (es decir en debate con otras lecturas y respuestas propias del campo popular vernáculo). 

Para construir una organización y un espacio político que logre representar y articular las expresiones y tradiciones de la cultura igualitarista existentes en tanto núcleos de buen sentido, resulta necesario plantear un “¿Qué hacer?” que de respuestas singulares a lo que (propondremos) son los principales cuellos de botella del movimiento popular argentino en la actualidad. Definir la demanda en este plano es tan importante como dar sentido a una respuesta que abra posibilidades emancipatorias.

Entendemos que son tres los grandes temas: el proyecto de país; las características del movimiento popular y el sistema político en términos de fortalezas y debilidades; ser capaces de asociar nuevamente las ideas fuerza de la izquierda y el campo popular con el futuro, con la vida de las mayorías en el siglo XXI.

El punto de partida político y teórico, pasa por la certeza de que con lo existente no alcanza; mejor dicho, hay problemas de perspectiva política que no se resuelven con más militancia, más locales o más asesores de marketing en la política popular Argentina. Si no construimos un nuevo enfoque (y por lo tanto adecuamos tareas y estrategias a esa perspectiva) el campo popular va a perder potencia. 

En este punto las necesidades de la izquierda popular y de los sectores populares en general, son convergentes.

3. Argentina está atascada entre país bananero y potencia regional

En términos económicos, hay que caracterizar a la Argentina como un país que desde 1930 a la actualidad no ha logrado darle estabilidad de mediano plazo a una única matriz de acumulación económica. De hecho, es una matriz de dos caras, cuya mediación es el Estado Nación. 

El esquema es el de un triángulo, cuyo punto cúlmine es el Estado. En un vértice, el circuito de producción y consumo mercado-internista es crucial para sostener niveles de empleo (las Pymes significan alrededor del 80% del empleo de producción). Este circuito no es autosuficiente, ni competitivo sin barreras aduaneras y activas políticas de subsidio: requiere de dólares que no genera para comprar insumos y bienes de capital. Por lo que, además, a más consumo interno existe en el país, más dólares (que no produce) necesita.

Del otro lado de la figura geométrica, el complejo exportador de materias primas con poco más o poco menos valor agregado. Principalmente el agro, pero también la minería y los combustibles, con ventajas comparativas importantes a nivel mundial. Este circuito exporta, por lo que produce dólares propios, pero durante décadas no ha logrado deshacerse de lo que le significa aportar una porción de su ganancia para darle dinamismo al mercado interno, condición que ha sido en la historia del siglo XX necesaria para que exista estabilidad institucional y seguridad jurídica para sus ganancias. 

El dinámico mercado interno argentino necesita de lo que resigna el sector exportador, y el sector exportador se somete al pago debido al temor a la desestabilización popular que ha incorporado como elemento de lectura invariable en su percepción de lo nacional. Otros importantes núcleos económicos, como el financiero y el de empresas extranjeras de servicios públicos, comparten ubicación, necesidades y ansias con este sector exportador. 

En este esquema, el Estado Nación cumple dos funciones necesarias. Es el dosificador del traspaso de divisas del sector sustentable al no sustentable, de acuerdo a variables de orden más políticas que económicas. Pero además, es el actor que cumple el costado positivo que cierta teoría económica le asigna a la burguesía nacional, rol que muchas veces ha intentado dejar en manos del empresariado vernáculo, nunca con siquiera algo de éxito. Esta segunda función ha generado las condiciones para que, en el imaginario popular, mercado interno y desarrollo nacional, estén fuertemente ligados a la idea de inversión pública.

Cada una de estas dos matrices de acumulación han tenido, desde 1930 hasta el presente, momentos de mayor y menor fortaleza económica, como también mayor o menor influencia y espacio al interior de la estructura del Estado. También han tenido cambios muy significativos en su estructura y morfología a partir de modernizaciones de esquemas productivos, acoplamiento a esquemas internacionales, etc. Es decir, ni “la industria nacional” actual es la misma que la del primer peronismo; ni “el campo” mantiene esquemas de producción asimilables a los de hace 50, 30 o incluso 20 años.  

Lo invariable es la situación inestable de una economía que necesita un mercado interno muy dinámico para construir legitimidad y estabilidad política, pero que para lograr los dólares necesarios para garantizar ese esquema depende de lo que el Estado pueda recaudar de un sector con el que tiene un vínculo de exterioridad y desacople muy alto. Es más común encontrarse con países muy desiguales, donde el sector que exporta no tiene que resignar tasas de ganancia para subsidiar a otros sectores de la sociedad, que como no reclaman, viven en condiciones sociales muy negativas sin conflicto; o con países de pujante mercado interno porque han logrado encadenar varios eslabonamientos productivos completos, por lo que el aumento del consumo interno no impacta negativamente sobre variables macroeconómicas clave (déficits, balanza comercial, etc). En general, países de este último tipo son considerados potencias regionales. 

El macrismo expresó el sueño dorado de quienes ya no quieren entregar más divisas para el dinamismo del mercado interno, movilizados por el objetivo de retener más dinero, sin mucho prejuicio sobre el modelo de país al que conduce una matriz económica reprimarizante. De eso se trata, de hecho, “el cambio” que propusieron. 

Los períodos de keynesianismo y economía planificada (fundamentalmente los primeros peronismos y el kirchnerismo, pero no sólo) lograron sentar algunas bases materiales y simbólicas que permiten imaginar una matriz económica que articule a futuro sectores exportadores de materias primas con producción sustentable, y cadenas de valor agregado anexas con más incidencia de moneda, tecnología, circuitos económicos endógenos-regionales. 

Está claro, darle desarrollo a esa utopía de Argentina potencia regional significa dirigir la mira varios cercos más allá del modelo de capitalismo con inclusión que llevó adelante el kirchnerismo. Al mismo tiempo, no hay posibilidades de escapar a los desgastes y crisis que traen aparejados los desarrollismos si no se enfrentan y se superan al menos algunos de los nudos principales de la dependencia. 

El debate económico que mejor ubica esta tensión tiene que ver con “soberanía vs subordinación”, más que “consumo vs ajuste”. Si bien son variables cercanas, en algunos puntos articuladas, políticas que favorezcan la ampliación y masificación del consumo a sectores medios y populares, si al mismo tiempo no implementan políticas que enfrenten y desguacen los principales nudos de la subordinación económica a la que está sometido el país, genera cuellos de botella y desgastes de restricción externa, stop and go varias veces vividos, que favorecen las chances de los sectores conservadores para reconquistar lugares de poder en el Estado. De la misma manera, es difícil pensar que un proyecto que pugne por ampliar los márgenes de soberanía económica no se tope con conflictos y se vea sometido a coyunturas en las que no quede otra que atravesar momentos de austeridad y menor nivel de consumo interno, o al menos poco insumo dolarizado. Preparar políticamente a las mayorías para ese tipo de escenarios, resulta clave para una perspectiva emancipatoria.

Queremos más consumo, más dignidad y buena calidad de vida. Sabemos que no hay chance de darle estabilidad a ese proyecto sin un plan de soberanía económica que rompa con la subordinación a la que nos someten las grandes corporaciones. No hay posibilidad de dinamizar en términos de mediano plazo el mercado interno sin enfrentar y desarmar los nudos de la dependencia. Esos conflictos, hay que saberlos, no se van a resolver de manera sencilla ni amigable, y podrán producir momentos de crisis y vacas flacas.

Los sectores que ansiamos construir una Argentina potencia regional estamos en déficit en cuanto a imaginar el modelo de desarrollo integral, articulado, que permitiría lograr ese objetivo. Hay que reconocer que nos moviliza y conmueve más “no perder lo que queda en pie de eso que pudo haber sido” que los eslabones constructivos de un plan estratégico a desarrollar.

4. Movimiento popular, dictadura militar, sistema político, generación 2001

Argentina es envidia para mucha gente de otros países que ansía un mundo más justo, y asocia esa justicia a la participación y la creatividad popular, más que al frío acceso a derechos tan propio de los países escandinavos. Sin entrar en detalles, esto tiene que ver con el altísimo nivel de dinamismo que habita en el movimiento popular de nuestro país: vanguardia a nivel mundial en cuanto al empoderamiento de las mujeres, un umbral de aceptación bajo frente a medidas o acciones que atentan contra derechos sociales y políticos conquistados, movimientos sociales de gran creatividad y potencia, un pacto democrático a la salida de la última dictadura de los más avanzados y “justos” del mundo, un poder de fuego de los sindicatos poco visto a esta altura del siglo XXI.

Resulta llamativo que el país de América Latina con mayor nivel de dinamismo en su movimiento popular revista, al mismo tiempo, expresiones populares en el sistema político, para decirlo de manera decorosa, para nada admiradas internacionalmente.

¿Cómo se explica esta situación? ¿Es que les argentines somos muy combatives y pasionales ante las injusticias, pero esas mismas características nos juegan en contra al momento de construir alternativas populares que disputen la hegemonía y el control del Estado? 

Un desarrollo más preciso excede los objetivos de este material. A modo de hipótesis muy sintética, entendemos que en Argentina la tradición de organización popular ha sido muy densa y no ha sufrido “rupturas gruesas de eslabonamiento” (en términos de Rodolfo Walsh) durante el siglo XX y XXI, mientras que en el subconjunto de las conducciones o vanguardia del movimiento popular argentino, la última dictadura militar significó una ruptura gruesa. Esa generación faltante es el principal elemento explicativo para entender el desfase entre movimiento popular y expresiones populares en el sistema político argentino de 1983 a esta parte.

El siglo XX fue, para amplias franjas de los sectores populares, un proceso de empoderamiento que no sufrió derrotas contundentes. No es el objetivo del presente escrito, pero cabría ligar el cordón que va desde las revoluciones burguesas de principios del siglo XIX, lo lento del amansamiento de ese proceso (recién hacia 1880), el impacto del flujo migratorio sobre ese río revuelto, el trabajo político de anarquistas y socialistas, las luchas por los derechos democráticos, la industrialización temprana y el peronismo en auge, la resistencia peronista, el impacto que sobre ese mar de fondo tuvo la Revolución Cubana y las izquierdas heterodoxas, la resistencia frente a la dictadura, frente al neoliberalismo, etc. Ese constructo de experiencias produjeron a nivel de masas una “estructura del sentimiento” (en términos de Williams) progresiva, que se ha ampliado o achicado a lo largo de la historia, pero cuyos principales elementos siguen activos, ya que no pudieron ser anulados por la última dictadura militar, ni por la caída del Muro de Berlín. 

El dato más significativo de esta afirmación, tiene que ver con lo breve de la bonanza neoliberal en Argentina, más breve aún si se tiene en cuenta el volumen y la escala de la maquinaria usada por las fuerzas represivas del Estado desde 1976 a 1983, y el contexto internacional de los ´80 y ´90. De 1983 a 2001 hay sólo 18 años, a 1993 (el “Santiagazo”) sólo 10. Nada, en términos históricos. No es que rápidamente se regeneró el entramado popular. Explica lo veloz de la respuesta popular, que en el plano de los núcleos de buen sentido hay una frondosa capa de cosmovisiones que no lograron ser del todo reseteadas. 

El alza del ciclo de luchas de fines de los ´90 y la agenda del kirchnerismo que transformó en política de Estado y/o relato propio algunos de sus elementos, fortalecieron el eslabonamiento de ideas fuerza de esa estructura del sentimiento previa, que da sustento, sustrato y por lo tanto permite que germinen y florezcan las iniciativas dinámicas y progresivas en el seno de una porción significativa de la sociedad civil que tiene sintonía, que conecta positivamente con esa estructura.

Sin embargo, los ejecutores y planificadores de la última dictadura obtuvieron victorias en otros planos. Durante aquellos años las principales organizaciones populares perdieron a sus mejores cuadras, cuadros y militantes. La experiencia acumulada de una etapa donde la organización popular tuvo capacidades muy significativas se fue con ellas y ellos, y una orfandad y fragilidad objetiva se adueñó del resto. Es decir: el activo político, la “vanguardia” del campo popular sí sufrió una derrota categórica en la última dictadura. 

A la cantidad y calidad de bajas que tuvo el campo popular, se le suma que la lógica de la derrota impregnó en la mayoría de las y los cuadros que trabajaron en la construcción de alternativas populares desde 1983. La “lógica del sobreviviente” capturó buena parte de las decisiones y energías de armado y apuesta durante esos años, aportando al fracaso, la claudicación, la asimilación y/o la ruptura de buena parte de las expresiones que intentaron representar con identidades políticas actualizadas la estructura del sentimiento progresiva activa en porciones significativas de la sociedad.  

El contexto internacional, con la caída del Muro de Berlín y el auge de la globalización neoliberal como estadío último y final de la historia, obviamente no fue viento de cola favorable para apuestas políticas progresivas. Sin embargo, no es casual que lo más interesante que se produjo en Argentina durante esos años en términos de estructura organizativa nacional fue el armado de la CTA, y en países vecinos, con menos bajas durante sus dictaduras, pero también con menos densidad de tradición de organización, los sectores del campo popular lograron poner en pie organizaciones políticas más integrales que, con sus más y sus menos, actualizaron las expresiones progresistas y de izquierda en el sistema político (PT en Brasil, Frente Amplio en Uruguay, etc). 

Es decir, entendemos que el campo popular argentino no ha logrado, desde el regreso de la democracia, construir una organización o espacio político con capacidad de representar lo mejor de su movimiento popular, fundamentalmente por la debilidad política en la que quedó su vanguardia a la salida de la última dictadura. 

Entendemos esperable, entonces, que en Argentina exista un movimiento popular muy fuerte, creativo y extendido; y expresiones políticas del campo popular en el sistema político muy por debajo de esa medida. 

El kirchnerismo, entendido como comando específico al interior de la estructura del PJ, aprovechó la necesidad de renovación que operó en ese espacio tras la crisis del 2001, y tuvo la oportunidad para actualizar el sistema político en 2007, a partir de la idea fuerza de la Transversalidad, pero un conjunto de elementos (su concepción del Estado y del sistema político, las características de CFK como armadora, etc.) malogró ese intento (¡¡Cobos!!), generando luego la estrategia de actualizar el sistema político refundando en clave progre la identidad del PJ a partir de organizaciones como La Cámpora, el espacio de Unidos y Organizados, etc. La postulación en el 2015 de Scioli demuestra lo magro o parcial de ese intento. 

Los resultados electorales de la provincia de Buenos Aires y a nivel nacional de 2015 y 2017, con sendas derrotas del PJ a manos de una fuerza de derechas que se ubicó como renovación política, dan cuenta de dos fenómenos. Por un lado, que el PJ ha dejado de funcionar como la única identidad política mayoritaria de los sectores medios y bajos de la sociedad argentina; y por otro lado, lo activo y transversal de la demanda de renovación política, asumida de manera más o menos consciente por una porción importante de la sociedad, como deuda pendiente que dejó la última dictadura. En una sociedad civil tan permeable a movilizarse por demandas que van más allá de lo económico, es lógico y además esperable, que los armados políticos sean analizados por su capacidad en la gestión económica, pero también por sus características de construcción políticas.

En Argentina, la vinculación entre el movimiento popular y las políticas de Estado es muy significativa. Por lo tanto, sí importa lo que haga el Estado desde sus resortes e instrumentos específicos, para entender las posibilidades de desarrollo y la composición del movimiento popular en un mediano plazo. Es posible que un Estado dirigido por sectores neoliberales pueda propiciar una derrota a las clases populares también en el plano de la estructura del sentimiento, achicando de manera muy relevante la base de sustentación y la capacidad de construir legitimidad para los movimientos populares. Es una opción que nos acostumbren a vivir para el orto. La mayoría del mundo, además, funciona como ejemplo a su favor.

En términos históricos, la generación del 2001 es la primera no permeada de manera directa por la última dictadura. Nuestra generación no vivió la dictadura en tanto herida directa. Somos la generación de la orfandad, no la de les sobrevivientes. Nuestra generación no tiene ya la excusa de la dictadura para no encarar la tarea urgente de actualizar el sistema político desde el punto de vista de la construcción popular. En algún momento hay que empezar.

En este plano, hay que reconocer que la Izquierda Popular corre con desventaja y se enfrenta a un desafío mayúsculo. Las corrientes políticas mayoritarias del movimiento popular tienen identidades lo suficientemente rígidas como para no hacerse eco de la demanda de renovación política que existe en la sociedad. Obviando las distancias de escala, tanto el trotskismo como el peronismo no van a trabajar en función de ese objetivo. 

Si la Izquierda Popular no se propone dar el debate hacia el conjunto de las fuerzas políticas, y hacia la sociedad en general, partiendo de la tesis de que “no importa de dónde venís, si no el objetivo político a futuro” sobre la necesidad de actualizar el sistema político por el lado de la izquierda y el progresismo, para ser capaz de representar y capitalizar esa demanda, el movimiento popular corre el riesgo de entregar por varios años el control del aparato del Estado a fuerzas neoliberales, o de mínima correr con esa desventaja ante cada elección. 

Está claro que esta tarea no se va a desarrollar sin nosotres como actores protagónicos. Al mismo tiempo, está claro que esta tarea no se va a desarrollar con nosotres en el rol de únicxs actores. La política nunca se desarrolla en el vacío, y no hay peor error que el de actuar como si la historia arrancara con nuestro arribo, o de espaldas a una frondosa tradición popular, o a liderazgos existentes. 

Entonces, la ubicación de la Izquierda Popular en la presente etapa se estructura a partir de la construcción, la polémica y la unidad de acción con otros espacios del campo popular. Sin aportar en frentes comunes con otros espacios, nuestra ubicación será la del nicho de les lúcides, la del café de les incomprendides; sin polemizar ni construir desde una impronta propia, la necesaria tarea de forjar un espacio político que intente modernizar o actualizar las voluntades y expectativas igualitaristas que anidan en amplias franjas de nuestro pueblo, dormirá el sueño de les justes, sin ser desarrollada por los espacios hoy dominantes del campo popular.

5. La vida es un tango si mirás de frente al pasado

Los procesos mundiales que han combinado Estados de Bienestar generosos en términos de derechos sociales, con procesos de relativo empoderamiento popular y/o ampliación de derechos civiles, son aquellos que también logran articular lucha política por izquierda ante cada crisis social que produce un modelo de ajuste neoliberal. Podemos analizar, en este caso, la diferencia entre España, Francia y Argentina por un lado, con EE.UU., Italia y Alemania por otro, en donde las crisis sociales activan masivamente fibras  más reaccionarias.

Más allá de esta hipótesis a explorar, que puede ser un detalle, lo relevante es que la memoria del Estado de Bienestar puede ser nexo y link fundamental para procesos de empoderamiento popular con una agenda progresiva. En el caso de la Argentina esto es absolutamente evidente. Sin embargo, es un error político convertir necesarios puntos de partida, en la utopía a alcanzar en el momento futuro de la victoria política. Es decir, resulta fundamental no confundir las ideas fuerza que en la memoria colectiva le dan potencia de masas a reivindicaciones populares, con las características salientes de un proyecto a construir, acorde y posible en el siglo XXI. 

El Estado de Bienestar como estadío del capitalismo en pleno siglo XXI no es una posibilidad a considerar. Si el debate que proponen las fuerzas de izquierda o progresistas tiene que ver con keynesianismo vs neoliberalismo, estamos perdidos. Ese modelo fue construido para determinados objetivos específicos en un momento muy particular de la historia; pensar que es aplicable en cualquier lugar y cualquier tiempo no es una opción sustentable para un país como Argentina.

Al mismo tiempo, el capitalismo de la segunda mitad del siglo XX tenía determinadas características que no existen más. No sólo la producción, el metabolismo social en general de aquel momento es una pieza de museo. Criticar el capitalismo actual por lo que no es con respecto al del período 1945 -1973 es tan equivocado, como rastrear en aquel momento los hilos de los cuales tirar para imaginar un futuro más justo. 

La Izquierda Popular debe proponer un futuro pensable desde las posibilidades que abre este presente del capitalismo a nivel global. Para eso hay que eliminar la naftalina, comprender que hay elementos positivos y potentes surgidos en el siglo XXI, que cada movimiento particular del capitalismo abre posibilidades y propone desafíos para el surgimiento de nuevas formas de organización y de imaginería emancipatoria. No es un imperativo estético estar a la moda; constituye un ejercicio obligatorio si nos proponemos tener éxito en representar las aspiraciones actuales de las mayorías populares. Es hablar en el idioma de la calle. 

Entendemos necesario hacer el ejercicio político de traducir al siglo XXI y en términos concretos la idea fuerza de Patria Socialista. Esto significa una serie de problemas a trabajar, de los que a modo muy genérico ponemos como ejemplo:

– Relación Estado, movimientos populares y sujetos sociales.

– Feminismo, subjetividades disidentes, relaciones sociales e interpersonales no opresivas entre distintxs. 

– Matriz productiva, articulación regional, encuadre multipolar, cadenas de valor agregado, relaciones sociales de producción y formas de contratación y de trabajo masificables.

– Andamiaje de las instituciones disciplinarias (enormes en Argentina, además) ¿Qué tomar de ellas como algo-todavía-útil? ¿Qué significa actualizarlas? 

– Inclusión política protagónica, subjetividad post o alter consumista.

En cada época se tensan modelos, cada época constituye su propio campo de batalla política, su propia “constelación”. Fidel en su momento lo caracterizó fino: “Es la primera vez en la historia que la humanidad tiene capacidad ociosa”. El desarrollo de las fuerzas productivas que se desató a partir de los avances tecnológicos, pero sobre todo a partir de la inclusión de “Oriente” al mercado global, y las nuevas relaciones sociales de producción que de allí surgieron, marca la cancha completa en la que es necesario construir los antagonismos del momento. 

El debate que tiene el 1% más rico y poderoso del mundo, es la duda sobre si les conviene exportar las peores características del modelo chino al resto del globo, o subordinar al resto del mundo a una iraquización forzada en pos de reconquistar el bienestar del mercado interno yanqui. Del lado de los intereses del 99% restante, estamos muy lejos de traducir en proyecto político las implicancias que puede tener en términos de bienestar, libertades, acceso a derechos y transformación de las relaciones sociales de producción el hecho de que la humanidad “tenga capacidad ociosa” por primera vez en su historia.  Nunca hubo tanta distancia entre lo que la humanidad puede ser, y la agenda de reclamos promedio de los sectores subalternos y las fuerzas políticas de izquierdas o progresistas. 

Son varixs lxs autores que plantean que en la actualidad es más sencillo imaginarse el fin de la humanidad que un sistema social post, anti o no capitalista. Disputar sin modelo a seguir constituye una enorme desventaja política. Dar concreción a una serie de ideas fuerza con las que los espacios políticos vinculados a la izquierda o el progresismo planteen algo más que redistribuir la riqueza, o fortalecer las instituciones disciplinarias que florecieron durante el Estado de Bienestar, es una tarea de primer orden que no resuelve el problema macro (producto de una derrota mundial en curso) pero permite encontrar escalones transicionales que alumbran la posibilidad de recomenzar a proyectar la idea de futuro desde una concepción emancipatoria. 

La segunda mitad del siglo XX se construyó a partir del debate de dos proyectos en pugna. La acción política, pero también las formas organizativas y las tareas a jerarquizar en el marco de la militancia estuvieron fuertemente marcadas por ese particular contexto. En el siglo XXI el capital no intenta convencer a partir de mostrar que su modelo es mejor que otro, domina glamorizando sus miserias y sus violencias, domina a partir de la idea fuerza de “no alternativa” y no de la idea fuerza “te conviene esto”. 

Reconocer este rasgo distintivo de la forma de dominación del capital en esta época es fundamental tanto para la imaginación programática y emancipatoria, como para la adecuación a este contexto de las formas organizativas y las tareas militantes de cualquier proyecto que aspire a ser transformador en términos emancipatorios. En esta etapa, hay que ser capaces de disputar y gestionar, y al mismo tiempo de ampliar el margen de lo posible de ser disputado y gestionado. En ese marco las organizaciones deben contar con potencia prefigurativa, de gestión, y de disputa a un mismo nivel de jerarquía. Capacidad de instituir en esta realidad rasgos salientes del proyecto por el que luchamos, es tarea central en tanto posibilidad de golpear al sistema en su principal procedimiento de amansamiento y domesticación de masas. 

Las organizaciones con pretensiones transformadoras en el siglo XXI tienen que ser capaces de construir germinadores que amplíen el marco de lo posible, al mismo tiempo tienen que lograr construir la estrategia para conducir la esperanza emancipatoria desde el germinador al puro y ancho campo, o al menos a una huerta tamaño promedio. 

Al mismo tiempo, el capital produce injusticias y daños en tantas zonas de la vida y la sociedad, que existen numerosísimos planos de lucha reivindicativa y empoderamiento popular. La cantidad de planos, y lo específico de la capacidad de daño y de necesidad de respuesta hacen complejo pensar en que una instancia organizativa garantice política y cuerpo para semejante cantidad de dimensiones.

Tareas de prefiguración, tareas de empoderamiento, tareas de freno, tareas de crítica y desgaste del adversario, tareas de disputa, tareas de gestión, tareas de conquista. Tareas específicas y que por su novedad desafían a las formas organizativas clásicas que han adoptado las organizaciones del siglo XX. ¿Qué características debe tener el rotor que articule las herramientas específicas para la prefiguración, para la gestión y para la disputa? 

Es tarea de nuestra generación equivocarnos en esa búsqueda. El esquema “partido de cuadros – frentes de masas” debe actualizarse en esquemas de mayor equilibrio entre las herramientas de intervención sectorial – reivindicativa – empoderante, y la/s herramienta/s de de potencia representativa y disputa electoral. 

Sin caer en las metáforas de la red y los colectivos de colectivos, el trabajo y las zonas de unificación y condensación política deberán necesariamente pensarse a partir de terminales plurales. Nuestra generación debe animarse a dibujar en el desierto, a equivocarse ensayando lógicas que reconocen el fracaso o la oxidación de las formas precedentes.

Abordamos tres tareas políticas para construir la izquierda popular en esta etapa, y para potenciar la capacidad emancipatoria del movimiento popular argentino, o al revés también, y en esa reversibilidad hay una metodología a profundizar. 

Estos planos o nudos son centrales para el quehacer político, los “grandes temas”. Sin el aporte de la izquierda popular, estos nudos tendrán devenires a partir de otras orientaciones y esfuerzos, que en las últimas décadas no han demostrado gran eficacia.  En la medida que la izquierda popular se fortalezca, se fortalece la posibilidad de resolver estos nudos políticos a partir de las hipótesis esbozadas arriba, superadoras a nuestro entender de las que brindan los espacios políticos existentes en el campo popular argentino.

En la etapa que se abre se juega, otra vez, la suerte de abrir la brecha y alzar la mano, o ver menguar el fuego que nos hace imaginar como posible un futuro de pampa, mar y cordillera celeste blanca y roja.

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